Capítulo XVI

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Hades tocó tierra firme en medio de un denso bosque montañoso. Gracias al yelmo, ni ojos humanos ni ojos divinos podían verlo. Alzó la mirada y divisó las blancas alas de Hipnos, que planeaba sobre el centro de la isla señalando a dónde debía llegar; no era más de medio kilómetro. Los humanos de esa isla eran pocos, pero debían ser protegidos de los daños colaterales de la batalla. Si tenían suerte, no habría testigos ni bajas de inocentes. Se percibía en el en aire el virus que los amenazaba y mantenía en confinamiento.

Otra vez Ignis tenía razón, ese virus no había sido una mera casualidad o una «mala suerte» biológica. Hades cerró los ojos y distinguió una energía densa, llena de ira y codicia, tan familiar y, a la vez, tan primitiva. Era la deforme impronta de Crono que contaminaba todo lo que tocaba.

―Pagarás todos tus pecados, papi ―masculló Hades, al tiempo que abría los ojos. En su campo visual avistó una bola de fuego que se precipitaba a la tierra a una velocidad controlada.

Hefesto.

Sin embargo, Hades no podía sentir su presencia. Si no supiera que eso era el Señor de los Cuatro Elementos, solo pensaría que se trataba de un meteorito a punto de hacer pedazos la isla

―Sin duda es el puto amo ―añadió con una media sonrisa.

Hefesto debía aterrizar al lado opuesto de donde se encontraba el rey de los muertos. Hades continuó con su rumbo hacia el centro de la isla. Todo iba de acuerdo al plan. Él tenía la misión de entrar sin ser detectado para identificar el interior de la cueva, trazar el plano y esperar a que tomen posición los demás. Hécate había creado un hechizo que permitía transmitir las coordenadas de Hades a un mapa, cuyas copias todos poseían y que se iba dibujando a medida que él se internaba en el lugar.

No estaba solo.

Pronto se halló ante una cueva en medio del bosque. Era una boca negra que apenas recibía los rayos del incipiente sol del amanecer, gracias al tupido follaje de los árboles. Inspiró hondo, incluso la brisa hacía eco. Trataría de no respirar más de lo necesario para no ser escuchado.

Y entró.

No pudo evitar sentir que estar en ese lugar era un déjà vu. Cada pisada que daba resonaba como un estallido en el interior de aquella lóbrega cueva. El aire estaba caliente y húmedo, el olor dulzón de la muerte llenaba de vez en cuando sus pulmones. Era extraño, por lo general ese olor no le repelía, pero en ese momento algo le revolvía el estómago.

«No es un sueño, no es un sueño», se repetía Hades una y otra vez mientras avanzaba midiendo la presión de cada paso que daba. Sabía que cualquier dios que estuviera al interior de la cueva debía estar bajo el influjo del poder de Hipnos. Sin embargo, decidió ser precavido, no se sentía del todo seguro en la plenitud de esa asfixiante oscuridad, a pesar de poseer la capacidad de ver en ella ―ventajas de vivir y ser el regente del Inframundo―.

Siguió caminando en la espesa negrura. Tenía la ominosa sensación de que ya había perdido la noción de la distancia recorrida, que el tiempo se alargaba dentro de esa maldita cueva, que penetraba en lo profundo de la tierra.

Tropezó. Por mero instinto se afirmó en la pared para no caer. Hades sudó frío, y por largos segundos no se atrevió a moverse, esperando a sentir el dolor en la palma de su mano. Ese maldito sueño le tenía los nervios de punta.

Inspiró. Olor a muerto. Exhaló.

Despegó su mano de la pared y esperó el ardor.

Nada. Palpó la pared de la caverna y solo eran rocas y tierra.

Se preguntó con qué había tropezado. Miró el suelo, a su alrededor. Un cuerpo que estaba boca abajo en avanzado estado de putrefacción. Un humano.

Aguzó la vista y distinguió que había tres cuerpos más, desperdigados a lo largo de veinte metros en diferentes fases de descomposición.

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⏰ Última actualización: Aug 22, 2022 ⏰

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