Tres

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En los sueños no hay nada. Lo correcto y lo incorrecto se desvanecen dejando solo la experiencia. Acciones sin consecuencias. Momentos para abrazar lo improbable.

Esos besos circunspendos derramados de aquella boca helada, fueron sembrando amapolas en la piel de la muchacha que en medio de la ardiente quimera se encontró envuelta en esos brazos desprovistos de atuendo, como quien es atrapado en un remolino.

Tal vez era solo el delirio de sus calurosos anhelos, pues jamás aquella mujer imaginó que alguien de tan acendrada conducta pudiera guardar tal hervor bajo la piel. Tenía que ser un truco de su mente. Un residuo del sentimiento que tuvo por aquel ser negándose a morir. Las manos del supuesto Daishinkan tenían que ser en realidad las últimas fuerzas de un deseo moribundo exigiendo la vida de vuelta, pero no importaba porque abrazada a él podía amar como pocas veces...

Los besos en su cuello se fueron volviendo mordidas semidolorosas que le arrebataron pequeños y melosos quejidos a la muchacha, cuyas manos se hundieron en aquel cabello intentando encontrar un soporte. Las falanges de la mujer se extendían y contraían conforme esa boca descendía por el espacio entre sus pechos hasta ese declive en su abdomen. Y fue ahí. En ese punto en que ella recupero el dominio de sí abriendo los ojos. Despertó y se encontró sola en su cama bañada por la luz de las estrellas que traspasaban el cristal de la ventana. Molesta por las reacciones de su cuerpo por culpa de un sueño insano, la mujer se levanto para ir a lavar su rostro al baño.

Me rechazó otra vez. Lo sé. Ignoro los transtornos que mi insinuada presencia causó entre sus sueños, mas estoy seguro no fueron de su agrado. Nada de mí es delicia para ella que vivió un tiempo en que su pensamiento estuvo atento de mi lejana figura, que no supo de las mil veces que se entregó a mi temblando de emoción y blanco deseo de por un momento, tan solo un momento, robar de mis labios un beso y mis dedos una caricia.

Ahora vivo preguntándome como habrán sido las imaginarias sesiones de amor que compartió conmigo abrazando una ilusión de mí. Y no puedo evitar cuestionarme si esa que era ella entonces realmente me amó o fue solo un invento de su inquieta y fértil imaginación, mas cuando recuerdo de los dos ese único encuentro y me miro en sus ojos estoy seguro que no solo fue producto de un espejismo las bellas palabras que para mí puso en un trozo de papel, en esa fugaz ocasión que obtuvo por mi capricho.

Fui arrogante e iluso cuando me dije que me bastaría ir a su encuentro para conseguir la paz que sus sentimientos me arrebataron. Lo único que conseguí fue perder el juicio y es que hasta siento celos de mí. Del que era antes que me viera y que indiferente disfrutó de lo que yo anhelo ahora, a ratos diciéndome es solo producto de que no puede ser.

Pero mis sentidos no aguantan más esta carencia de las sensaciones de su carne y mi corazón ciego a la verdad, de quién es ella y quién soy yo, me impulsa a seguirla hambriento. Quiero devorar su corazón. Si me viera así, exaltado, temblaría de miedo y con justa razón porque está indiferencia suya me hace querer raptarla para darle todo lo que anheló de mí hasta que se haya saciado, mas ella perdió el apetito y yo desfallesgo de inanición de sus sentimientos por mí. Porque eran míos. Poseía algo, yo que pese a mi poder no poseo ni la voluntad sobre mis actos, era dueño de su ser.

Me perteneces- le digo - Pero no me oye y es mejor así. Porque mi imperativo ánimo sobre su persona es solo producto de un arrebato de mis exaltadas  emociones, nada acostumbradas a ser revueltas y menos por una criatura como esa, tan vulnerable que uno de mis suspiros podría deshacerla.

No aguantando más su desprecio y esta sensación de desasosiego claudicó a mis anhelos por ella que insensible a mi sutil presencia se pasea galante por esa habitación. La llamó, allá como en voz baja, como murmurando bajo el agua o en el vaivén del viento. Ella me oye, pero cree es solo de su mente juego y me ignora otra vez. Mas insisto y voltea a mí como de casualidad. No estoy allí. No del todo. Sin embargo sus sentidos me perciben y me habla.

-¿Daishinkan?- pregunta como en sueños.

-Sí, soy yo...

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