Cuatro.

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Advertencias: Sangre. Bondage. Lesiones.

Esto ya es obsesión.

Luzu golpeó una y otra vez aquellas sonrojadas posaderas: una, dos, cuatro, seis veces, lo suficiente hasta que viera verter ligera sangre de la piel por el constante roce y golpe que creaba la pala de madera contra aquella piel suavemente morena,...

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Luzu golpeó una y otra vez aquellas sonrojadas posaderas: una, dos, cuatro, seis veces, lo suficiente hasta que viera verter ligera sangre de la piel por el constante roce y golpe que creaba la pala de madera contra aquella piel suavemente morena, ahora rojiza y con pequeños hilos rojos resbalar hasta las rodillas internas. Las piernas, que apenas y se sostenían sobre el suelo, temblaban y trataban de mantenerse firmes para no caer de lleno contra el frío suelo manchado ligeramente de sudor, lágrimas, saliva y ahora sangre.

— Lu... Mnhg... Luzu... Nhga...

Luzu echo su cabello para atrás, despejando su frente y la vista que tenía delante suyo, sonriendo ante la bonita obra de arte que estaba bajo su mano.

Cuackity se mostraba amarrado; sogas que quemaban su piel de las manos, pies, piernas, caderas y pecho. Una venda negra empapada en saliva que mordía fuertemente amarrada a su boca, apenas soltando pequeños sonidos de gemidos o exclamando el nombre ajeno entre quejidos apenas despiertos y sin tono. Sus ojos desorientados, llorosos, con su rostro ligeramente golpeteado. Su cuerpo maltrecho, marcas de latigazos sobre su espalda, de uñas sobre sus hombros y el nombre completamente tatuado con un cuchillo en la carne viva de su espalda la palabra "Luzu".

Cuackity colgaba del techo gracias a las sogas. Apenas y tenía consciencia sobre sostenerse y gemir de lleno. El dolor de su cuerpo le hacía querer dormirse, pero Luzu volvía a despertarlo con un golpe y palabras dulces a su oído que no les creía nada.

Y Luzu... Luzu disfrutaba tanto tener así al pequeño niño de luz resplandeciente y risa contagiosa. Siendo tan suyo. Amarrado para él solo. Teniendo su nombre encarnada en su piel y gimiendo su nombre cada que pasaba los látigos, las tablas o sus manos por aquel cuerpo tan lastimado.

Lo amaba. Lo amaba tanto que le dolía hacer las cosas de este modo.

— Ay, Cuacks...

Exclamó, respirando hondo, dejando la pala de lado sobre una mesita de madera donde tenía más cosas ahí. Estaban sobre el sótano de su casa, muy, muy abajo como para siquiera alguien pueda escucharlos; así podía oír lo que quisiera de Cuackity y no se sentiría celoso de que otros los escucharán.

Se acercó al frente, inclinándose suavemente para alcanzar el rostro del niño, tomando suavemente de aquellas mojadas mejillas para alzarlo y poder verlo a esos ojos sin brillo. Está bien que estén así, solo pueden brillar para él.

— ¿Por qué me traicionaste, Cuack?

El chico no respondió, apenas respirando hondo sin delirar de dolor. Luzu chasqueo la lengua varias veces en negativa, haciendo lo mismo con su cabeza al moverla lado a lado de forma lenta.

Las manos de Luzu acariciaban gentilmente de la tez, paseando los dedos sobre la venda hasta llegar a la piel y viceversa, quitando los restos de lágrimas. Se acercó lo suficiente para dejar suavemente besos sobre su mentón, bebiendo de la saliva y chupando el sudor que caía sobre los sienes; todo de Cuackity le encantaba.

— ¿Por qué no puedes entender que el único que puede proveerte soy yo? ¿Mh?

La boca de Luzu subió, dejando ahora besos sobre la nariz y esos rojizos ojos, apartando ahora los cabellos de la frente de Cuackity para dejar suaves caricias sobre la zona.

— ¿Por qué prefieres a Rubius antes que a mí?

Y al final se alejó, dejando caer en el aire la cabeza de Cuackity, escuchando de fondo sus sollozos y sus quejidos; aún no era suficiente castigo.

— No lo entiendo, Cuacks. ¿Qué te da él que yo no?

Luzu paso ahora a acariciar la espalda del niño, pasando sus dedos sobre su nombre tallado sobre la piel, viendo cómo este dejaba caer todavía hilos rojos sobre la ya seca sangre. Epampo con cuidado la punta de sus dedos con la sangre del chico, escuchándolo quejar.

Amaba tanto ese color en el interior del otro. Se parecía a sus ojos. Amaba tener tanto en común.

— Te voy a enseñar, Cuackity, que yo soy el único para ti.

Luzu volvió a la mesita de madera, tomando nuevamente del cuchillo y pasando a limpiar con un trapo, quitando los restos de sangre para crear nuevos cortes sobre la joven piel de su niño.

— Y si no lo quieres por las buenas, será por las malas.

Orbes rojos, alas doradas [Luckity]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora