Mario no solía arrepentirse de muchas cosas.
Cuando se juró a sí mismo que el compromiso no se le daba bien, era demasiado joven e idiota. Para su brillante mente de veinteañero, no había nada mejor que vivir cada día como si fuera el último, sin ataduras ni gente molesta a la cual rendirle cuentas. Se acostumbró a ser un nómada que tomaba lo que quería, cuando quería sin preocuparse por las consecuencias y si alguien intentaba romper con esa armonía, entonces se deshacía de esa persona para buscar a otra que pudiera llenar su espacio. Era lo más práctico, porque podía seguir disfrutando los placeres de la carne sin lidiar con los traumas de intensos que no entendían que él no se los iba a llevar al altar. Así que se hizo de una reconocida fama de casanova irresistible para marcar la distancia y para volverse aún más cotizado —nada más atractivo que desear con locura lo que no puedes tener.
Andaba de cacería la noche que conoció a Armando. Era parte de su rutina, salir, conocer a algún hombre guapo y meterlo en su cama. A veces, era cosa de una noche y en otras, de unos cuantos meses. Si Armando se convertía en una aventura de una noche o en su amigo cariñoso, le daba lo mismo, tan solo quería disfrutar.
Y sí lo disfrutó.
Cuando salieron de la discoteca hacia su casa, no esperaba pasar una noche tan eróticamente divertida. Si algo calentaba a Mario más que el sol de verano, era un acompañante seguro de sí mismo. Armando era muy sensual en la cama, lo había comprobado por la forma desinhibida con que se entregaba a las caricias, por el ímpetu con que las devolvía. No tenía miedo de tomar las riendas de la situación y eso a Mario lo enloquecía.
—¿Te gusto obediente? —le susurró al oído mientras se frotaba contra él.
Mario le respondió con un jadeo. Él estaba sentado al borde de la cama, con las palmas de las manos sobre el colchón para no perder el equilibrio. Tenía a Armando encima, con las piernas a cada lado de su cuerpo, sujetándose de sus hombros y repartiendo besos por su rostro. Ya ninguno tenía ropa, hacía tanto calor que sus cuerpos desnudos estaban cubiertos por una suave capa de sudor.
—Cariño, tú me gustas de todas las formas —respondió con una media sonrisa que Armando terminó borrando con un beso largo y profundo—. Me gustas sumiso, me gustas dominante... —pasó los brazos alrededor de su cintura para levantarlo en el aire y volverlo a recostar en la cama, esta vez colocándose encima— Me gustas en cuatro, bien abierto para mí.
Volvieron a besarse como si solo hubieran nacido para eso, violando sus bocas con la lengua, chocando sus dientes.
—¿Bien abierto? —exhaló sobre sus labios, aún en la oscuridad podía ver el brillo malicioso en sus ojos. Separó las piernas lo más que pudo, flexionando sus rodillas en el proceso y luego de ensalivar sus dedos índice y medio, los llevó directamente a su interior, húmedo por la cantidad de lubricante que habían utilizado hacía unos minutos— ¿Así o más?
Mario lo observó boquiabierto por breves segundos en los que su pene dio un tirón ahí entre sus piernas. Armando aprovechó para tomar su erección con la mano libre y empezó a masturbarse con ganas, tirando la cabeza ligeramente hacia atrás para gemir suavemente. Mario sabía que lo estaba haciendo a propósito para provocarlo, para que perdiera el control y se lo terminara cogiendo como un animal.
—Te voy a llenar tan rico hoy que no te vas a poder ni mover. —sentenció antes de abalanzarse sobre él como león a su presa. Lejos de sorprenderse, Armando lo miró complacido antes de retirar sus dedos.
Mario cumplió con lo que dijo y lo penetró en todas las formas que se le ocurrieron, cada una más frenética que la anterior. Se enterró en lo más profundo de su carne hasta que terminaron cubiertos de chupetones, sudor y semen. Fue el mejor orgasmo que había tenido en mucho tiempo, quería saborearlo y, tal vez, repetirlo. Pero cuando abrió los ojos a la mañana siguiente y vio que estaba solo en su cama, no le quedó de otra más que suspirar con resignación. Ni modo, no estaba destinado a ser.
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Second chances [ArMario]
RomanceLuego de su divorcio, Armando decide dedicarse de lleno a cuidar de su preciosa hija, Camila. Acostumbrado a la vida de papá soltero, no se imagina que conocer a Mario Calderón en una acalorada noche de verano pondría su mundo de cabeza. [Mario/Arm...