De dos copas, cada quién

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Nunca me di cuenta de ese detalle hasta que Maria lo recalco la cuarta mañana que llevaba durmiendo aquí. Ambos salíamos juntos, ella tomaba la acera hacia la derecha para ir a su casa diciendo que esa noche ya no volvería, pero la verdad los dos sabíamos que iba a su piso a tomar nueva ropa limpia y yo tomaba la acera hacia la izquierda para ir al trabajo. ¿Te has dado cuenta?, pregunte yo, Carlos estaba fijo revolviendo con una cuchara su café sin cuentas, como si fuera un movimiento automático que su mente hacia para perderse en la realidad y sumergirse en ideas tan extrañas mientras ignoraba el mundo, volví a preguntar y esta vez se dio cuenta de que había una conversación flotando en el aire. ¿Qué cosa?, no supe de qué hablaba, en las mañanas suelo quedarme perdido en la nada, como si durmiera con los ojos despiertos, ni siquiera puedo pensar en algo conciso o imaginar algo fijo. Sus ojos giraron exasperada e impaciente, como si ya fuese la quinta vez que me lo repitiera, espere a que me explicara lo que sucedía o de lo que quería saber mi opinión, últimamente, por cuatro noches seguidas se había quedado a dormir aquí, pensé que le había quedado claro que las relaciones "normales" no me iban, al principio lo entendió, pero al parecer se perdió un poco en el entendimiento de lo que sucede y decidió marcar sus reglas. Se ha vuelto a quedar perdido, estoy hablando y de repente lo veo sumergido otra vez con sus ojos fijos en algún punto que desconozco. Carlos, que si te has dado cuenta de la casa de enfrente, ¿no?. No sé que tenía de interesante la casa de enfrente y en que se suponía que me tenía que fijar en ella, me encogí en hombros, pues que es blanca y aburrida, conteste con tranquilidad dándole un sorbo al café que ya había enfriado después de navegar mi cuchara en ella por tres tormentas. Llevo tres mañanas despertando aquí y hoy es la cuarta, pero aún no hemos salido a la acera, cada vez que salimos a ella él suspira largo, sé que no quiere que vuelva en la noche y quizá solo me abre la puerta porque tras el espacio para ver por ella se ha dado cuenta de que traigo una botella de vino en cartón, de esas que venden en el marcado. Cuando salimos por la mañana a la acera no decide acompañarme, ni siquiera se despide con un beso, me ha dicho que no le gustan esas cosas, se vale, en una vida de tantas posibilidades todo se vale. Ha habido algo extraño que he notado, la primera mañana salimos y tras la ventana enfrente de su casa había una silueta femenina, claramente, observándonos tras la ventana. El perdido ya no era yo, la dejé ahí en la cocina mientras iba a la recámara a cambiarme para irme al trabajo y hacer presión porque por fin saliera de mi casa y se fuera a la suya. La segunda mañana que volvimos a salir a la acera volví a ver una silueta, esta vez se notaba masculina, se veía de cabello corto e incluso pude alcanzar a detallar unos lentes. No sé a qué ha venido el tema de la casa de enfrente, ha sido así de aburrida desde hace ya tanto, blanca, nula, me parece inexistente, como si al arquitecto y al pintor les faltara ponerle la decoración el pastel o incluso el sabor. Lo sorprendente fue la mañana de ayer, me volví a fijar, pero en la ventana del segundo piso no había nadie mirando, me despedí de Carlos y cuando le volví a echar el ojo por última vez fue que vi una silueta de nuevo, de una niña tras la ventana de la cocina. Antes de que te vayas por la izquierda mira disimuladamente a la casa de enfrente y dime si notas algo, susurro como si fuera un secreto que ni el aire en las cuatro paredes de la cocina o los pájaros en la ventana pudieran escuchar, no sé que con qué carajos iba todo este rollo de la casa de enfrente, asentí para complacerla solamente, incluso sabia que quizás me iría hacia el trabajo sin mirar la casa porque se me olvidaría. Estábamos en la acera, mire la casa, no había nada, ahora él iba a pensar que le había estado inventando todo un cuento y que de seguro solo decía cosas para crear una conversación entre nosotros.

Pase al mercado primero por una caja de vino barata y luego iba caminando a su casa, era la rara la sensación que tenía, como si no haber visto a nadie en la casa blanca por la mañana me hubiese dejado una sensación de vacío. Dos toques en la puerta sonaron y esta, después de unos siete segundos, abrió. ¿Se le ofrece algo?, le pregunté, su mirada se perdió. ¿Está Carlos?. ¿Quién es Carlos?, aquí no vive ningún Carlos, creo que ha equivocado señorita, su ceja se arrugó. ¿Quién es usted y por qué está en su casa?, me pregunta y mete un poco su rostro por entre el marco de la puerta y cuando la vuelve a su postura inicial se quede perpleja, como si lo que ha alcanzado a ver la haya mareado. Se separa de la puerta y va hasta la acera y se queda mirando la casa. Blanca y aburrida, así le pareció a él y ahora concordó con lo que veía, era lisa y tan aburrida que incluso cansaba la vista, cuando mire la casa de al frente era la misma, y la dé a un lado también, la calle estaba llena de las mismas casa y lo único que las diferenciaba eran sus jardines decorados o los diferentes coches estacionados. ¿Se encuentra bien? Le ofrezco un vaso con agua o un té, usted decida, está pálida, le dije mientras veía la fachada de mi casa. ¿Estará perdida?, pregunto Joanna, ¿estará drogada? ¿Le habrán hecho algo?, su tono se preocupó y la miré, estaba perdida en su mente, sus ojos no estaban mirando a nada exactamente, como si estuviera asimilando todo, quizás algo le había sucedido. Me acerqué a ella para preguntarle si me tenía algún número al que pudiera contactar con algún conocido o si mejor llamaba a un número de emergencia. ¿Cuántos años tiene?, me pregunto de pronto, cuando ni siquiera llegaba completamente al sillón, cuarenta y ¿usted?, bajo su mirada, como si estuviera apenada, treinta. María bajo corriendo las escaleras con unos libros entre sus manos y cuando noto una cuarta presencia en la sala se colocó a lado de Joanna y se quedó callada, entrecerrando sus ojos. María, saluda a la invitada, recuerda tus modales, la niña alzo un poco sus cejas y me sonrió. Era yo, era yo, con treinta, o yo era ella, con dieciséis. No supo que éramos la misma, se fue caminando por la acera hacia la izquierda, cuando se despidió dando las gracias por nuestra amabilidad se acercó a mi oído. Siempre estarás sola, le susurré, sabía quién era y la estaba preparando para el dolor de lo que su mente fuera a crear o creer.

Las cuatro casas que habitaronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora