Prólogo: Madrugada

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Era de madrugada aún, la llegada del alba alertaba su pronta llegada sobre las tierras del Santuario. La aldea cercana descansaba apacible entre el repiqueteo suave de la llovizna; tal parecía que el agua caída del cielo cubriría con mayor fuerza todo el lugar en cualquier momento, lo cual era de esperarse en épocas lluviosas.

Los pasillos del Santuario aparentemente aún se encontraban vacíos; era muy temprano, incluso para quienes madrugaban para comenzar su estricto régimen de entrenamiento y algunos santos dorados volvían de su turno de guardia para intentar descansar un par de horas al no haber amenaza de algún enemigo. Incluso el patriarca se encontraba en sus aposentos, confiado en que todo marchaba bien hasta el momento y sumido en un profundo sueño.

Lo que nadie notó fueron aquellos sigilosos pasos, ligeros cual pluma, que se apresuraban para salir hacia alguna zona oculta de los templos. La silueta femenina, que iba descalza y con la falda de su vestido ligeramente recogida, se ocultaba detrás de los muros, de los pilares y de lo que estuviera a su alcance para no ser notada por el numeroso cuerpo de guerreros, que durante las tertulias calendarizadas, se jactaban de tener un agudo oído y una percepción del movimiento prodigiosa.

El tenue sonido de las gotitas de agua eran aliadas de la doncella que, más que eso, llevaba el nombre de Athena sobre sus hombros desde su nacimiento. Eso era algo que nunca salía de su mente a cada paso que daba y le hacía sentir una opresión en el pecho de vez en cuando, pero para ella valía la pena la escapada que estaba dándose, porque tal acción era provocada por un amor inmenso, sin medida, que hervía dentro de su corazón y que escasas veces daba rienda suelta a lo que le dictaba.

Con el pasar de los segundos la brisa aumentó en furia y el viento se tornó gélido al instante. Saori con rapidez se cruzó el campo de entrenamiento, por suerte para ella vacío aún, o eso creía. Su corazón se aceleró cuando en un sector alejado, lleno de columnas y maleza silvestre, ahí estaba él: el hombre de su vida, quien le robaba el aliento y la hacía flaquear con su voz, con sus palabras y con su cercanía.

Ahí estaba estático, sereno, quizá ansioso en la espera de verla, pero... ¿Por qué estaba volteando hacia el lado opuesto?, ¿se habría percatado de algo? Saori no sabía en realidad si aquello era muy relevante, así que se reservaría aquella duda para ella, ya que la euforia de verse a solas era mayor que cualquier otra emoción. 

—Seiya... —dijo casi en un hilo de voz, a lo que el muchacho volteó de inmediato y ella no lo dejó pronunciar palabra, porque a este punto, Saori ya se había arrojado a sus brazos con frenesí.

El tiempo se detuvo por un instante y, bajo aquella madrugada de lluvia, diosa y caballero estuvieron un rato disfrutando de ese contacto del que estaban tan privados la mayoría de tiempo. Saori sentía como los fornidos brazos de su amado la protegían, como siempre lo habían hecho durante todo este tiempo, desde que a penas eran unos chiquillos y él aún no portaba la armadura dorada de Sagitario.

Saori elevó su rostro perlado de gotas de lluvia para encontrarse con aquellos ojos oscuros que la veían con intensidad y el brillo que los caracterizaba. Esa mirada que la hacía perder la razón cuando la tenía enfrente, no cabe duda de que sus sentimientos por él se encontraban más vivos que nunca y presentía que los de él también.

—No sabes cuanto he esperado a que llegara este momento. —Le dijo sin quitar sus manos del abrazo.

—Yo igual, Seiya. Los minutos pasan muy rápido cuando se trata de tí y no sé cuanto más podré seguir así —respondió Saori con cierto dejo de tristeza.

—No tenemos opción, me encantaría que pudiera ser de otro modo. Al menos sabemos que estamos cerca uno del otro y eso es algo que nadie nos podrá quitar  —afirmó el caballero.

—Tienes razón, aprovechemos cada segundo que nos queda. —Saori lanzó un suspiro para alejar cualquier sentimiento negativo del momento.

Ambos se sonrieron con dulzura y con suavidad Seiya colocó el ala de su armadura sobre Saori para protegerla de la lluvia. Él acercó su mano y apartó con su pulgar las gotas que surcaban en las mejillas de su amada, mientras sus rostros se acercaron, hasta que sintieron como sus labios se rozaron casi con desesperación al contacto y en cuestión de segundos aquel leve roce se había convertido en un beso en el que ambos aportaban igualdad de deseo.

Seiya acariciaba el terso brazo de ella, haciendo que la piel de la joven se erizara al contacto de sus dedos. Al mismo tiempo la otra mano de él acariciaba el lacio cabello y viajaba a su espalda para apretarla en un abrazo que dejó a la muchacha sin aliento. Las manos de Saori acariciaban y se paseaban por el pecho de su caballero, y de cuando en cuando se detenían en su rostro, sintiendo aquella piel que anhelaba tener así todo el tiempo posible. 

Saori ejerció más presión para profundizar el beso y abrir un poco más sus bocas deseosas. Seiya se sobre saltó un poco ante la iniciativa de ella, lo cual le encantó y no se negó en lo absoluto; él apretó con pasión un poco más la fina cintura que lo volvía loco y continuaron amándose bajo ese oscuro cielo. Solo les quedó dejarse llevar por esa sensación electrizante, que hacía latir ambos corazones como uno solo. 

De pronto un rayo hizo estremecer la tierra con una fuerza inusual que de golpe sacó a la pareja enamorada de su atmósfera pasional, dejándolos un poco descolocados. Ambos se vieron, soltaron una pequeña carcajada y se tranquilizaron. Seiya volvió a abrazar a Saori y la cubrió una vez más con sus alas, pero de inmediato la lluvia comenzó a menguar, para volver a ser la inofensiva brisa de hace unas horas.

—Se acerca el amanecer y debo volver a mi puesto de guardia antes de que alguien se de cuenta. Te acompaño hasta el templo —dijo Seiya con preocupación, ya que su amada siempre lo sorprendía con sus decididas acciones.

—Sí lo sé, ahora están más estrictos los turnos de vigilancia. Déjame regresar sola, no quiero que alguien sepa si te ve fuera de tu turno —pidió Saori, mientras acariciaba el rostro de Seiya.

—Te amo —soltó él y pudo observar cómo el rostro de Saori se encendía con un rubor evidente.

—Y yo también te amo a tí, Seiya —musitó ella y se acercó para plantarle un último beso a su amor.

Sin decir más, se sonrieron y Saori se alejó por el mismo sendero, ya la lluvia había cesado y el cielo comenzaba a dar los primeros indicios de la luz del nuevo día. Seiya se quedó observándola mientras se alejaba nuevamente de su lado, anhelando el momento en el que nuevamente se pudieran ver y amarse en el silencio de la oscuridad

...

Allí en un sitio oscuro, no muy lejano, una silueta femenina que yacía silenciosa entre las sombras había atestiguado e encuentro entre diosa y caballero desde que Athena salió del área de las doce casas. Pronto se comenzó a debatir si debía decírselo a alguien, o callar para siempre. Sin duda era una decisión más que difícil, así que se retiró para comenzar su día en el Santuario.

 Sin duda era una decisión más que difícil, así que se retiró para comenzar su día en el Santuario

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Continuará...

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