El cadáver del novio (SIRIUSXREMUS)

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Las nubes grisáceas inundaban todo el cielo, haciendo juego perfecto con con la humedad que se respiraba el ambiente, el traqueteo de los carruajes se entremezclaba con el galopar de los caballos que los empujaban y, entre todo el bullicio la tos del chofer llegaba hasta sus oídos.

"¡Ensayo! ¡Solo a una hora del ensayo para la boda de los Lupin y los Black!"

Vociferaba el hombre que tenía la corneta en su boca para que se escuchara más fuerte.

Remus estaba más que nervioso, aquella boda había sido el acuerdo más importante que su familia iba a tener, los Lupin eran poderosos hablando dentro del ámbito monetario, ellos eran dueños de la mayor cadena chocolatera en toda la ciudad, con su gran planta abastecían cada tienda, puesto y alguno que otro pueblo cercano a ellos, muchos pensarían que la industria chocolatera no dejaba mucho pero se sorprendían al saber cuántas tabletas podrían comer los chiquillos en un solo día, la fortuna iba creciendo tanto como su primogénito, pero a pesar de esa fama y fortuna ellos no eran una familia poderosa. Su puesto se lo ganaron trabajando, anteriormente los monarcas de la familia se ganaban la vida en el campo, por eso su nombre no fue conocido hasta que las envolturas doradas alcanzaron un nivel sorprendente en los puestos del lugar, "Lupin", aquellos pobretones de bajos recursos que de alguna forma lograron colarse para estar a un buen lugar; ahora, tenían la oportunidad de pertenecer realmente a los grandes, a la alta sociedad, ser parte de los pura sangre.

Tonks era la afortunada que había contraído nupcias con Remus, muchos se sorprendieron demasiado por la noticia que dieron los Black al decidir unir lazos con la familia chocolatera, pero no hubo mucho problema tampoco, al menos no para Andromeda, ella, descendiente de la noble casa, era consciente de la situación crítica en la que su familia se encontraba, poco a poco los negocios iban de mal en peor, el oro ya no les  alcanzaba para comer y por mucho que les doliera tenían que usar a la pequeña Nymphadora para atraer la fortuna, ella tenía la misma edad que Remus, el chiquillo raro de los Lupin, jugando bien sus cartas una noche de noviembre al coincidir tomaron la decisión por sus hijos, los Lupin estarían dentro del juego gracias al apellido Black mientras estos usarían su prestigio a su favor para tomar la herencia que los otros tenían en el banco, un ganar ganar si lo veían de esa forma.

Pero Remus no estaba del todo de acuerdo con eso.

Él nunca fue un chico al que las relaciones se le dieran bien, era culto y cuidadoso al hablar, sus padres le habían enseñado todo tipo de modales para un caballero, pero él mismo tenía en cuenta que era diferente, enfermizo, un poco delicado y también algo torpe, el chico alto de cabellos castaños solía tener pequeños episodios de demencia cada cierto tiempo, sus padres lo atribuían a una antigua fiebre que tuvo de niño la cual fue lo suficientemente dura para tirarlo en la cama y hacerlo delirar, por eso un pequeño resfriado era casi mortal para él, era suerte que no hubiera muerto aún, pero en el ambiente en el que estaba tampoco le sorprendería tanto. Entonces...¿Que diría la señorita Black cuando se enterara de eso? Si a sus padres se le complicaba mucho llevar la carga de un hijo un poquito loco imaginaba que para su futura esposa sería peor, más aún siendo obligados a casarse de esa forma.

Pero nada podía hacer, el trío ya iba en el carruaje rumbo a Grimmauld Place donde el obispo seguro los esperaba ya.

—¿No debería casarse ella con un conde? —

—¡Tonterías! Nosotros estamos a la misma altura que ellos —

Replicó su madre en forma de regaño, dándole un golpecito en sus manos para que dejara de rascarse, esas costumbres suyas que sabía no debía tener pero igual lo hacía.

Cuando llegó no se sintió mucho mejor, la casa era grande e imponente, tétrica en todo el sentido de la palabra, todos en el lugar sabían de la noble familia Black pero pocos eran los que estaban en su círculo, Remus se miró un momento, con ese traje un poco desgastado y quedándole péqueño, con una de sus agujetas desamarradas y sus manos llenas de cicatrices producto de sus nervios y ataques que a veces le daban.