Capítulo 3.

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Cuando desperté estaba en un lugar muy diferente. Abel estaba a mi lado, sentado, con sus brazos cruzados sobre su abdomen.

De repente, todos los recuerdos llegaron a mi mente: el disparo, la mujer, los desmayos. Todo llegó como una ráfaga, abrumándome con intensidad.

Observé a Abel: se veía agotado. La débil luz que iluminaba, me permitió apreciar con mayor precisión todas las facciones de su rostro.

Cuando abrió sus ojos, una sonrisa de alivio y alegría se formó en sus labios.

-Despertaste, -susurró cálidamente, como tratando de aguardar una emoción inmensa-. ¿Cómo te sientes?

Noté que estaba acostada sobre una cama bastante cómoda, y que además tenía un pijama que obviamente no era mío. Toqué mi frente, mi herida estaba curada. Mi cabello recogido, y mi mano derecha estaba canalizada por un catéter cuyo bajante lucía ligeramente amarillo.

-¿Dónde estamos?

Hice un esfuerzo para levantarme apoyándome con mi mano libre sobre la parte de atrás de la cama.

-Despacito, no te esfuerces. -Susurró él, ayudándome a reincorporarme. -En mi casa.

Mis ojos se posaron en él, y al hacerlo, noté que su rostro estaba ligeramente magullado, como si hubiera recibido varios golpes.

-Dios mío, -Observé detenidamente los moretones que tenía sobre su cara y puño, y mi corazón se estremeció al imaginar todo lo que había soportado-. No debiste hacer esto por mí, Abel, yo no valgo la pena.

Bajé la mirada escondiéndola brevemente de la suya, pero él me tomó de la barbilla obligándome a volver a mirarlo.

-Esto no es nada -sus palabras eran tiernas. Volvió mi cabeza buscando la triste mirada que inútilmente había yo tratado de ocultar, y tomándome del rostro, se acercó suavemente hasta que sus labios tocaron mi mejilla, dejando sobre ella un cálido beso.

-Y tú sí vales, y mucho.

Trato de dedicarle una sonrisa. Mi vista estaba fija sobre los almohadones y las colchas que adornaban el lecho, cuando una débil lágrima rodó sobre mi mejilla.

-Tuve tanto miedo por ti.

-Y yo por ti, -respondió.

-No logro entender cómo me encontraste.

-Me quedé muy preocupado por ti, así que te llamé varias veces y como no respondías, sentí que algo no estaba bien. No me preguntes cómo, pero por alguna razón sentí que estabas en peligro. Así que le pedí a un amigo que rastreara tu celular, y así fue como pude dar contigo.

-¡Dios mío! -Me quedo en silencio por varios segundos pensando en lo que él había sido capaz de hacer. -No puedo creer que hayas hecho esto por mí; si te hubiese pasado algo yo...

-Shh, no lo digas. -Susurró suavemente.

-De verdad, yo me muero.

Abel quedó en silencio por un breve momento, sorprendido por mis palabras. Un suspiro escapó de sus labios y sus ojos mostraron una mezcla de asombro y debilidad. Pude ver cómo mis palabras lo conmovieron profundamente.

Después del primer amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora