v. the home that we claimed

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Armando esperaba que fuese otro día apático. Despertar, ir a Ecomoda, encerrarse en su oficina, trabajar como un loco y regresar a casa. Se había convertido en una rutina que cumplía en automático, adormecido al punto de no sentir nada.

Estaba un poco más irritable de lo normal, más callado de lo habitual, más disperso, más distraído. Marcela, que lo había estado observando en silencio, lo llamó a su oficina para conversar. Armando suspiró cansado, no estaba muy seguro de querer ser interrogado por la mujer, pero verla tan preocupada por él le hizo reconsiderar sus opciones. ¿Tal vez podía considerarlo como una sesión de terapia gratuita?

—No me gusta verte triste —empezó a decirle ella en cuanto Armando tomó asiento frente al escritorio—. No me cuentes si no quieres, pero si te puedo ayudar en algo...

Él sonrió con tristeza, en momentos así, agradecía que Marcela fuese tan perspicaz. No sentía que el mundo se le estuviera acabando, no lloraba, ni tampoco se quedaba todo el día metido en la cama y, por alguna razón, eso era peor. El dolor que Mario le había causado con su repentino abandono había sido tan grande que lo había roto al punto de no sentir absolutamente nada. Armando se había quedado en blanco, sin sentir ni pensar, solo actuando como un autómata.

—Me equivoqué con Mario —le interrumpió antes de que Marcela pudiera acabar la frase—. No era lo que yo pensaba.

Armando le contó cómo sucedieron las cosas después de la fiesta en casa de Santiago, que había pecado de estúpido al pensar que los besos y la declaración de amor habían significado algo para Mario, cuando claramente solo había sido un chiste mal contado, al punto de hacerlo huir de Colombia.

A Marcela se le contrajo el rostro al punto de mirarlo con auténtica pena y cuando Armando terminó su relato, se inclinó para tomar sus manos entre las de ella, sobre el escritorio.

—Ay, Armando —se lamentó— ¿Por qué no me contaste nada antes?

Él negó con la cabeza.

—Falta tan poco para la boda que no quería arruinarte la felicidad.

Marcela suspiró y soltó sus manos para poder acomodarse mejor en su asiento.

—Eres mi familia, Armando, yo no te quiero ver triste nunca —dijo antes de cambiar la expresión de su rostro a una dubitativa—. No puedo creer que Mario haya sido capaz de algo así.

—Dicen que nunca terminas de conocer a las personas.

—Sí, pero es que Mario se veía tan enamorado de ti... —continuó ella, aún con la confusión en su bonito rostro— Nadie puede fingir tan bien.

—Él sí —dijo Armando con amargura y sintió cómo se le partía el corazón otra vez.

Marcela dedicó una última mirada compungida antes de levantarse y rodear su escritorio hasta llegar a Armando, que aún permanecía sentado. Se colocó por detrás y con sus delgados brazos envolvió a su primo en un abrazo reconfortante.

—Te prometo que todo va a estar bien. Yo te voy a ayudar.

Armando correspondió el gesto, colocando sus manos en los antebrazos de ella y apretando suavemente.

—Gracias, Marce. Gracias por escucharme y darme tu apoyo, como siempre.

Marcela le dio otro apretón, como cuando eran niños y se separó por completo.

—¿Quieres que hagamos algo hoy o no tienes muchas ganas?

—La verdad —respondió poniéndose de pie— quiero ir a casa, llamar a mi hija, conversar un rato con ella...

Second chances [ArMario]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora