Capítulo 3

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Hermione pensó que si daba diez pasos, habría recorrido toda la casa de su tío Remus. No era para nada espaciosa. Seguramente para un soltero como él estaba bien, pero dos personas en esa casa eran muchas; y tres ¡una multitud!

Había una salita de estar con un único sofá y una biblioteca con pocos libros, revistas de juegos de ingenio apiladas y solo dos retratos familiares.

Curiosa se acercó a la biblioteca, y miró de cerca las fotografías: en una de ellas estaban su abuela Hope y el abuelo Lyall con sus dos niños, Romulus y Remus. Su tío Remus estaba al lado de su madre, tomándola de la mano, estaba despeinado y tenía su cara infantil enfurruñada.

Seguramente no quería que lo fotografiaran, pensó Hermione.

En la segunda fotografía él ya era un adolescente de tal vez quince o dieciséis. Allí estaba abrazando a su madre, y ella ya no se veía tan saludable y rozagante como en la primera fotografía...

Remus entró a casa cargando la maleta en una mano y las bolsas en la otra. Cuando Hermione lo vio, se apresuró a ayudarlo. Ella tomó las bolsas y él le dijo:

—Dejaré tu maleta en la habitación que ocuparás. Puedes dejar esas bolsas en la mesa de la cocina, yo luego ordenaré. Después de que lo hagas, ven, por favor.

—Está bien... —respondió ella y lo vio irse por un angosto pasillo.

Hermione se metió a la cocina y dejó las cosas sobre una pequeña mesa cuadrada que estaba junto a la ventana. Después le echó una mirada al lugar... la cocina era acogedora: habían solo dos sillas, una mesa con cajones, un horno, un pequeño refrigerador, un escurridor de platos colgante y la encimera dónde también estaba la bacha para lavar los platos. En verdad su tío se las había ingeniado para ocupar solo el espacio necesario y sacarle el máximo provecho a los muebles.

Ella salió de allí, y siguió el sentido del pasillo. Al fondo del mismo, había una puerta corrediza que daba hacia el patio y a su mano derecha, antes de llegar al final, estaba el único dormitorio de la casa. Hermione entró allí y lo encontró esperándola...

—Esta será tu cama, por el tiempo que te quedes... —dijo su tío, dando unas palmaditas al colchón —; yo dormiré en el sofá de la sala. Te mostraré algo...

Remus se acercó a una cómoda y abrió uno de los cajones. Estaba vacío.

—Esta cómoda es exclusivamente tuya. Todos los cajones están vacíos para que los rellenes como quieras. Y en ese placard está mi ropa. Así que, si bien este será tu territorio, necesitaré entrar aquí de vez en cuando para sacar mis cosas... Ayer aproveché que era domingo y no tenía que ir al trabajo, y compré esto para que... bueno... tú, ya sabes, estudies y estés cómoda.

Él le señaló un pequeño escritorio de pino que estaba perfectamente encastrado en una esquina con una silla a juego.

Ella lo miró con dulzura y agradecimiento. Se acercó a su nuevo escritorio y pasó su mano por encima.

—Gracias. Eres muy lindo... —le halagó ella.

Remus se revolvió los cabellos incómodo, porque estaban en el dormitorio, los dos solos... y muy cerca... y le pareció que el espacio se había encogido más después de recibir tremendo elogio.

—No es nada... bueno... —tartamudeó Remus —El baño está aquí —señaló el cuarto que estaba dentro de la habitación. —Lo único que le falta es la puerta, pero no te preocupes no me pasaré por aquí cuando estés ocupándolo.

Ella se sonrojó y asombrada dijo:

—¿Qué? ¿el baño no tiene puerta?

—No, es que...

El Pueblo de San AndrésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora