Capítulo 8. Amaneceres secretos

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El alba nos encontró mientras nos sedujo en la carne, porque parecíamos inmundos animales, seduciendo nuestro cuerpo con el arte de la infidelidad. Tu mirada me daba el aliento, pero tus llantos hacían quebrarme como los huesos que se lleva el viento en los silencios de la muerte, bajo mi regazo adormitabas mi existir, y tu sonrisa revivía los momentos que dejaron de vivir, y en nuestros amaneceres secretos componíamos las notas que estaban por morir.

Las mañanas eran mías y las noches eran de él, pues lo que se quedaba inconcluso en las madrugadas de su amor, lo concluíamos los dos cuando casi rayaba el sol, puesto que, al huir cada mañana de tu hogar, regresabas a los brazos de la intimidad que dejamos en las prosas mal escritas de Madrid. Desnúdate ante mí y no veré tu cuerpo, sino lo que está detrás de tus ojos, tu alma.

Duele verte con el príncipe que evade tu mirada por unos ojos distintos a los del mar, porque en ti se refleja lo que hay más allá de la divinidad, pero él prefiere simplemente los retazos que dejó la mortalidad. Perdóname por ser yo, y no ser lo que tus ojos buscan, más le pido al destino y a la clandestinidad, que cada mañana sea única, siendo las noches efímeras como el verano en North Ice, para que así el olvido no le llegue a nuestro recuerdo.

Mis días ahora son eternos en tu tierra, donde los astros son los cómplices de que juntos caminemos, aunque sea en un eclipse lunar, mientras estás con él, llegando yo a tus brazos en la oscuridad, siendo solo nuestras sombras la obra de arte que dejó Van Gogh sin pintar, porque si supieras cuánto te amo, te escaparías conmigo para nunca regresar, donde viven los fantasmas, donde podemos habitar.

Recuérdame en la noche y que sea yo quien pase por tu mente, en tus primeros segundos y en los últimos momentos donde dejas de respirar, para que mis lágrimas solo sean la tinta con la que la carta de nuestra infinidad sea escrita en los fugaces momentos del tiempo, siendo nuestro amor el sello glorioso que le pondrá punto final a nuestra pequeña historia inconclusa que quedará en la silueta de nuestros instantes del Eros y de Himero.

Tal vez él te ame siéndote infiel, y tal vez tú lo ames correspondiéndole cada forma de su ser, tal vez él no te ame siéndote fiel, y tal vez no lo ames sin ser igual que él, solo somos coincidencias que se unen sin saber lo que es amar, porque yo subiría a la luna si fueras extranjera, y él solo recogería una flor de su jardín, más aún tu forma de amar no se entendería, porque tú tal vez solo querías un abrazo sin sentirlo, empero prometo amarte más que él aún sin aliento, aún sin consciencia, aún sin ti.

Solo escríbeme una carta y dime cómo estás, para vivir tranquilo y saber que él te trata bien, porque juro ante el cielo, si yo llego a saber que él toca de más tu piel, que el abismo del infierno será pequeño ante tal voluntad que yo llegue a tener, para protegerte en mis brazos, y no dejarte jamás a los ojos de los ciegos ni a las voces de los santos.

Me tatuaré tu nombre para pensar en cada letra suya, y ahí encontrarte, en mis momentos de silencio, en mis momentos de dolor, para así, cada mañana que descubras mi piel, sepas que una parte de mí te pertenecerá aún después de la muerte. Que mi pensamiento no me gane y pierda por siempre la partida, para hacer aquel secuestro perfecto que un hombre no pudo completar, muriendo en las llamas de su locura, ámame como yo te amo, aunque sea en el infierno, junto a las llamas de la eternidad.

Llegas a mi cuarto con un mundo sin pensar, con la mirada fría y perdida, con la mirada triste y poseída del demonio de la desilusión, porque te arrebataron lo que un día terminó, lo nuestro, lo de los dos. Te abrazo en mi respirar, más no es suficiente, lloras en el rincón, eternamente.

