PROLÓGO

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Junio de 1999 Nueva York

Mientras comía su merienda sentada en el recreo del instituto Carolina miraba con envidia al grupo de las guays como se las conocía. Ellas eran las mas guapas, las mejor vestidas, simpáticas, delgadas y todo lo que no tenia ella. Por esa razón nunca podría soñar con ser una de las guays. Desviando la mirada del grupo vio venir a lo lejos a John, el chico más popular del instituto, guapo, alto, delgado, moreno, con unos ojos color chocolate en los que cualquier chica querría perderse, era el chico por el que todas suspiraban en el instituto, incluida Carolina la gordita.

Bueno, si solo fuera ese el único apodo que tenía pero no quedaba ahí la cosa. Ella era la gordita, la cuatro ojos y la empollona. De todos sus apodos ese era el único que no le molestaba ya que a ella le gustaba mucho estudiar y sobre todo adoraba leer en su tiempo libre todas las novelas de amor que pudiese, donde ella siempre era la bella protagonista.

Con sus casi quince años Carolina sabia que nunca seria popular, ni guapa, ni delgada. Porque sencillamente ella adoraba comer, no tenía fuerza de voluntad para privarse de lo que más le gustaba, además siempre había sido gordita por lo tanto hasta no hace mucho era algo que no le importaba. Ahora en cambio, soñaba con ser delgada, esbelta y atraer así a John. Pero ese era un sueño imposible que guardaba junto con el de ser una protagonista de novela.

Soñaba también con ser una gran periodista y trabajar en una revista importante, ser conocida por su talento y su belleza, pero dudaba de poder conseguir ninguna de las dos cosas. Pero como soñar era gratis ella disfrutaba soñando.

De pronto, Carolina se percato de que las guays se dirigían hacia donde estaba sentada y empezó a ponerse nerviosa, no podía imaginar nada bueno viniendo de ellas.

 —Hola gordita, queríamos preguntarte con quien vas a venir a la fiesta de fin de curso. ¿Ya te ha invitado alguien? —dijo la jefa de las guays, la odiosa Daphne, mientras las demás se reían.

 —No voy a ir a la fiesta por lo tanto no me importa si me invitan o no Daphne, ¿Por qué lo preguntas? —dijo Carolina disgustada porque se divirtieran a costa de ella, humillándola.

 —Pobrecita, nadie te ha invitado y por eso no vienes. O quizás será porque no consigues un vestido donde poder meter ese cuerpo seboso que tienes. —contesta Daphne con maldad, haciendo que todas se rían a carcajadas mientras Carolina se encoje de rabia.

 —Daphne, porque no dejas tranquila a Carolina. Es que no tienes nada mejor que hacer con tu tiempo. —Se escucha la voz de John.

Todas giran hacia él que estaba apoyado en un árbol observando cómo se metían esas arpías con Carolina.

     —Hola John, desde cuando eres el defensor de los débiles cariño. —contesta Daphne mientras camina hacia él de manera coqueta.

     —Déjate de coquetear conmigo ya sabes que eso a mí no me va. Porque nos os vais a empolvar  la nariz chicas.

Daphne, furiosa por el desplante de John giro y se marcho con su grupo detrás de ella como si fuera su sequito.

Carolina estaba literalmente con la boca abierta mirando cómo se iban todas con malas caras, pero lo que más la tenía sorprendida era que John la hubiese defendido. Lentamente él se acerco y se sentó junto a ella.

—No les hagas caso, no tienen nada mejor que hacer que meterse con las personas que consideran más débiles. Carolina, mírame.  —y mientras le decía eso, John con su mano bajo la barbilla de ella la hizo girar y mirarlo a los ojos. Ella se perdió en esos ojos castaños que la miraban con simpatía.

—Yo… no me molesta lo que dicen, solo me molesta que me usen para su diversión.

—Escúchame, ellas son unas personas artificiales, que solo le dan importancia a la apariencia física y no se preocupan por nada más. Tú vales más que todas ellas juntas, no dejes que nadie te humille. Eres simpática, inteligente, cariñosa, y tienes el rostro más lindo que haya visto nunca. —John se lo dijo sin apartar la mirada de sus ojos, dejando a Carolina muda de la impresión.

—Gra… gracias John; pero exageras.

—No, no, prométeme que siempre te valoraras por la gran persona que eres. La belleza se irradia desde dentro y tú eres una hermosa persona. Siéntete orgullosa de ti, tanto por dentro como por fuera y no permitas que nadie te pisotee. —le dijo John sin dejar de mirar su cara que se ruborizaba al escuchar sus palabras.

—¿Por qué me dices todas estas cosas John?, nunca me habías mirado y menos aún hablarme. —dijo Carolina sorprendida.

John, se quedo en silencio mientras meditaba que decirle a Carolina. Él sabía lo duro que podía ser para una chica las burlas y los desprecios de otras que se creían mejores por su apariencia física, lo sabía muy bien y ese dolor nunca le abandonaría.

—Carolina, quiero que entiendas que si te digo todas estas cosas, es porque se lo que puede llevar a hacer a alguien el sentirse despreciado por ser diferente a lo que todos esperan. Yo… mi hermana mayor murió el año pasado de anorexia, no consiguió superar esa enfermedad. Todo comenzó cuando se reían de ella en el colegio llamándola foca, vaca y demás insultos; todo porque ella era gordita. No se fijaban en su dulzura, en su simpatía. No intentaron conocerla, solo la despreciaron porque era gorda y eso afecto su autoestima, llevándola a obsesionarse con adelgazar para que la aceptaran y cuando mis padres se percataron ya tenía la enfermedad. Ni médicos, ni hospitalización, nada consiguió que Emily se curara de esa horrible enfermedad y dejara de verse gorda.

Carolina, no se dio cuenta de que estaba llorando mientras escuchaba la historia de John. Ahora entendía porque él a pesar de ser el más popular nunca se juntaba con las Guays, siempre estaba rodeado de chicos normales, era amable con todos. Se quedo pensando en todo lo que él le había contado sobre su hermana, en como la habían humillado hasta hacerla obsesionarse. Pensó, que ella también podría caer fácilmente en eso y sintió que John la estaba ayudando como nadie la había ayudado nunca. Ella era buena persona, era inteligente y porque no, también era guapa.

—John, gracias por contarme esta historia que estoy segura debe costarte mucho revivir. Y no te preocupes, voy a hacer lo que me has dicho, quererme a mi misma como soy. No permitiré que nadie me humille más, y para empezar voy a ir a la fiesta de fin de curso.

—Bien dicho y yo quiero ser tu acompañante, vamos a demostrarles a más de una quien es Carolina Méndez. —dijo John con una sonrisa.

—Sí, voy a demostrarles a todos que soy más que un cuerpo.

Y así fue, como desde ese día, John y Carolina fueron los mejores amigos del mundo, y Carolina demostró que ella era más, mucho más.

XL UN AMOR SIN MEDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora