8: Lover.

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—Mírate—me ordena.

—¿Quién diría que la que era odiosa, prepotente, y malhumorada conmigo, estaría brincando desesperada encima de mí?—terminó con voz agitada.

Me excitaba de una manera muy fuerte que me hablara mientras teníamos sexo, siempre me recordaba lo bonita que era, lo mucho que lo pongo y aunque a veces se pase con lo que dice, como con lo que acababa de decir, me ponía aún más. De igual forma, Frederick no sabía estar en silencio, y esa era una de las muchas cosas que me gustaban de él.

—¿Por qué eres tan divina?—me pregunta y yo no podía responderle, claramente. Cierra los ojos jadeando y entonces empecé a ir más rápido, gritando y retorciéndome de placer.

—¡Maldición!—dice gimiendo.

Me estaba enamorando de la forma en la que gemía este hombre.

Me toma de las caderas guiándome y entonces, llegamos los dos al mismo tiempo y gritamos aún más duro de lo que ya hacíamos. Creo que había sido el mejor sexo que habíamos tenido. Caigo encima de su pecho sudado y él me quita el cabello de la cara.

—¿Te he dicho que eres una experta en esto?—me preguntó dándome un beso en la frente. Eso si podía responderlo.

—La verdad no.

—Pues lo eres—dijo riendo y yo me le uní.

—Nunca había tenido tan buen sexo como el que tengo contigo—si él estaba siendo sincero y directo desde el día uno, ¿Por qué yo no?

—Me alegra mucho saber eso, se me ha subido el ego.

Reímos y nos abrazamos.

—¿Quieres bañarte conmigo?—le propongo con una sonrisa.

—¿Recuerdas que pasó la última vez que eso ocurrió?—alzó una de sus cejas y yo sonreí inocentemente.

Estaba a punto de responderle pero sonó el timbre y nos hizo levantarnos, al levantarse Fred, y verlo de espalda viendo como botaba el condón, vi su gran culo. Joder, tenía un lunar en el culo, un lunar que apenas voy viendo.

—Me gusta el lunar—digo tranquila.

—A mí el que tienes entre los senos—dijo poniéndose el boxers y secándose con una toalla el sudor. Volvió a sonar el timbre.

—¿Tienes vecinos?

—Ni idea—dije, y era verdad. No sabía.

Fred sale de la habitación y yo me le pego atrás poniéndome el paño con el que se había secado él. Al llegar a la puerta y abrirla, eran una pareja. Le calculaba unos treinta años a cada uno. Miro a Fred que está en bóxers y quería que me tragara la tierra.

—Buenas tardes—dice Fred cordialmente—¿En que podemos ayudarlos?

—¿Podrían por favor dejar de hacer tanto ruido?—preguntó el señor de gafas negras—Tenemos hijos pequeños.

—Pídanos otra cosa, por favor—dijo Fred con sarcasmo—¿Quieren sal? Tenemos de sobra.

Y entonces, recordé que vi en los gabinetes de la cocina las tres bolsas de sal que había traído el chófer de la familia de Fred. Sabía que Fred estaba bromeando, y yo no podía aguantarme la risa.

—Le estoy hablando en serio, señor—noté que el señor ya se estaba molestando y me asomé.

—Él también habla en serio—traté de sonar lo más seria posible aunque por dentro deseaba reírme.

Estaba a punto de hablar de nuevo el señor de gafas pero Frederick lo interrumpió.

—Tranquilo, trataremos de no hacer ruido, no le prometo nada, pero trataremos—Fred le extiende la mano al señor pero él duda y no la toma, yo tampoco la habría tomado, esa mano, o mejor dicho dedos, estuvieron dentro de mi no hace mucho, y se entendía que el señor dudara—Señora—llamó Fred a la mujer que tenía al lado el señor de gafas—¿Podría dejar de verme el bulto en mi ropa interior? Es incómodo.

Un Café Y Un Té Para Dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora