Son los mortales quienes arden hasta las cenizas en sus exacerbadas emociones. Es propia de ellos la inquietud incesante de la obsesión. Pero yo, desde hace un tiempo, no consigo el sosiego a raíz de un insano sentimiento que a desatado el súbito desprecio de esa frágil criatura que atrevida e ingenua, un día, me habló de amor.Este sentimiento no es algo nuevo o ignoto para mí. Es lo mismo que para los hombres. Una emoción tan fuerte que me exalta y nubla el juicio mientras arde travieso y juvenil. Sin embargo, no son propias de mi las pasiones y sentirme así es extremadamente incómodo. A ratos estoy lleno de un ímpetu avasallador y luego siento que he perdido todo vigor. Voy de un lado a otro buscando algo que sé, no está en mí. Tengo deseos de efímeros placeres que solo otra piel puede brindar. Y no, no me refiero a lo que sucede en el lecho entre los amantes furtivos, sino al goce de una caricia tierna o al vibrato de una voz amorosa pronunciando mi nombre.
Peor que eso es la envidia que surge en mí cuando temo, ese ser, pueda dar a otro lo que siento me pertenece únicamente a mí. Porque me siento su dueño. Su amo absoluto. Casi un tirano que demanda cada aspecto de esa criatura solo para mí. Pero es solo el fervor de este sentimiento que a momentos es delicia de dioses y a ratos el mal que el hombre, por castigo, debe soportar. Tiemblo, suspiro, sueño despierto con poder de ella reclamar su amor. Ese que un día puso a mis pies, pero que yo desprecie porque no podía ser. Ella está allá, muy lejos, en la jurisdicción de otros ángeles, de otro dios. Me mira como en sueños y como una ilusión la veo yo.
A veces me preguntó si tenerla, un instante de su fugaz existencia, sofacaria en mí los incendios de este amor o si por el contrario no podría volver a tener paz lejos de su presencia. Me miró a mi mismo, tan atribulado por esta emoción, y me siento completamente ridículo.
Su aspecto es vulgar. Ella no tiene belleza singular. Tampoco linaje de reyes, poder de dioses o la inteligencia de un gran ser. Es del jardín de la existencia la flor más común. Pero su amor es delicia que despiertas las fieras de mis apetitos, arrebatandome el control de mí mismo y haciendo de mí algo irreconocible.
Si supiera lo débil que una mirada suya me vuelve. Si supiera que puede de mí hacer lo que ella quiera ¿Qué haría? La incertidumbre de esa respuesta alimenta insólitas fantasías que son como peces debajo de un lado congelado que cubre la nieve. Nadie puede imaginar lo que esconde mi coraza siempre inescrutable y ella que puede tener de mi estos infiernos de fuego blanco, los rechaza abrazada a ese ingrato recuerdo que deje en sus pupilas.
A ratos siento que me odia. Que de mi todo sentimiento se arrancó. Que las mieles de su corazón son ahora hieles, pero aún así las quiero beber. Su desprecio no mata lo que siento, le inyecta un dinamismo desesperado que puede ser placentero dentro de este martirio que crece en el tiempo y puede llegar a proporciones impensadas.
Por eso y en este anhelo que va contra todos mis sensatos afanes a esa pequeña criatura, de osado corazón, he de enviar esta rosa fantasmagórica que se enredará en su lecho y la atormentará con el espíritu de mis deseos, hasta que me vuelva amar y lo hará sea por la pureza del sentimiento o por la lujuria que este amor desata y a la que en su condición mortal no puede ser indiferente.
Y así una rosa azul voló por las dimensiones hasta alcanzar una cama en que dormía una mujer. La flor se enredo en el respaldo para soltar un perfume que penetró en los sueños de la durmiente, regalandole una extraña visión. Ahí en su habitación apareció un individuo que ella reconoció inmediatamente, pero de quién esas acciones jamás espero. En medio de la noche y en el silencio de aquel cuarto, envuelta en el mundo onírico, la muchacha exhaló ardientes suspiros abrazada a la figura de un sueño febril, que un ángel le regaló para deleitarse...

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Susurros
Фанфик¿Por qué ahora que me odias deseo tu amor? Esto a de ser un mal de los hombres porque en mi naturaleza no está el deseo por lo que me hace mal.