〔:🌿:〕「 3 」༄˚⁎⁺˳✧༚

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Las estrellas del firmamento nocturno se pusieron alerta en cuanto reconocieron la silueta que se había detenido frente a la puerta de Tighnari. Llevaban demasiadas noches sin ver a Cyno debajo de ellas y lo habían extrañado, aunque no tanto como lo había hecho el guardabosques.

Tan solo el canto de los grillos les impidió escuchar las palabras que intercambiaron los dos enamorados entre susurros que la brisa no tardó en arrastrar. Los puntos brillantes del cielo no podían evitar preguntarse cuál podía haber sido esa conversación que había acabado sellada con un beso.

Ya fuera del alcance de las estrellas, bajo el techo de la casa, los jóvenes se juntaron en un abrazo que fue acompañado de alguna que otra cariñosa caricia y algún que otro susurro dulcemente pronunciado. Sus miradas se cruzaron, haciéndolos sentir ese chispazo fugaz que les recordaba lo enamorados que estaban el uno del otro. No existía la razón en ese momento, tan solo la necesidad de sentirse de cerca, de acurrucarse juntos y de acompañarse hasta casi el amanecer.

La luz plateada de la luna cubría el Bosque Avidya y se colaba entre las hojas de los árboles buscando llegar al suelo y conectar de alguna forma el cielo con la tierra. Sin embargo, lo que estaba ocurriendo en ese hogar cercano al bosque resultó interesante incluso para la soberbia luna. Incapaz de huir de su curiosidad, su luz se deslizó a través de la ventana de la casa, dispersando mínimamente la penumbra de la habitación y convirtiéndose en el único testigo del amor entre el guardabosques y su habitual visitante nocturno.

A Tighnari se le escapaban agudos suspiros que se le formaban en la garganta cada vez que los ardientes labios de Cyno rozaban lentamente la piel sensible de su cuello. Sus manos bronceadas apartaron sin prisas cualquier prenda que les estorbara sobre el cuerpo del azabache y a su vez conseguía que se revolviera sobre el escritorio en el que estaba sentado cada vez que sus dedos le hacían cosquillas, contrastando la piel caliente de Tighnari con los dedos ligeramente fríos de Cyno, resultando en una deliciosa sensación que mantenía al guardabosques con los ojos cerrados.

Los dedos del azabache se enredaban despacio entre los cabellos blancos de Cyno, obligándolo a permanecer a escasos centímetros de él. Le rodeó el cuello con los brazos y le clavó sutilmente las uñas en la piel de la espalda mientras el de ojos escarlatas terminaba de desvestirlo y también de desvestirse a sí mismo. Pronto sus cuerpos se tocaron con parsimonia, con más cariño que deseo, provocando un deleitoso roce entre sus pieles ardientes, destacando la diferencia entre el cuerpo blanco de Tighnari y la piel bronceada de Cyno.

Como si el tiempo se hubiera detenido, como si el mundo hubiera dejado de girar. Por un momento, el silencio los rodeó mientras cruzaban miradas. La luz de la luna que se colaba por la ventana hacía brillar la mirada de Tighnari, esa mirada de enamorado que tenía cada vez que veía al otro joven delante de él. Tighnari se acercó primero a Cyno, le sujetó la cara entre las manos y lo miró con una ternura que quizá no iba acorde al ambiente. Luego, cerrando los ojos e inclinándose hasta hacer que sus labios se juntaran, lo besó. Saboreó ese roce dulce mientras el peliblanco lo levantaba y lo cargaba desde el escritorio hasta la cama en la habitación.

El guardabosques solo lo liberó del beso cuando sintió su cuerpo cayendo sobre el colchón. Sobre él, Cyno lo miraba, siendo ahora sus ojos los que brillaban a causa de la luz de la luna. En aquel momento, como siempre en realidad, se veía tan enamorado del joven que estaba tumbado debajo de él... Las manos pálidas y finas de Tighnari le apartaron el pelo de la cara y le acariciaron las mejillas. Sus pulgares se deslizaron lentamente sobre el labio inferior de Cyno, cuyos ojos se habían desviado a los labios entreabiertos del azabache.

El resultado de todo eso fue otro beso, otro beso en el que solo existía el roce suave de sus labios, nada más que eso. Un beso sencillo, inocente y dulce que quizá no correspondía al ambiente que se respiraba en la habitación. Pero era que para ellos no había deseo, tan solo un amor tan íntimo que en ocasiones explotaba de aquella manera.

No solían hacerlo a menudo. A Cyno y Tighnari les bastaba con pasar tiempo con el otro, intercambiar caricias inocentes y darse abrazos todo el tiempo. Acurrucarse el uno junto al otro y sentir el calor del cuerpo del contrario les parecía mucho más satisfactorio que cualquier otra cosa. Poder mirarse a los ojos, sonreírse y decirse cuánto se querían era suficiente para llenarles el corazón de amor y felicidad. Incluso los besos sobraban en ocasiones; un abrazo les gustaba mil veces más. Por eso sus escasos encuentros íntimos se podían contar con los dedos de una mano. Pero a veces, muy a veces, esas noches que solían ser dulces y tranquilas se convertían en encuentros cargados de romanticismo y pasión.

Además, esa era la centésima noche que Cyno iba a visitar a Tighnari. Tal vez era una ocasión especial, lo suficientemente especial como para hacerlos tener una noche de intimidad. Arropados por la luz de la intrigada luna que entraba por la ventana y rodeados por el lejano pero armonioso canto de los grillos en el bosque, Tighnari y Cyno dejaron que fueran sus cuerpos jóvenes y enamorados los que decidieran los acontecimientos de la noche.

Aquella vez las estrellas, en lugar de distinguir en la lejanía del mundo terrestre los susurros de amor de aquellos dos enamorados, oyeron sus suspiros de pasión mientras la luna fue la única testigo de tan inédito suceso. Dispersando la penumbra de la habitación con su luz plateada, incluso la soberbia reina del cielo nocturno anheló un amor que conservara su pureza incondicional incluso en aquellas ardientes circunstancias.

Bajo las estrellas [Cynonari]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora