Sus sueños cobraban un inusitado ambiente con la presencia de ese ser. Pero jamás había llegado a un punto como el de esa noche. Aquella criatura no era un extraño en sus salones oníricos. De vez en cuando lo encontraba por ahí, paseando como un suspiro desprendido de la boca que tendría un diente de león. Pero en esa ocasión estaba tan nítido como la tinta que queda al fondo del recipiente. Algo denso, oscuro y profundo que la lleno de temor. De un temor incógnito, pero nada peligroso.El sobrecogimiento, en realidad, respondió a la intención que denotó aquella sonrisa avisada y mirada deseosa que sostenía aquel ser, que sin prisa, iba avanzando hacia ella que estaba sentada en una cama blanca, grande de sedosas capas. Pero el sitio que parecía un lienzo pintado en todos los tonos de blanco que existen, carecía de relevancia, aunque acentuaba con fuerza el azul de su atuendo y al violeta de sus ojos que parecían derramar afrodisíacos irresistibles. Aquella figura siempre tan lejana, súbitamente, se presentaba ante ella en un momento en que pese a su aura de anhelo ofrendado, la muchacha prefería rechazar.
Cuando tuvo la oportunidad de hacerle saber lo que por él sentía su corazón, cuando lo tuvo a la distancia de una exhalación, ella entendió que no podía haber nada entre los dos. Siempre lo supo, mas palparlo derrumbó de su pecho el ídolo dejando unas ruinas calladas en un campo de pastos tiernos. Él lo reitero: no podía ser y agregó, sin ánimo de lastimar, que no sentía o llegaría a sentir por ella algo jamás. La muchacha no puso objeción a la sentencia, tomando callada sus sentimientos para dormirlos en su infinita ausencia. No odiaba a esa criatura por eso, simplemente decidió liquidar lo que no tenía sentido siguiera creciendo. Mas de pronto su figura de arenas de Morfeo, se levantó del olvido para visitarla en ese nivel de la existencia donde todo se hace confuso y hasta aterrador. Era un sueño solamente, pero la estremecía cual si estuviera despierta, cual si él estuviera ahí realmente.
Ni una palabra salió de aquella boca, cuando alcanzó la rivera de aquella cama. Él, que tan bien dominaba el verbo los silencio todos con el único propósito de alcanzar aquellos labios que de estupefacción quedaron entreabiertos. Suave como lo es el viento descanso una rodilla en el lecho para inclinar la parte superior de su cuerpo hacia ella, que abrazada por la incertidumbre echo atrás su espalda yendo a caer en una fría palma, que evitó la retirada y la acorraló entre él y él nada más.
-¿Por qué tienes que aparecer ahora que decidí tirar de mis sentimientos por tí, extirparlos como si fueran un cáncer que me envenena y mata?- le reclamo la muchacha frunciendo el ceño y apretando las sábanas contra ella- Vete espectro de fantasía estéril. Vana es tu figura...nada puede provenir de un sueño.
Él no contestó. La silenciosa criatura acercó su rostro al suyo y le hizo una caricia delicada en la mejilla con la punta de su fina nariz antes de descender hasta su boca. Un beso helado, pero no por la ausencia de emocionalidad, sino porque como ángel de un mundo remoto, Daishinkan tenía una temperatura más baja que la de un cuerpo humano. Y aún así consiguió quemar la zona de la espalda de la mujer que estaba tocando con su palma abierta como un pedestal.
La palabra pasión no era desconocida para él, pero la experimentaba distinto a ella que por un instante se resistió a ese encuentro de bocas que fue como poner un cubo de hielo en la lengua. El agua congelada se fue fundiendo e inundandolo todo. Lubricado las trabas que ella ponía a su amor y la proyección de ese ángel, que en la distancia quería hacerla sentir por él, eso que una vez ella puso en una carta.
Un beso y esa mano que desvistió aquel hombro del tirante del camisón que era la única prenda que colgaba de aquel ángulo recto, forrado en una piel lozana en que cayó esa boca, estremecieron a la muchacha que inmóvil entre esos brazos parecía la dócil víctima de un vampiro. Los labios de la mujer soltaron un suspiro como el halito de una fogata que se enciende, en el oído de Daishinkan que deslizó sus dedos desde el hombro de la mujer hasta su mano que apretaba la blanca sábana. Un segundo beso, en esa oportunidad en el cuello de la chica, la obligó a ceder.
El segundo tirante cayó y el torso desnudo de la muchacha fue apretado mientras decía:
-Es un sueño...nada más.
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Susurros
Fanfiction¿Por qué ahora que me odias deseo tu amor? Esto a de ser un mal de los hombres porque en mi naturaleza no está el deseo por lo que me hace mal.