Luna Menguante [EXTRA]

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— ¿Y cómo te ha ido con tus terapias? —inquiere con una dulce sonrisa la rosada mientras caminaba a la par del de tez morena, sonriéndole con tímida cordialidad mientras sostenía con su mano derecha el vaso de café que recientemente habían comprado en la cafetería de dos cuadras atrás.

— Diría que bien —afirma con una confiada sonrisa aquel erizo azabache con vetas rojizas, viéndola de soslayo, centrándose en ella—, mi terapeuta dice que una sesión más y todo podrá quedar superado —agrega, sintiendo como aquellas palabras le daban una grata e inexpresable paz, misma que había estado buscando durante dos años, dos años de ese incidente.  

— En verdad me alegra oírlo —sonríe la de camisa roja con mangas blancas, leggins azabaches y botas marrones, dando un sorbo a su café—, entiendo que no debió ser fácil...

— Y es por eso que es tan agradable salir finalmente de eso —le devuelve la sonrisa aquel de camisa blanca, chaqueta de cuero negra y pantalones rojizos con botas militares negras—, bueno, es demasiado de mí. ¿Qué hay de ti?

— Bueno... —sonrió risueña, encogiéndose de hombros, sintiéndose un poco nerviosa ante la confesión que iba a hacer— Scourge finalmente me propuso matrimonio —chilla, sonriendo de oreja a oreja mientras un fuerte rubor cubría sus mejillas—, ¡Finalmente nos vamos a casar! —agrega a viva voz, alzando los brazos con gran éxito.

— ¡Increíble! —suelta, abriendo sus orbes de par en par, esbozando una pequeña sonrisa, notablemente sorprendido— ¿Y cuando será la boda?

— Estimo que dentro de dos meses —ríe, sorbiendo parte de su café, viéndolo atentamente—, de igual forma te avisaremos.

La dupla se sonrió con complicidad.

¿Quién diría que dos años después de haber sido salvado por aquella pareja de desconocidos terminarían siendo mejores amigos que, en teoría, se contaban todo y estaban en todo? sin duda había perdido varias cosas aquella noche, pero había ganado dos buenas y eso ya formaba parte de su alivio.

La ciudad a su alrededor permanecía igual, siendo fielmente adornada por aquellos edificios altos e imponentes llenos de publicidad de diversas marcas, con cientos de locales en las aceras con anaqueles vistosos y productos novedosos, teniendo la simple y casual sinfonía urbana de autos y sirenas de ambulancias o patrullas de un lado a otro entre bocinas por el tráfico y conversaciones indistintas producto de las cientos de personas que pasaban, corrían o de lleno se paraban en las cercanías.

La dupla se unió al montón, bajando las escaleras hacia la estación de trenes más cercana, sacando sus tarjetas para pasarlas por el lector de los torniquetes, movilizandose hacia el barandal de cristal que daba una vista panorámica hacia los trenes que daban por distintas rutas pero que de igual forma coincidían en la estación, deteniéndose de forma periódica antes de avanzar nuevamente.

— Bueno, supongo que aquí nos despedimos —murmura con timidez la rosada, avanzando hacia las escaleras—. ¡Ah! —chilla, devolviéndose en sus pasos a tiempo para girarse y ver al mayor— No olvides que el sábado tienes que ir con Scourge y sus amigos a los bolos ¿eh?

— No lo olvidaré —responde con una sonrisa—, ve y saludalo de mí parte —agrega, haciéndole un ademán mientras se retira por su lado, avanzando junto a los demás para ir bajando las escaleras y así tomar el tren que lo llevará a su siguiente destino.

La rosada ríe de forma risueña, bajando las escaleras rápidamente, aprovechando para así subirse a un vagón y avanzar hasta la siguiente estación.

El azabache llega al andén y tras esperar un par de minutos entre las demás personas finalmente llega el tren, sube y tras localizar un asiento vacío y sin preferencia se escurre rápidamente para sentarse, reclamándolo, suspirando de alivio. Las puertas se cierran y el tren empieza su rápido trayecto estación tras estación, mientras aquel erizo no puede evitar pensar en lo bien que le ha ido todo, incluso en su trabajo le ha ido bien, atreviéndose a decirse a sí mismo que realmente lo de aquella noche no fue más que una pesadilla, una vil pesadilla de una noche con fiebre alta.

Suspira, esbozando una pequeña sonrisa.

Los minutos pasan y se baja del vagón, avanzando hacia la salida de la estación, terminando en una parte diferente y más calmada de la ciudad, alejándose de la misma estación, cruzando las calles, integrándose a los barrios con decorados europeos y música suave con pequeños rasgos alternativos, disfrutando de los dulces aromas de los restaurantes cercanos, agradecido de este momento en su vida.

Es entonces cuando alza la mirada y localiza a su amigo de dos colas, aquel vulpino que lo había citado para verse así logra verlo también y alza su mano a forma de señal, haciéndole sonreír, invitándolo a apresurarse.

— ¡Cuánto tiempo sin verte! —exclama el azabache, avanzando a paso decisivo hacia él.

— Lo mismo digo —responde el zorro amarillo que por la ocasión había venido vistiendo una camisa blanca manga larga, con chaleco azul y pantalones grises con Vans azabaches, levantándose de su asiento a las afueras del restaurante para así recibirlo con un abrazo—, ¿Quién diría que podría extrañarte después de un mes?

— Las cosas han estado lentas últimamente —sugiere mientras palmeaba su espalda, separándose—. ¿Y bien? ¿A quién me vas a presentar?

— ¡Oh, claro! —sonríe de oreja a oreja, tomando distancia— Shad, te presento a mi nuevo mejor amigo, Sonic The Hedgehog —comunica, haciéndose a un lado.

Ante ese llamado un erizo de espinas azul eléctrico alzó su mirada del libro que estaba leyendo justo en el puesto frente al que el de orbes celestes estaba sentado antes, enfocando su agraciada mirada sobre el de tez azabaches, quien frunció el ceño ante esto.

Un momento...

El erizo de azul se levantó, rápidamente, cerrando el libro para así avanzar de forma amenazante hacia el mayor, sonriéndole de forma suave, sin romper en todo momento el contacto visual.

Oh, no, no, no...
Ésto no podía estar pasando.

Aquel de ojos y vetas rojizas se había quedado paralizado.
Reconocía esos ojos, las esmeraldas de su caos, los orbes de aquel que lo había atormentado más allá de lo imaginado, los ojos de su pesadilla, los ojos... Los ojos de la bestia.

— ¡Es un placer conocerte! —exclama con enérgica y suave voz aquel de camisa blanca con chaqueta holgada azul de cuadros negros, jeans rasgados y zapatos rojizos; estrechando con fuerza inhumana la mano de aquel al que jamás olvidó y jamás olvidaría, sonriéndole de forma perversa, urgando su alma con tan solo verlo a los ojos— Te estuve esperando, Shadow...

El veteado empezó a temblar, sintiendo como el aire le faltaba, como sus ojos empezaban a llenarse de lágrimas que encendían sus mejillas en un rojo ardiente, mientras negaba con la cabeza, encogiéndose de hombros.

Era él, lo había reconocido, sabía porqué estaba ahí, y no podía concebir ninguna idea peor a esa en este momento.

Su visión empezó a fallarle, sus piernas cedieron y para cuándo se dió cuenta aquel joven y aparente dulce chico se había vuelto más grande que él mientras todo su alrededor se teñía de un negro absorbente, nada importaba, todo era en vano.
Se desplomó a la vista de todos, alarmando al vulpino quien corrió en su auxilio mientras el erizo de azul no hacía más que sonreír para sí mismo, manteniendo sus manos tras la espalda, dejando una sola interrogante en la mente de ambos.

¿Qué seguía ahora?

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