10:37 p.m.
Jimin se refriega los ojos y mira una vez más hacia el reloj, pequeños vestigios de asombro pintan sus rasgos. Pero ¿si hace sólo un momento eran las ocho con nueve? ¿Cómo es que el tiempo ha pasado tan rápido? Ahora desesperanzada, contempla el desorden en su escritorio. Va a tener que quedarse hasta tarde, de nuevo.
Piensa en el último receso que tuvo. No se ha despegado de la silla ni un milímetro en las últimas dos horas.
Sus pensamientos se alejan a su esposa, que sin dudas la habría de sermonear si se enterase. Entonces ambas reirían juntas por la ironía en todo aquello. Jimin es doctora, y no puede evitar caer en las tendencias malsanas que atraviesa cada especialista en salud. Es divertido, por lo que sonríe.
Ha decidido tomarse un café.
En cada zancada hacia la cafetera se tropieza con Minjeong. Imágenes de ella que había creído enterradas ahora fuera en la superficie, como cuadros de arte entre las huellas que dejan sus pies sobre la mullida alfombra; muescas de alegrías pasajeras.
Algunas de ellas parecen instantáneas, otras tienen el aspecto de partituras. Pronto se da cuenta de que las notas quieren imitar la voz de su esposa; una línea sube y baja de forma frenética; los gritos y susurros de años y años.
Sus manos tiemblan cuando finalmente atrapan la taza de café caliente. Entonces mira el reflejo de su cara impreso entre remolinos de blanco y marrón obscuro, cual agua de mar profanada. Pero no son sus ojos los que la ven, no es su nariz ni sus cejas las que admira con tanto cariño, sino las de su Minjeong. El color de sus luceros se asemeja al del café, la sacarina deja un brillo encantador en sus pupilas, y ella cree que no hay retrato más fiel de su esposa que aquel.
Tan perdida está en su pequeño ensueño, el oasis al que vuelve una y otra vez en días nublados como este, que no oye el sonido de la puerta al abrirse.
En un segundo sostiene la taza por el mango, y al siguiente está en el suelo, sin bebida pero sí con una grieta.
En un segundo no hay otra Minjeong que la que está en su cabeza, profunda en sus memorias más bellas y clavada como una estaca en su pecho; y al siguiente la tiene ahí delante, preocupada, con miedo de que se haya quemado el pie con el café, pero tan real.
Real que alivia.
Real que duele.
—¡Jimin! —la oye pero no la escucha, y aún así contesta. Suelta lo único en lo que piensa mañana, tarde y noche; lo primero que se le viene a la mente en la madrugada y con lo que se va a dormir. La suelta y al mismo tiempo se aferra a ella, a su nombre.
—Minjeong...
—¿Estás bien? No te cayó nada de café encima, ¿verdad? No veo nada en tus medias —murmura y la toma de los hombros, arrastrándola con ella fuera de la escena. Jimin continúa aturdida—. Jimin, amor, mírame a los ojos y dime que estás bien. Me estás preocupando, cielo.
—No... —dice, pero se atraganta con las palabras—. No, es que... Minjeong, tú... ¿Qué haces aquí?
Su esposa la mira apenada.
—Perdona —habla suave, y Jimin piensa que será porque no alberga intenciones de ponerla todavía más nerviosa—, no quería sorprenderte de esa manera, corazón —su voz es apenas un susurro, el fantasma de un murmullo. Un fantasma...—. Es que te extrañaba tanto, que quise venir a verte.
Jimin rompe a llorar.
—Yo... —libra entre llantos—. Yo también te extraño tanto, mi vida. Todos los días.
Minjeong posa una mano sobre su mejilla. Se siente cálida. La sensación la abate como un puñal.
Es real, se siente así.
—Lo sé, y espero que sepas que creo que está mal que lo hagas, querida.
Todo el cuerpo de Jimin ha empezado a temblar.
—¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Qué haces aquí?
—Ya te dije —insiste Minjeong—; vine a verte, ángel.
Jimin se lleva las manos a la cara. ¿Ha pasado tanto tiempo pensando en ella? ¿Recordándola?
Antes creía que no podía vivir sin ella; ahora sabe que sin ella, sólo se volvería loca.
—Ya no llores. Sabes que me pongo triste cuando lo haces.
Su esposa se está riendo, y es justo como la recuerda. Su risa. Jimin adoraba su risa.
—Dime qué es esto, Minjeong. No estoy entendiendo nada —logra decir entre sollozos.
Lo que Minjeong dice a continuación la deja helada.
—Finalmente te has reunido conmigo, cielo.
No lo puede creer. Se niega a hacerlo.
—No.
—El estrés nunca te hizo bien...
—No —la voz se le quebró.
—No estabas durmiendo bien últimamente...
—No.
—No pudiste olvidarme... —termina en tono marchito.
Y era la verdad.
Año y medio y ella seguía recordando a Minjeong.
Un año y medio y seguía llorando la pérdida de Minjeong.
Dieciocho meses y en su clóset seguían las camisas de Minjeong, el cepillo de dientes de su esposa, las viejas películas en DVD.
Horas, días, meses, un año... Y allí seguía ella en su mente, su nombre inamovible de su boca, el calor de su cuerpo en sus brazos...
Minjeong tenía razón, como siempre.
Ella había sido incapaz de olvidarla, y al final había muerto por vivir recordándola.
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Remembering
ספרות חובביםJimin recuerda. Inspirada en Memories de Conan Gray. (No realmente).