reminiscencia meliflua

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El príncipe de Khaenri'ah se sentía devastado. Había perdido todo lo que tenía: el reino que iba a heredar en un futuro, sus riquezas, su palacio. Y lo más importante, había perdido a su pueblo, a sus amigos, a su madre, a su padre y a todos sus guardias. Había perdido su hogar.

Aún recordaba aquellos días en los que paseaba alegremente por las calles junto a su guardia personal, Albedo, una creación artificial que fue creada específicamente para su cuidado y protección. De vez en cuando se cruzaba con los mellizos, Lumine y Aether, con quienes solía juntarse para hacer alguna que otra trastada por allá en el las calles del reino.

Cuando su hora límite llegaba y Albedo se ponía de su lado para encubrirlo, Dainsleif nunca fallaba en su misión de encontrarlo y llevarlo a rastras al palacio, donde sus padres lo encerraban en su habitación como castigo y le prohibían cenar.

Sin embargo, su Albedo nunca fallaba. Él siempre se escondía entre las sombras hasta llegar a su habitación, dejando la bandeja llena de comida que había traído sobre la mesita de noche justo al lado de la cama.

— Albedo, Albedo, ven.— El rubio se acercó en silencio, observando cómo Kaeya seguía palmeando el hueco libre a su lado. Un suspiro escapó de sus labios.

— Su Alteza, no soy más que un sirviente. Sería una deshonra que tomase asiento en la cama de Su-

— No eres un sirviente, eres mi guardián personal.— Hizo una mueca antes de lanzarse a soltar cosas sin sentido.— ¡No, no, eso suena a que eres como un perro! Quiero decir, eres la persona más cercana a mí. Hasta tienes permiso de entrar en mi habitación en cualquier momento del día. Se puede decir que eres especial. Eres como un amigo para mí.— La seria expresión de Albedo provocó su descontento. Había intentado mil veces animarlo, pero esas mil veces había fallado. Era como si Albedo fuese un ser programado: conocía algunos comandos, el resto quedaban fuera de su alcance.— Vamos, no me mires así. Simplemente siéntate.

— Me niego.— Habló mientras meneaba su cabeza en señal de oposición.— Su Alteza puede considerarme un amigo, pero este sirviente... No, guardián, no puede permitirse hacer tales cosas.— El príncipe se inclinó hacia adelante, su nariz chocando con la del rubio, quien se estremeció ante el repentino contacto.

— ¿Qué debo hacer para que me aceptes como tu amigo? ¡Lo he intentado de mil formas, pero durante estos ocho años siempre ha sido igual! ¿Acaso no puedes pensar tú mismo? ¿Debes ceñirte a las ideologías que te fueron implantadas?

Albedo dirigió su mirada al suelo, algo confundido. Ni siquiera él era capaz de comprenderse a sí mismo, así que las respuestas a esas preguntas recién hechas no podían ser respondidas por él. Ni siquiera era un humano, no podía ajustarse a la imagen del "amigo" que Kaeya quería.

─ Me gusta tu forma de ser. Pero no me gusta este lado de ti.─ El príncipe agarró la muñeca del rubio y lo forzó a tomar asiento a su lado.─ Fuiste adoctrinado por tu maestra, pero ahora estás aquí. Y debes obedecerme a mí.

─ Su Alteza, esto es incorrecto.─ Una mano sujetó su hombro. Dos luceros, uno como el oro y el otro como las profundidades del abismo, lo observaban fijamente.

Kaeya nunca se había ajustado a su etiqueta como príncipe. Era un alma libre cuyo hogar eran las calles de su reino, sus amigos eran esos mellizos que había conocido años atrás y el resto de población común eran sus conocidos. Él realmente quería vivir como el adolescente que era, escapando de sus propias responsabilidades y huyendo de su familia.

─ También es incorrecto que me pase los días en las calles del reino y tú me cubres siempre.─ Se inclinó hacia delate para poder alcanzar un plato y empezar a comer.

el príncipe y su guardián !! kaebedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora