III. Familia

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Casi siempre se puede saber lo que le ocurre a una persona con su aspecto, especialmente por cómo tiene su rostro. Los humanos tienden a ser hipócritas con los años, para evitar peleas o sólo ven en su beneficio. Normalmente quienes ven y se preocupan de sí mismos, son por dos razones: Egoísmo o independencia.

El señor Chae y su hijo son ambas razones por circunstancias totalmente distintas. El joven Chae siempre ha respetado su religión, ama a Dios, le gusta guiar a la gente por el buen camino, evita emocionarse o sentir placer ante minorías para no cometer pecado, ofrece su ayuda a quien lo necesite y le da el merecido respeto a su progenitor. Su papá se lo dejó muy en claro desde sus ocho años, su obligación como hijo es apoyarlo, creerle y obedecerlo, porque nació gracias a Jesús y debido a él tiene que pagarle de alguna manera, su vida. Ha sido así y nunca cambiarán las cosas. A veces llega a cuestionarse si los mandamientos de Dios son correctos, elimina esa idea absurda al leer su biblia y reflexionando sobre sus hazañas, recordándose que no ha hecho algo de provecho. ¿Será así su vida hasta el final? No, actuará de una vez, él no quiere irse al infierno una vez cruce por esa puerta del más allá, todo estará bien mientras aprenda.

Los momentos en donde más se cuestiona es antes de ir a dormir. Luego de rezar por un buen descanso y agradecer lo que tiene, oye a lo lejos cómo los jóvenes de su edad salen a jugar o platican entre ellos, marcando lindos recuerdos. Bloquea sus ansias de conocer el mundo fuera del círculo divino que tiene su papá y se promete que será el mejor sacerdote en cuanto ya esté preparado.
También se cuestiona todo gracias a la inexistente felicidad en su vida. ¿Qué es felicidad? ¿Es lo que siente alguien al comer su helado favorito? No, eso era placer y es pecado, ¿se siente cuando se besa a tu pareja? No, también es pecado, ¿es cuando uno está seguro de su apariencia? No, ahí está dando a desearse y es pecado... ¿por qué todo tiene que ser pecado?

Derramando lágrimas como una fuente, sus ojos cristalinos no se distinguen por el exceso de su cabello, ya rebasó el tabique de su nariz. Entrelaza sus dedos rezando una última vez para que alguien se apiade de él y, al menos durante un minuto, deje de juzgarse y aprecie su vida, conociendo aquello que es prohibido...

- ¿Qué es lo prohibido, Hyungwon? -. Una voz masculina y dulce aparece frente a él, alumbrando toda la iglesia sólo en su presencia, iluminando su rostro, así como sus muslos.

- El placer propio y tú -. Jadea en una voz congestionada, incapaz de controlar su cuerpo, permitiendo que su chico le recorra con las manos frías sus muslos pintados en moretones.

- No, tú lo eres, todo este tiempo has sido tú -. El chico no tan misterioso besa aquellos golpes, tan lento y suave, demostrándole lo bien que lo ama, o la lujuria que lo ataca.

Asustado, aprieta sus ojos por encima de sus ojeras, contrayendo sus piernas duramente, negándose a demostrar todo el placer que quiere explotar de su cuerpo por estarse aguantando tantos meses. Las manos morenas de su chico son tan fuertes que lo hacen jadear, el aire choca sobre su piel animándolo en sonrojarse, recostándose sobre la mesa donde su padre regularmente coloca la biblia. Baja la vista encontrando los ojos pequeños y lujuriosos del contrario, acercándose cada vez más a su rostro. Extrañamente, esto lo siente como un deja vu, y sabe que terminará llorando por culpa, pero con su premio clavado en él, tapando el pecado, cegando a Dios por la blasfemia que están cometiendo.

- ¿Por qué no abandonas a tu papá, Hyungwon? Yo te amo -. Súplica el chico, burlándose del religioso al no tener voto ni iniciativa para detener su intromisión.

- Esto es pecado, libérame, Dios me está viendo, yo no hago esto, Gun -. Gimotea y llora abrazando la espalda ancha de Gun, negándose a observar lo bien que es jodido por él y todo el placer que derrama su miembro, ensuciándolos mutuamente.

Desaliento - [Monsta X] HIATUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora