Día 7. 'Portrait'

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—¿Yami...? —preguntó suavemente mientras los ojos de la persona a quien hablaba, exactamente igual de azules que los suyos, la miraban con devoción.

—No, no soy Yami.

Einar se quedó observando el rostro de su madre. Hacía tiempo que sus momentos de lucidez eran prácticamente nulos y, con cierta frecuencia, solía confundirlo con su esposo, que había fallecido algunos años atrás. Desde ese momento, ella cambió mucho y, poco tiempo después, cayó enferma.

Vivía en la base de las Rosas Azules con Hana, capitana de la orden por esas alturas, y las demás chicas. La cuidaban, la trataban de manera excelente y tanto él como su hermana mayor podían ir a visitarla siempre que quisieran.

Sin embargo, Einar sentía que su familia ya no era la misma, y no era para menos. Cuando se va creciendo, van surgiendo momentos en los que hay que enfrentarse a la crudeza de la vida y ver a su madre en ese estado le rompía el alma en mil pedazos, pero debía aguantar la compostura delante de ella.

—¿Ah, no? Te pareces mucho a él.

Sonrió, ciertamente halagado. Cuando era adolescente, la relación con su padre se enfrió mucho, hasta tal punto en el que estuvieron una temporada sin hablarse demasiado. Se cortó incluso el pelo para que no le dijeran que se parecía a él. Hoy en día, su máximo orgullo era precisamente que encontraran remembranzas de su padre en su físico y en su personalidad.

El tiempo cambia, madura a las personas. Siempre se arrepentiría de esa época, en la que sentía que nunca era suficiente para Yami, pero ya no podía hacer nada para cambiarla, así que la aceptaba. Ese era su pasado y así estaba bien. Con el paso de los años, entendió que ese período confuso en su relación se debió a una falta de comunicación propia de dos personas que no sabían bien cómo lidiar con las palabras.

—¿De verdad? Entonces seguro que es muy guapo.

Charlotte sonrió y asintió lo más enérgicamente que pudo, y Einar le acarició el rostro mientras se sentaba justo enfrente de ella. Siempre había admirado la relación de sus padres. Se amaban profundamente, se llevaban bien, se respetaban y habían conseguido construir un hogar sólido y hermoso. El ambiente en su familia siempre fue idílico, porque además sus hermanas eran personas especiales, nobles y generosas. Si alguien dio más problemas, realmente fue él. Pero su madre siempre fue su debilidad y la persona que lo ayudó a pasar esa etapa de rebeldía injustificada lo más pronto posible.

Desde ese entonces, la vida había cambiado mucho. Sus hermanas eran capitanas de los Toros Negros y las Rosas Azules, y Hikari tenía dos hijos a los que todo el mundo adoraba, mientras que Hana también había sido madre, aunque solo una vez. Él, por su parte, hacía muchos años que compartía su vida con una persona completamente ruidosa y que solía molestarlo mucho en el pasado, pero sin la que ahora no podía vivir. También era padre de dos niñas; una se parecía bastante a su hermana mayor y la otra, a su esposa.

Todavía podía recordar la cara de ilusión que componían Yami y Charlotte cada vez que conocían la noticia de que iban a ser abuelos. Siempre fueron personas maravillosas y se alegraba infinitamente de que precisamente ellos fueran sus padres. Le habían enseñado que el amor edifica vínculos que, bien cuidados con los años, se vuelven indestructibles.

—¿Quieres que te enseñe algo?

Einar, algo confundido por aquella propuesta de su madre, asintió enseguida. Con sus indicaciones, llegaron al pasillo en el que estaba colgado el retrato familiar que se hicieron cuando él apenas tenía cuatro años. A pesar de su corta edad, recordaba ese día perfectamente. Y parecía que su madre también lo hacía, porque no podía apartar su mirada clara ni un segundo de allí.

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⏰ Última actualización: Sep 18, 2022 ⏰

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