Quiero fumar. El silencio es insoportable, pero es mejor que la discusión que tuvimos antes. Mi mamá estaba manejando y de vez en cuando la podía ver apretar el volante con fuerza. Ni una vez se volteó a mirarme. Estaba enojada. También estaba triste, decepcionada, ansiosa, destrozada, desesperada. Lo sabía. Me lo había dicho en más de una ocasión. Y ahora todos esos sentimientos estaban a flor de piel. Pues bueno, no es algo muy lindo estar llevando a tu hijo al Instituto Justina Ford para la rehabilitación de adolescentes. No sabía si esos sentimientos eran hacia mí o hacia ella misma. O hacia ambos. Ella no tenía la culpa. Por mucho que me gustaría culparla. Odiaba estar haciéndole esto a ella, pero una parte de mí odiaba que le pusiera tanta importancia y desearía que solo me dejara en paz. Me hubiera gustado que trajera a Sofía, igualmente. Pero pensándolo era mejor que no, dada la situación en la que me encuentro. No es un buen recuerdo ver a tu hermano mayor ser llevado a un centro médico. Aunque el último recuerdo que le dejé tampoco fue muy bonito que digamos. De igual forma, debí haberme despedido. Me hubiera gustado decirle lo mucho que la voy a extrañar. Ella también debe estar enojada. Miro mi buzo y, a mi pesar, ella tenía razón. Tengo una marca de helado de pistacho bien en el medio de mi buzo negro. Por supuesto que jamás se lo diría. En mi opinión, no se nota y nadie la va a ver. Lo cual en cierta manera me parece cierto, ¿a quién le importa como un chico este vestido? En especial en ese centro de rehabilitación. Estoy roto, por eso me mandan ahí, tengo permitido verme roto. Además, el buzo es el último de mis problemas. A una de mis botas le falta una suela y están atadas muy así no más. Mis rodillas están llenas de raspones y moretones que se ven por el agujero de mis jeans. Cabe destacar que esos agujeros no estaban ahí cuando compre el jean. Mis manos están manchadas con acrílico. Amarillo, marrón, verde, celeste. Me llevé la mano a mi boca y comencé a morderme las uñas. Al segundo la volví a poner en mi regazo. Mama odia que haga eso.
—Ya casi llegamos.
—Genial —dije de forma irónica. No podía esperar mentir y salir de ahí lo más rápido posible y volver con María. Ella siempre me consigue lo que quiero. Mataría por un cigarrillo ahora mismo. No estaba acostumbrado a viajar por mucho tiempo en auto. Cambiar de aires. Esa había sido la excusa que me dio mi mamá para enviarme a otra ciudad. No solo cualquier ciudad, ni más ni menos que Denver. No sé si valían las tres horas de viaje. Le prometí intentarlo por tres meses, a esto de intentar mejorar, pero ambos sabemos que será un fiasco. No hay esperanza en mí. Debería concentrarse en Sofí, ella si tiene un buen futuro por delante. Puede ser todo lo que yo nunca podré. De cierto modo eso me tranquiliza. Además, solo se lo prometí porque no paraba de llorar cada vez que intentaba salir o cuando me encontraba regresando a la madrugada. Estaba harto. Sólo quiero hacer mi vida. Tuve un pequeño desliz, nada más. Me sobrepase, pero no volverá a suceder. No es como si no quisiera vivir. Solo quiero divertirme.
Llegamos a unas puertas de rejas enormes con un cartel que decía 'Bienvenidos al Instituto Justina Ford' en letras doradas que ya parecían bastante viejas. El guardia le pidió una identificación antes de dejarnos pasar. El lugar era enorme, ya entendía por qué mi mamá me decía que era como un campamento o una estancia. Luego ya le dejo de decir centro de rehabilitación y comenzó a decirle a sus conocidos que iba a ir a un campamento de verano en Denver. Lo cual sonaba lujoso, divertido y para nada lo que iba a estar haciendo ahí. Creo que así se ahorraba la vergüenza que sentía por tener un hijo como yo. Al entrar se podía ver centenares de árboles y pasto a los lados del camino de cemento por el que íbamos. Ya en el fondo se encontraba el edificio mas gigantesco que he visto en mi vida. Una señora, probablemente la vieja de todo este circo, junto a dos enfermeros ya nos estaban esperando afuera. Llevaba puesto una falda de tubo que le llegaba a los talones con unos zapatos de tacón bajo, todo de color sepia, al igual que su saco. Lo único diferente era su camisa blanca. Llevaba su pelo rizado en un moño y su piel casi que brillaba con la luz del sol. A los costados del edificio se podía ver chicos de varias edades corriendo y jugando. O solo sentados a la sobra de los árboles. Uno en especial estaba sentado en el árbol más grande que he visto. Con unos jeans negros con cadenas y un tank top blanco. Tenía un collar con una cruz de plata alrededor de su cuello. Se notaba que se había hecho un rapado, pero su pelo ya le estaba creciendo, lo cual le daba más definición a su rostro. El rubio de su pelo parecía el del labrador que tenía mi vecino. Me pregunto si será igual de suave. Estaba flaquísimo y sus muñecas estaban llenas de pulseras y sus dedos llenos de anillos. Estaba leyendo. Debió haber sentido mi mirada porque levanto la vista y clavo sus ojos en mí. Sus ojos. Del color de la espuma de las olas cuando chocan contra las rocas. Me dio una sonrisa mostrándome el espacio que tenía entre sus incisivos. Tierno. Sentí mi cara arder. Voltee antes de que alguien más me viera. Sentí que había hecho algo que no debí hacer. Como si hubiera entrado al baño de mujeres y ellas me hubieran echado a patadas. O como si me hubieran agarrado masturbándome. Estaba seguro de que estaba sonrojado. Gracias a dios que mi piel lo disimula bien. Ventajas de ser moreno. Cuando mire de reojo para ver si seguía ahí, mirándome, ya no estaba más.
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Boulevard of Broken Dreams [ESP]
Teen FictionValentín conoce a Casper un día lluvioso en otoño a finales de septiembre. Usando su buzo negro, que le llegaba a las rodillas y que tenía manchas de helado de pistacho justo en el centro. Con sus botas negras, la cual una le faltaba la suela, y su...