Omnia Vincit Amor

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Mis padres ya no sabían que hacer conmigo, decían que era un caso aparte, que no atendía a razones... así que decidieron ingresarme. ¿La causa? Lo definían como un trastorno alimentario mayoritariamente psicológico. Lo que mis padres no sabían era que ambos teníamos un grave problema con la comida, ellos por no poder controlarse y yo por controlarme demasiado.


Los espejos y las básculas eran mis peores compañeros. Mis ojos, cegados de impotencia, distorsionaban mi figura acentuando todo tipo de imperfecciones. Ante el espejo sólo podía ver una odiosa bola de grasa al parecer muy pesada, cuando en realidad tan solo un soplo de viento bastaba para derribarme.


Odiaba a todo el mundo e incluso me odiaba a mí misma por no comprenderme. Mi único propósito era perder cada vez más peso. Me veía horrorosa comparada con las chicas que salían en la tele. Quería reducir mi cuerpo, desaparecer poco a poco. Mi vida se tiñó de colores oscuros, dejé de hacer lo que más me gustaba y lo peor, dejé de  tener ganas de nada, hasta de sonreír.


Las pálidas y aburridas paredes de mi habitación en el hospital me incitaban a deprimirme más. Las noches eran largas y frías, los días, fatigantes y repetitivos.


Antes de entrar en el hospital pase por un largo período en las consultas de la sección "Salud Mental". Una amiga cercana a la familia aconsejó a mi madre que me llevara allí porque siempre me veía apagada, como a otra persona totalmente diferente. 

      

No fui un caso fácil de diagnosticar, se podía deducir por mi bajo peso que algo sucedía, pero yo intentaba ocultar todos los síntomas. Estaba lo suficientemente convencida de que no me pasaba nada. Como vieron que la cosa iba de mal en peor, me dieron entrada directa al hospital.

Permanecí interna durante 4 meses todos los días desde la hora del desayuno hasta la hora de la cena, pero no mejoré ni lo más mínimo. Me las ingeniaba para todo. Pero de pronto una noche, la situación dio un giro brusco.


*FLASHBACK*


*Riiiiiing,riiiiiing *


Eran las 2 de la mañana cuando sonó el teléfono inalámbrico. Reconocí el número al instante, era una llamada del hospital. "Seguro que llaman para informarles sobre mi trayectoria, mi tozudez y mi inexistente mejoría", pensé, por lo que no dudé ni medio segundo en descolgar el telefonillo y contener la respiración.


-Buenas noches señora, sentimos mucho llamarle a estas horas de la noche, pero es algo de suma importancia- estaba claro que no se trataba de ninguna enfermera o supervisora que yo conociera- Se trata de su marido, hace unos días se hizo un análisis de sangre y acabamos de recibir los resultados. Nos hemos quedado bastante preocupados ante su diagnóstico ya que no habíamos visto antes muchos casos parecidos. Debido a que su peso ha aumentado enormemente en los últimos meses, su colesterol también lo ha hecho, y en nada más ni nada menos que un 50%. El riesgo de que su marido contraiga cualquier complicación médica es muy alto. Su vida corre peligro. Debe ponerse las pilas de inmediato. Su problema se denomina trastorno por atracón, en los momentos de estrés, come sin control, y su vida sedentaria agrava la situación. Mañana mismo es necesario que se presente con él en consulta a las 8:30 de la mañana. Les facilitaremos los datos de su nueva nutricionista y ella hará el resto. Es preciso que ponga todo de su parte, su salud está en riesgo. Buenas noches.


Al finalizar la llamada, el silencio volvió a reinar en la casa, pero unos segundos después pude oír los sollozos desesperados de una mujer, mi madre.


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Al día siguiente mientras mi padre conducía de camino al hospital, no pude contenerme y saqué el tema. Le pregunté por qué hacía eso. Él me dijo que cada vez que me veía mal y se daba cuenta de que sus esfuerzos por ayudarme eran inútiles, le entraban ataques de ansiedad y pensó que su única vía de escape era la comida. << ¿Qué puedo hacer para que te recuperes?>> le pregunté, y él me respondió: <<Déjame ayudarte y yo dejaré que me ayudes>>.


 Y así sucedió, en cuanto llegué al hospital cogí mi bandeja del desayuno con ganas y le pedí a la enfermera que me echara más. Ninguna persona de la planta que me conocía se podía explicar que me había hecho cambiar tan de repente. También es verdad que lo pasé fatal durante el período de recuperación, mi cabeza no hacía más que atormentarme y tuve muchos altibajos, pero el hecho de pensar en mi padre me hacía recordar que no podía permitir que le pasara nada. Mis padres siempre habían dado todo por mí.


Cada vez la relación con mi padre volvía a ser lo que era antes. Yo le daba consejos sobre como adelgazar y él me ayudaba a cambiar mi mentalidad sobre la comida. Fue un proceso largo, pero ambos lo conseguimos.

Como premio por nuestra recuperación subimos hasta la cima de una montaña y gritamos al mundo que lo habíamos conseguido.



Antes de que sucediera todo esto, no tenía muy claro que estudios iba a cursar, pero tras la recuperación estaba totalmente decidida. Me gradué en Nutrición y Dietética y actualmente soy muy feliz ayudando a toda esa gente que como mi padre, necesita sentirse bien. Por otra parte, también me dedico a dar charlas en institutos y colegios sobre mi experiencia conviviendo con la Anorexia. Cada persona debe quererse tal como es, con sus pros y sus contras.

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⏰ Última actualización: May 04, 2015 ⏰

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