Capítulo 2.

77 0 0
                                    

Cuando abrí los ojos, eran más de las 2 de la madrugada.

Me levanté precipitadamente y recojí mi celular, apresurándome a dirigirme a casa. Una sensación extraña invadió todo mi cuerpo, haciéndome sentir que alguien me perseguía e intentaba que yo no lo notase. Todas las calles estaban vacías, no había más que autos estacionados y algunas pequeñas luces que afortunadamente servían de lumbrera en medio de tanta oscuridad.

La tierna voz de mi hermana con que se había despedido en la tarde, su frase "prométeme que te vas a cuidar" vinieron para atormentarme haciendo eco en mis pensamientos.

¡Cómo dejé que esto pasara!

Miré hacia atrás repetidamente y como mecanismo de defensa saqué mi celular simulando que alguien estaba en la línea. Pero mi intento de supervivencia duró muy poco: de pronto unas manos frías y ásperas me atacaron salvajemente por la espalda haciendo que se cayera mi celular. Una bofetada me hizo chocar contra el piso y me quedé inmóvil.

Tan rápido como pudo me tomó de las caderas y caminó conmigo en brazos hasta llegar a un coche, luego me sujetó las manos con una cuerda y me colocó 'boca abajo' sobre el asiento trasero.

La sangre que corría de mi rostro me impedía ver con claridad lo que había a mi alrededor y me aterrorizaba aún más el ataque cardíaco que estaba a punto de darme.

En mi mente sólo estaba el nombre de una persona: Abel. La imagen de su rostro inclinado sobre el mío cuando desperté del desmayo que había sufrido en la tarde, venía a repetirse constantemente en mi memoria. Y sus palabras "prométeme que te vas a cuidar", retumban en mis pensamientos.

Cómo desearía poder hablarte ahora.

Pasados unos minutos el auto se detuvo. -Bienvenida a tu nueva casa. -Dijo el sujeto con sarcasmo, mientras me conducía con los ojos vendados a lo que parecía una clínica psiquiátrica abandonada.

El lugar olía a humedad, y el sonido de muchas mujeres gimiendo de dolor e inconsciencia resonaba por los pasillos. Sin embargo, una voz conocida llegó a mis oídos:

-¡Suéltala! -Ordenó con firmeza.

-¿Abel? -pregunté desorientada. Pero la voz intolerante de la persona que me sujetaba se dirigió a él amenazante. -Sal de aquí en este momento, o vas a terminar muy mal.

El frío y el temor se apoderaron de mí.

-¿Ah sí? -Respondió él. ¿Y qué me vas a hacer? -Dijo desafiante.

-Mira, niño bonito, -Rió descaradamente-. Si sabes lo que te conviene es mejor que te largues.

-Nunca. -Respondió él sin titubear-. Vine por ella, y con ella me voy a ir.

Sentí como de un puñetazo en la frente el chico me soltó y ambos nos caímos, todo fue tan rápido que no tuve tiempo de asimilar cómo un disparo hizo que Abel cayera inconsciente y a mí me tomaran otra vez para internarme en ese lugar.

Una vez en un cuarto, me acostaron en una camilla y me sujetaron a ella, haciendo que poco pudiera yo respirar. Mis manos quedaron atadas, y al poco tiempo dos personas entraron al tiempo que discutían.

-¿Estás loca?

-Ya, relájate, no va a pasar nada.

-¿Nada?

-Vamos.

-No seas estúpida, ¿que no sabes que podría darle una sobredosis?

-Le haríamos un gran favor, ¿no? Tú sabes que nadie sale vivo de aquí, estas mujeres terminan quién sabe dónde y de qué forma.

-Esa no es razón.

-Ay bueno ya. Haz lo que quieras.

-Ah pero eso sí -agregó- ni creas que te voy a dejar que la dejes lúcida. Anda, te quiero ver que se la inyectes.

Ella, de mala gana, tomó la jeringa y la introdujo dentro de mis venas del brazo derecho y luego de obedecer desapareció.

Cuando el cuarto se sintió vacío, como pude me quité la "venda" de los ojos, que no era más que un ligero pañuelo blanco, e intenté zafarme con la idea de buscar por algún sitio algún bisturí o algo con lo que pudiera liberarme. Necesitaba salir de ahí y poder buscar a Abel, la sola idea de que pudiera estar muerto, sobre todo por defenderme, me tenía mal. Muy mal.

Pero mi cuerpo ya estaba débil, toda la sangre que había perdido y el efecto de las drogas que me habían inyectado, provocaron un desmayo que en mi mente tuvo tiempo indefinido.

Cuando recobré la conciencia, tenía en frente a una persona. Todo me daba vueltas. En medio de mi aturdimiento, veo a un señor vestido de blanco e instintivamente fingí que dormía.

-¿Todo en orden?

-Sí, sí doctor, todo en orden, sólo estoy haciendo unos controles.

-No se tarde, la paciente debe descansar -su tono era frío.

Cuando el médico salió, la chica de almenos unos 35 años se acercó a mí nuevamente y me dijo: "¿estás bien? ¿Puedes oírme?"

Yo sólo asentí con mi cabeza e intenté divisar todo cuanto me rodeaba.

-Escúchame bien, quiero ayudarte. Pronto te sacarán de aquí y te llevarán hacia otro lugar, lo que quieren es prostituirte. Necesito que prestes mucha atención: esto -dijo señalando una pequeña solución que colgaba de un soporte- es para contrarrestar el efecto de las drogas, si funciona, poco a poco te irás sintiendo mejor. Pero debes fingir que no sabes nada de lo que está pasando. ¿De acuerdo?

Asiento con mi cabeza nuevamente.

-Ahora, rápido, dime cómo puedo ayudarte a que salgas de aquí. ¿Recuerdas el número de algún familiar?

Mi vista nublada estaba fija sobre el techo, poco a poco me fui acomodando en la cama haciendo mayor esfuerzo para no volver a desmayarme.

-Si lo que usted me dice es cierto, -¡Ah! -me quejo de dolor mientras me incorporo-. Ayúdeme a encontrar a una persona.

-No hagas esfuerzos -me dijo- estás muy débil. Yo te voy a ayudar, dime a quién quieres que busque.

-Hace rato antes de que me trajeran aquí, alguien vino a buscarme, -hice una pausa antes de continuar, intentando contener toda la rabia que sentía -Pero ese monstruo... -Mi voz se quebró, a penas capaz de continuar-. Le disparó y ya no supe más de él.

Los sollozos me embargaron la voz y fue cada vez más difícil tratar de controlarme, y entonces la conmovida mujer salió en busca de la persona que había arriesgado su vida por intentar salvar la mía.

Después del primer amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora