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Era bien sabido que en la ciudad de la libertad habían zonas algo recónditas, callejones que daban paso a lugares un tanto peculiares y que, la gente no estaba tan entusiasmada por pasar por allí sin razón alguna. Estar en esta situación se sintió como sí dios estuviera jugando un poco con él y su destino, con su maldición que afecta a todos los de su sangre. 

Sintió sus párpados pesados, «¿Qué hora es...?» Fue lo primero que se le cruzó por la mente. Estaba desparramado en el frío, duro suelo de piedra, juraría de que seguramente lucía patético. Al intentar sentarse una punzada en la cabeza le  hizo detenerse de golpe, y con la mirada cansada y la cabeza dándole vueltas se fijó en el suelo de piedras, hipnotizado por las gotas de sangre que se destilaban del lado de su frente que amortiguó la caída.

──Mierda...──Murmuró, estaba sin palabras. Su mano izquierda se aseguró de que la herida en la frente realmente existía, solo porque sí.

Miró a sus alrededores en busca de alguna persona que lo pudiera socorrer; nadie. Mordiéndose los labios y maldiciendo de nuevo en voz baja no tuvo otra opción más que levantarse, lento pero, seguro. Al menos todavía tenía la luz del sol, juzgando por su posición no debían de ser pasadas las 7, solo los negocios muy diligentes estarían abiertos a esa hora, porque que él sepa, los ciudadanos no estarían saludándose entre sí hasta las 8. Suspiró, su respiración era algo inestable. Continuó caminando, ahora a paso lento y apoyándose de las parades del callejón; despistado, había llegado a la plaza, se alivió de haber encontrado un lugar familiar, si no es porque algunos presentes lo miraban con los ojos tan abiertos como platos, infestando el lugar con angustia.

──Liebling...──Pronunció suavemente, estaba tan conmocionado que los siguientes sonidos a llegar a sus oídos eran los multiples recipientes de vidrio cayendo al suelo, haciéndose añicos,──Oh, arcontes, ¡¿qué te sucedió?!──, preguntó con la voz llena de preocupación mientras se acercaba, sus mechones rubios acariciaban sus mejillas con cada paso que daba. Albedo no era alguien de rostro muy expresivo pero, sus emociones estaban a flor de piel.

──Albedo...──; pausó, la voz le temblaba al hablar,──Estoy bien, solo me he caído tontamente──, él se ríe, tratando de alivianar la situación, claro, si no fuera porque tiene una hemorragia en la cabeza, se ve hecho mierda y ni siquiera puede sostener su propio peso sin estar apoyado de una pared, Albedo le creería, las pocas personas en la plaza le creerían. Kaeya sintió como una mano trazaba su rostro tratando de buscar algún otro tipo de herida, y aunque la visión borrosa no le dejase ver con claridad, era evidente la angustia.

──Kaeya, no puedes simplemente caerte tontamente y esperar que actúe tan tranquilo como sí no tuvieras una hemorragia en la cabeza──Comentó, buscando entre sus cosas un pañuelo para presionarlo contra la herida por mientras que una de las meseras de "El Buen Cazador" iba en busca de ayuda; indicación que Albedo le dio. Kaeya se quedó callado, hasta que tuvo que toser, fue doloroso, cuando sus ojos se fijaron en su mano, distinguió el rojo escarlata de su sangre sobre su piel, momento previo antes de volver a perder la consciencia.

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En su mente la palabra "Liebling" resonaba, era dulce de oír dicha voz tan familiar que cuidaba de su cuerpo incluso estando malherido; como la calidez de aquellos brazos lo resguardaron de la fría brisa. Era como sí su mente todavía estuviera consciente, escuchando cuchicheos y conversaciones entre un pequeño grupo de individuos; quien estaba junto a él lo sostuvo con mucha fuerza, como si no quisiera que se le escapará de su agarre protector.

Cecilias Marchitas. | kaebedo [en edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora