Ilhuicamina

15 2 0
                                    


Ilhuicamina era un guerrero muy popular entre su gente. Quienes lo conocían, decían que era el mejor con el arco y las flechas. Sin embargo, no fue bien recibido por el padre de la bella Citlalixochitl, quien no veía con buenos ojos que un simple guerrero cortejara a su hija.

El pobre Ilhuicamina ardía de amor, y la tristeza ante ese rechazo le llenó de melancolía. El alegre guerrero caminaba cabizbajo, hundido. Subía cada noche a la cima de un monte, en donde ciervos y cenzontles le observaban llorar frente a la luna y las estrellas. Él, gran guerrero, que tantas batallas había librado. Él, que tantas veces de la muerte se había escapado... ahora lloraba impotente ante una guerra que no podía ganar...

Un día, los dos enamorados se encontraron a escondidas. Él se lamentaba y ella, dolida ante esa terrible tristeza que ahogaba al guerrero, le dijo:

– Debemos intentarlo una vez más. Hablemos con mi padre. Describamos nuestro amor... Tal vez piensa que solo es un capricho. Demostrémosle que sentimos es profundo.

Ilhuicamina asintió. No podía dejar de intentarlo. Debía abrir su corazón. Así que los dos fueron a casa del padre de Citlalixochitl y le explicaron el amor que sentían el uno por el otro.

– Ya veo, parece que sois sinceros- dijo entonces el padre de la joven- Sin embargo, no puedo entregar la mano de mi hija a cualquiera... He oído que eres muy bueno con el arco. Si consigues clavar una de tus flechas en el corazón del cielo y hacer que sangre, permitiré que os caséis. – Pero padre, eso es imposible- protestó la joven- ¡No puede hacer que el cielo sangre!

– Es mi única condición- insistió su padre, convencido de que Ilhuicamina nunca podría cumplir ese requisito. 

Pero... ¿qué no se podrá conseguir por amor? Desde entonces, Ilhuicamina subía día tras día a la cima de la montaña. Desde allí, disparaba sus flechas. Una, otra, otra más. ¿Cómo lograría herir al cielo, si sus flechas apenas rozaban una nube? Sin embargo, lejos de darse por vencido, el arquero, al que comenzaron a llamar el flechador del cielo, no paró en su empeño.

Cada mañana, cada tarde, y hasta por la noche... No dejaba de intentarlo. Hasta que un día una de sus flechas desapareció entre las nubes. Y de pronto, el cielo se tiñó de rojo. Las montañas, el agua de los ríos... todo parecía sangrar. La gente corría asustada por la aldea.

– ¡El cielo está sangrando! ¡Está rojo!- gritaban.

El padre de Citlalixochitl miró hacia arriba asombrado. No podía creer lo que veía... De pronto, Ilhuicamina apareció ante él, con una amplia sonrisa y la mano extendida. Citlalixochitl le tendió la suya, ante la atenta mirada de su padre. – Soy un hombre de palabra. Has conseguido lo que te pedí, y no puedo negarme. Tuya es la mano de mi hija, flechador del cielo.

La pareja de enamorados se casó, y fueron muy felices. De hecho, desde ese día, y hasta ahora, todos los días se recuerda esta gesta. El sol y el cielo parecen sangrar, anunciando el final del día y el comienzo de la noche. Y recordándonos que el amor puede salvar cualquier obstáculo.

𝕃𝔼𝕐𝔼ℕ𝔻𝔸𝕊 𝔸ℤ𝕋𝔼ℂ𝔸𝕊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora