Nubes rodeaban la zona mientras puertas y rejas se veían a lo lejos.
Las alas de la figura titánica revoloteaban empercudidas.
Cada oleaje que el viento producía tras dichas sacudidas transmitía consigo sensaciones etéreas, como la alegría o el pesar. Todas aquellas corrientes de viento uniforme concebían, como gotas cayendo repentinamente sobre piel, un escalofrío mordaz solo contrastado por el sofoco que irremediablemente las miradas de aquel ser ocasionaban con la naturalidad de un respiro inintencionado.
Los cientos o miles de ojos posicionados con apenas separación entre las coberturas de sus costados emplumados entregaban un porte elegante, cuyas pupilas ambarinas gozaban de exponer con cierto aire de soberbia involuntaria.
Sin embargo, ni su tamaño ni su amorfia se comparaban a la evocación de incomprensión cuya mera presencia irradiaba. Dicha impronta no era el producto de pazguata demencia en su anatomía, mucho menos la absurdez de concurrir nociones intangibles en sus convidados presenciales; a cambio, lo más realísticamente descarado debía ser su incesante insistencia existencialista de exponer, como si hubiera un jurado eternamente presente, la existencia de lo inherentemente inentendible o universalmente inimaginable, todo ello amalgamado en una sola entidad.
Levantando su undécima ala debajo de su cuadragésima garra promulgó con confianza metódica.
-Hermano mío, hijo del creador. Debo aclararte nuevamente mis intenciones. Para alcanzar la superación para contigo mismo, debes mejorar tus tácticas y modos de enfrentarte a las desdichas.
El hombre en frente de tal entidad, rodeado por una coraza pálida de metal con pequeños huecos verticales simétricamente separados en su casco, levantó vigorosamente su brazo, rodeada por un grueso guantelete. Con espada en palma, vociferó con emoción irritada.
-He de destruir las maleficias que la presencia de Sceleratus causa a la existencia de aquellas pobres almas de hombres incapaces de zafar de las voraces penurias que su existencia remonta. Ángel de la eternidad, primer creado, he de suponer que tus motivos puros y justos no atentan contra la responsabilidad que mi espalda acarrea con orgullo total.
En un signo de comprensión, el ángel correspondió un movimiento de su séptima ala a modo de formal reverencia.
-Ni yo, ni el padre, ni ningún hermano alado se atrevería a interrumpir la vanagloriosa tarea del aquel sobre los caballeros. Nuestra más sincera y única voluntad favorece tu destino de alcanzar tal enrevesado objetivo.
A modo de pensamiento, el humano en pálida armadura caviló futuras posibilidades. Decenas de ideas se formaban a modo de lluvia en su mente, y una vez elegido su movimiento futuro, proclamó fehaciente.
-Dentro de poco partiré. No descansaré hasta coronar mis esfuerzos con la cabeza de aquel ruin demonio.
-Tus palabras fueron oídas, mi hermano. Permite a este ser enviar tu alma de regreso a la tierra del hombre. Lugar en el cual obrarás con afilada justicia a mano.
Un coro resonó mientras el ser de luz estiraba sus varias articulaciones. Un rayo de luz esperanzador circunvaló al caballero, quien comenzó a levitar mientras las brechas de su casco observaban decididas hacia el cielo encima del cielo.
Con un resplandor, plumas ceremoniosas comenzaron a caer desde donde hasta hace unos momentos el mortal se encontraba, dejando en su lugar un vacío blanco que con el paso de unos segundos perdió toda transparencia hasta no dejar signo de haber hecho presencia alguna.
El ser angelical, con sus cuatro mil cuatrocientos cuarenta y cuatro ojos, rezó a su señor, amo y padre por la victoria de tal valeroso humano.
La guerra contra el malvado Sceleratus, el del inframundo, ya concurría en su enésimo siglo; incontables escaramuzas, batallas uno a uno y partidas de juego de mesa ocurrieron épicamente dejando su huella en la historia. Tras el paso de tanto tiempo sin un ganador, el cielo dictaminó un cambio de estrategia: los habitantes divinos ya no serían los verdugos de tal hazaña, sino que pasarían dicha tarea a la infinitamente estudiosa humanidad, cuyos métodos con cada siglo evolucionaban y sus estrategias mejoraban. Se dictaminó que se necesitaría un solo paladín, erudito de las variadas artes de la guerra y esgrima, para acabar con la amenaza del ejército infernal liderada por aquel ser de oscuridad.
El paladín pálido era el fruto de aquella táctica, un humano versado en las artes necesarias para cumplir tal estremecedora tarea, y el hombre en el cual el primer ángel depositaba toda su confianza.
Desafortunadamente, los métodos del cielo para calcular el nivel de habilidad de aquel hombre elegido sufrían de una negligencia fatal. La cantidad de conocimiento no siempre era equiparable a la destreza necesaria para llevarlo a cabo de manera práctica.
Una pequeña formación de nubes en forma humanoide surgió desde la base del cielo. Ante esto, el primer creado, elevó su vigésima quinta ala, creando una ráfaga que volvería forma física a tal fenómeno, completando la apariencia de aquel humano en armadura.
-Hermano mío –el ente exclamó-. ¿Cuál ha sido la causa actual de tu desdicha? El tiempo pasado desde nuestro último encuentro percibe desgracia en su escasez.
-Oh, imponente figura del cielo. Una desgracia me ha carcomido. –dijo tras completarse su materialización.
-Mi existencia se encuentra presente para oírte.
-Debo informar, que el poder de la madre tierra y su naturaleza sirviente, es mayor a aquel calculado por el más ingenioso de los tácticos. Apenas llegado al margen mortal, una infame criatura se desplazó hacia mí, dando final a mi décima vida.
-¿Puedo ingerir el conocimiento de tal bestia parda? –curioso ante la existencia de un monstruo que capaz pasó desapercibido, inquirió.
-La horrible, malvada y miserable existencia conocida como gorrión común lanzó su chirrido demoníaco frente a mí. Siendo sorprendido por tal infalible ataque, eh cometido el acto incidental de morder mi lengua hasta acabar con mi vida, muriendo dignamente tras intentar combatir con tal apocalíptica amenaza.
Pasada dicha confesión, el ángel comenzó a pensar más detenidamente por primera vez desde su nacimiento. Expresó para sus adentros que tal vez el cielo no eligió el método ni individuo más óptimo.
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Magnificentes
HumorEl valeroso paladín, elegido por los cielos, es enviado por el primer ángel a cumplir una ardua tarea que lo llevará a luchar contra los eventos más catastróficos... o al menos para sí mismo. Un ángel que duda de su propósito, un caballero inútil, u...