Kaeya tenía buenos recuerdos de su infancia. Tras haber sido dejado por un hombre (cuyo rostro no recordaba) en el viñedo, fue criado por los Ragnvindr como si fuese uno más. En aquellos tiempos pasaba sus días robando uvas junto a Diluc y escondiéndose en la casa de Thoma para comerlas los tres juntos. De vez en cuando iban a la ciudad para pasar un rato con Jean y Lisa, quienes solían ir juntas siempre.
Pudo haber sido una vida perfecta, pero el vacío en el corazón del joven le recordaba constantemente su insatisfacción. Algo faltaba en su vida y él no podía reconocer qué o quién era.
─ Veo que alguien no se encuentra muy bien.─ Jean tomó asiento en la camilla donde su amigo llevaba varios días descansando. La pelea contra Diluc, la obtención de su Visión y el proceso de curación lo estaban desgastando mentalmente. Tal vez debió haber hecho las cosas de otra forma. Así, todo sería distinto ahora.─ Antes de venir aquí fui a ver a Diluc... Él realmente no quiere verte. ¿Qué sucedió, exactamente?
El moreno dejó escapar un suspiro. La rubia observaba expectante, todavía algo conmocionada por todo lo que había sucedido. Ragnvidr y Alberich habían mantenido el motivo de su conflicto en secreto.
En cuanto su cuerpo recuperó su vitalidad, Kaeya comenzó a desaparecer de la vista de todos, de vez en cuando escapando de la ciudad para poder sentir el fresco aire de las zonas circundantes.
Fue entonces cuando lo conoció a él.
─ ¿Qué haces por aquí a estas horas? ¿No te han dicho que es peligroso?─ Esa voz le resultó extremadamente familiar. Ni siquiera lo dudó un instante antes de abrir sus ojos y contemplar la figura que permanecía de pie a su lado.─ Además, estás herido. Será mejor que vuelvas a casa.
─ ¿Jefe Alquimista?─ La expresión en el rostro del rubio le hizo comprender que había algo mal.
─ Llámame Albedo.─ Aquella petición podía resultar extraña, pero para el futuro Capitán de Caballería de los Caballeros de Favonius era más bien familiar, como si esas palabras hubiesen sido dichas alguna vez antes.
─ Está bien.─ Mostró sus dientes al sonreír, siempre bajo la atenta mirada verde agua del alquimista.
Tras ese día, Kaeya no volvió a ver al alquimista en ningún lugar. No hasta que ascendió a Capitán de Caballería, que fue cuando finalmente pudo hacerse más cercano a él y descubrió que era alguien extremadamente cercano a Alice y Klee.
Estando con él, ese vacío de su corazón desaparecía. Albedo le ofrecía una calidez que añoraba sin ser consciente. La indiferencia que el rubio solía mostrar con casi todo el mundo desaparecía cuando se encontraba a su lado.
Cuando el alquimista se retiró a Espinadragón para una investigación, la soledad volvió a hacer aparición. El moreno pasaba sus días paseando por Mondstadt, sus noches en tabernas. En cuanto se agotó completamente de esta rutina, el hombre solicitó un permiso para visitar al alquimista.
Tuvo que lidiar con algunos problemas por el camino, pero todo mereció la pena cuando finalmente encontró a Albedo, sentado en un pequeño taburete frente a un caballete mientras pintaba tranquilamente sobre un lienzo, su mano izquierda deslizándose ágilmente a lo largo de la superficie ya pintada con tonos claros.
─ Ah, menos mal que al menos este sitio es cálido. Vengo muerto de frío.─ Al escuchar su voz, el rubio cubrió apresuradamente el cuadro en el que estaba trabajando. El Capitán de Caballería alzó una ceja.
─ Podrías avisar antes de venir.─ Kaeya tomó asiento cerca de él mientras sonreía.
─ Era mejor darte una sorpresa.─ El alquimista se apresuró a recoger todos sus utensilios, dejándolos sobre una mesa cercana.
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el príncipe y su guardián !! kaebedo
Fiksi PenggemarLa vida en Khaenri'ah era simple para el príncipe: cada día escapaba del palacio junto a su guardián y aprovechaba su tiempo en libertad para hacer trastadas. Por más que intentasen cambiar su actitud, el joven todavía era un adolescente de catorce...