—¿Por qué? Solo lo hice para continuar con el legado de mis padres, ahora sé que mi hermana podía llevar ese legado, que se me fue impuesto para no amarte. —Entre mis brazos, mientras llora.

—Hiciste lo correcto, no importa que no nos dejen, no importa la distancia, siempre estaré ahí, aunque estés en París y yo en Roma, siempre serás la dueña de mi corazón. —Entre sus brazos, mientras la abrazo.

Sales de mi cuarto recordando nuestro primer acto, donde bailamos entre tantos, en aquel lugar, donde prometimos amarnos en la perennidad, ahora espero recordarnos cuando seamos ancianos y vivamos lejos de nuestra oscuridad, aunque sea en cien años, te esperaré, de este lugar no me moveré, para verte por siempre, en nuestros silencios y, amaneceres secretos.

Prefiero morir antes que verte partir, porque ni un millón de primaveras podrían hacerme ver tu féretro en el sepulcro, donde nos despidamos para siempre jamás, y nunca nos volvamos a encontrar, es así que prefiero ser el primero y no el postrero, para aparecerme junto a ti en forma de colibrí.

Seré el guardián de tus noches, donde los búhos cantan y las cigüeñas tejen su nido, esperando tu pequeña forma de ti, sin mis ojos y mi voz, pero con la silueta perfecta de tu amanecer, espero que no llegue pronto y permita continuar siendo amantes, no del amor sino de la eterna compañía, donde los dos compartimos nuestra perfecta poesía, la de la vida, que se esconde en los abismos de nuestra alma, y solo puede salir cuando estamos juntos, sin que nadie lo sepa, ni Dinamarca completa.

Me prometiste la infidelidad del mar, pero comprendí que, con solo estar junto a ti, puedo tener más que en un simple rito sexual.

Maldito el día de tu boda, porque fue el preámbulo de nuestra lejanía, bendito el día de tu boda, porque fue el inicio de otra historia de amor, la que estamos viviendo los dos, mientras la soledad nos acompaña y la hacemos parte de nuestro amor.

—Quiero estar contigo, no quiero dejarte nunca... —Entre lágrimas, en mi pecho.

—Ni el castigo más grande podrá separarnos, ni siquiera un poco... —Mientras beso su cabello, y su frente sin parar.

El problema no es separarnos, el problema es que aún en la distancia yo te seguiré amando, y es por eso que, si estar contigo fuera unos segundos, los haría eternos para vivir en la perpetuidad, tomados de la mano como las notas de Beethoven que se aman sin escuchar.

Cada amanecer apareces junto a mí, disfrutándolo más que cada anochecer, porque en la noche aparecen los errores que quisieron detener lo que amábamos hacer cuando solo éramos tú y yo, las estrellas del cielo, ver y esperar dos siglos más para pedirle un deseo a la estrella fugaz que dejó pendiente el encargo que no pudimos obtener.

—Ya no quiero estar con él, quiero estar contigo, pero no solo en las mañanas, sino perdidos en el tiempo donde ya nada tengamos que ocultar. —Con sus rojos, estando a la par de mi almohada.

—¿Cómo de Gales a Madrid? —Le susurro, mientras me distrae su sonrisa.

—Como de Gales a Madrid. —Me susurra, mientras se acurruca a mí.

En los viajes comprendimos que nuestro destino aún no estaba escrito y debíamos de escribir, porque, así como fuimos de Gales a Madrid y nos dijimos en la lluvia que nuestra historia nunca llegaría a su fin, así hoy, emprenderemos un viaje al olvido, donde al fin podamos concluir hasta en la vejez lo que esperamos, un latir en tiempo y al mismo momento. Una mañana sin ti es como una lluvia sin abril, más yo llevo tres mañanas buscándote por cada rincón, te alejaste y no volviste, y si no te encuentro, andaré como un mendigo bajo la luna de Madrid.

Y si no llegamos a ser el uno para el otro, te prometo en otra vida encontrarte y jamás soltarte, porque en la tierra, en el cielo o en el infierno, seguirás siendo mi eterna casualidad.

La princesa y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora