El Conejo De La Luna

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Cuenta una leyenda azteca que hace mucho, pero muchísimo tiempo, andaba el dios Quetzalcóatl bastante aburrido. Los aztecas tenían muchos dioses, y Quetzalcóatl era un dios.

El aburrimiento llevó al dios maya a pensar: ¿y si viajo por el mundo transformado en hombre? Y eso hizo: el dios Quetzalcóatl se convirtió en hombre y bajó a la Tierra.

Y andando y andando por el mundo, comenzó a tener hambre. De hecho, llevaba todo el día andando y no había probado bocado. El sol se puso, y las estrellas iluminaron el cielo.

El dios se sentó a descansar y de pronto vio a un conejito grisáceo que entraba en su madriguera a comer.

– Eh, conejito, ¿qué comes?- le preguntó el dios.

– Un poco de zacate (hierba de pasto) que encontré- contestó él- Si quieres, puedo compartirlo contigo.

– Oh, gracias, conejito, pero yo no como zacate.

El conejo vio que estaba y muy cansado...

– ¿Y entonces, qué comerás?

– Nada- contestó Quetzalcóatl.

– Pero... ¡morirás de sed y hambre!

– Así será...

– No, eso no puede ser- dijo de pronto el conejito-. Si quieres, puedes comerme. Yo solo soy un conejo, y tú eres un hombre. Si tienes hambre, debes comerme.

Entonces, el dios Quetzalcóatl, impresionado por la bondad y humildad del conejo, le tomó entre sus brazos, le acarició y le alzó muy alto. lucía muy redonda y blanca. El dios bondadoso miró la luna y luego al conejito y dijo:

– Tú solo serás un conejo, pero tienes un corazón más bondadoso que el de muchos humanos. A partir de ahora, serás ejemplo para todos. Tu imagen quedará grabada en la luna y así, cada vez que los humanos la miren, recordarán tu enorme gesto.

De forma casi inmediata, la imagen del conejito quedó grabada en la luna. El dios Quetzalcóatl dejó al conejo en su madriguera y decidió volver a su mundo, satisfecho al comprobar que hasta los animales más insignificantes tenían un gran corazón. 

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