1. Ruadh Castle

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1. Ruadh Castle

La vida se compone de instantes. Esa pequeña fracción de segundo donde una acción cambia la realidad como la percibimos. Un cambio de paradigma. Donde incontables realidades colisionan; diferentes vidas cambiando radicalmente a causa de la decisión de una sola persona.

Quizás esa razón fue lo que me atrajo a Edimburgo.

Se suponía que haría la misma rutina de siempre que comenzaba un nuevo manuscrito. Pero cada vez que me disponía a escribir, miraba la pantalla de mi ordenador y todo se tornaba blanco. Entonces era cuando una sensación de vacío me oprimía el pecho.

Para poder crear una nueva historia tenía, no, necesitaba experimentar las mismas sensaciones que mis personajes, o al menos ser empáticas con sus emociones. Porque de nada servía crear personas, mundos y mentalidades sino era capaz de percibirlas en primera persona.

Sin el hábito de escribir yo no soy nada. De eso se basa mi lema de vida: escribir para vivir y vivir para escribir.

Ahora, si bien esa fue una de las razones de mi viaje espontáneo, debo admitir que no es la principal causa.

Mi padre biológico falleció.

Y sé que debería de sentirme triste y deprimida, pero su muerte no pudo haberme afectado en lo más mínimo. Yo era su hija ilegítima. Jamás lo había conocido en persona, y estoy segura que de hacerlo, mi vida sería un desastre. Así que cuando acepté la llamada de su asistente el domingo pasado nunca hubiera anticipado que mi nombre estaría escrito en su testamento.

¿Qué pudo haberme dejado aquel hombre repudiable que no me dio en vida?

Las lágrimas del cielo se deslizan por la ventana cuando consigo escribir la primera palabra de la hoja desnuda.

«Cautivo».

—Joder—gruño borrando el resto de la oración que le prosigue.

Hace quince minutos que nada de lo que escribo logra satisfacerme. Las manos me cosquillean con ganas insaciables de deslizarse sobre el teclado. En cambio, se mantienen rígidas en la mesa.

—¿Puedo ofrecerle algo más? —pregunta la camarera con amabilidad.

—Otra taza de café, por favor.

—¿Trabajo difícil? —Sus ojos vagan en mi laptop.

—Falta de inspiración—replico.

—Suele suceder. Pero no te preocupes, muchos estudiantes pasan por la misma situación cuando vienen a terminar sus tesis aquí.

Lo dice como si fuera una de las situaciones más comunes en esta época. La universidad de Edimburgo queda a unas dos calles del pequeño café en el que encontré refugio de la lluvia. De hecho me rodean varios estudiantes en las mesas continuas. Observo con horror sus caras de cansancio y agradezco ya no ser una de ellos.

Regreso la vista a la mesera y agitó la cabeza.

—No soy estudiante, al menos no por el momento—me corrijo—. Estoy haciendo una investigación para mi libro.

—¡Ah! ¡Eres escritora! También hemos tenido muchos escritores sentados en estas mesas. ¿Conoces a Edward Rigby? —Niego con timidez. Ella hace un gesto que le resta importancia, las pestañas rubias y espesas le acarician los pómulos—. Escribió su novela en este café. Hasta hace mención de este café en reiteradas ocasiones.

La dama oscura ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora