Capítulo 4

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Asentía despacio mientras anotaba lo que consideraba importante en su libreta de bolsillo

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Asentía despacio mientras anotaba lo que consideraba importante en su libreta de bolsillo.

La mujer frente a él hablaba sin parar. Solo se detenía cuando se quedaba sin aliento, tomaba una generosa bocanada de aire solo para seguir hablando. Hilaba un tema con otro aunque no tuviera nada que ver con lo que estaba hablando al principio. Era como si tuviese miedo de que no le diera el tiempo para decir todo lo que necesitaba.

—De acuerdo, Ana, vamos a respirar un momento. ¿Tomas algún medicamento para la ansiedad?

Ella se colocó un mechón de pelo cobrizo detrás de la oreja, luego asintió con energía.

—El psiquiatra me dijo que tomara una pastilla a la mañana y otra de noche, pero... ¿Le digo algo? —Miró hacia sus costados, luego le dijo, en secreto—: Solo tomo media antes de dormir. Es que la otra me da mucho sueño.

El hombre asintió, luego anotó ese detalle en su libreta.

—No vaya a comentarle esto al psiquiatra. ¿Se lo va a decir?

—Tal vez deberíamos decírselo juntos. Si la medicación te da sueño posiblemente deba ajustar la dosis.

La mujer hizo un sonido extraño con la boca. Bastian la miró con detenimiento y descubrió que castañeaba los dientes.

Ana tenía cincuenta y cuatro años de edad y una carga muy pesada sobre sus hombros. A los cuarenta años perdió a su esposo en un accidente. Él trabajaba como conserje en una fábrica que no se preocupaba mucho por la seguridad de sus empleados. Su esposo había estado conversando con ella sobre ese asunto. Le contó que, junto con algunos compañeros más, fueron a la oficina de su jefe para exigirle las medidas de seguridad requeridas para trabajar desde la altura, pero su jefe los echó a patadas del despacho, amenazándolos con quitarles el empleo si seguían haciendo reclamos. Su necesidad pudo más que el miedo, así que el esposo de Ana continuó trabajando así, hasta que una mañana, Ana recibió la llamada que cambió su vida para siempre.

Su esposo había caído desde un décimo piso. El andamio que lo sostenía se desplomó bajo sus pies y él, al no tener ningún tipo de arnés o un casco, perdió la vida.

Fueron cinco llamadas perdidas.

Ella las recordaba con mucho dolor.

No fue capaz de llegar al hospital a tiempo, así que no pudo despedirse de su esposo.

Debido a este trauma, Ana enfermó de los nervios. Ella sentía que tenía que estar en cada detalle, adelantarse a las respuestas incluso antes de que los demás terminaran sus preguntas. No se quedaba quieta ni un solo instante. Si no movía la rodilla movía las manos, sino castañeaba los dientes o se pasaba la mano por su melena, larga hasta la mitad de la espalda, con algunas canas plateadas que dejaban en evidencia sus años y su amargura.

—Dime, Ana, ¿descansas bien de noche?

Ella hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Tengo el sueño muy ligero. Además tengo pesadillas. Sueño que mi esposo viene a buscarme, pero no se ve como mi esposo, ¿sabe? Es como un monstruo que sale del lago.

Hogar, dulce hogar (DISPONIBLE EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora