Debo admitir que aquella noche no me encontraba completamente en mis cabales, cuando decidí dispararle tres veces a mi cuasi amigo Fermín. Fue un tiempo antes de la llegada de Emir y durante la época en que me drogaba con Lucy y sus amigos. En el momento en que cayó al suelo y empezó a borbotear sangre de su boca, escuché la voz de Cynthia llamándome desde la lejanía "¡Nicolás, Nicolás! ¿¡En donde estás!? ¡Ya es hora de dormir!" Aquella niña que tanta felicidad me había traído, ahora me estaba presionando de más en esa situación.
Estaba tan drogado que pensé: «Si ella ve esto... Quizás tenga que matarla también». La poca luz de la luna que se colaba entre las copas de los árboles, iluminaba pobremente la cara de mi primer víctima de la noche, a la cual le costaba respirar, escupiendo sangre de vez en cuando. Al oír pasos rápidos aproximándose, caminé un poco en su dirección, apreté nerviosamente mi Luger y la empuñé hacia la fuente del ruido, a la profunda oscuridad del bosque. Apenas perceptible una silueta se hizo notar presioné el gatillo, pero nada, ¡Gracias a Dios! Pues era Cynthia.
Ya lo sabía... pero tenía miedo, no se cómo explicarlo, es una paranoia que solo se siente cuando estás drogado.
En lo que llegaba, le puse el seguro a mi arma y la escondí entre mi pantalón, cubierta por mi camisa. Llegó jadeando, exhalando vaho (pues hacía algo de frío), y apenas sudando en sus blancas y delgadas ropas de dormir, tal parece que no vio el cuerpo sin vida de Fermín, porque no mencionó nada al respecto.
—Vámonos a casa —dijo enojada—, ya es muy tarde para andar en el bosque.
Y la seguí sin mediar palabra, se veía agotada, la hubiera cargado entre mis brazos de no ser porque no sabía ni donde estaba parado. Supongo que de no ser por ella, no habría vuelto a la mansión, o al menos no ileso.
Recuerdo, mientras caminábamos de vuelta a casa de la señorita Anastasia, lo gracioso que se me hacía que Cynthia me hablara de esa forma tan severa. Era feliz a pesar de todo, la caminata era algo tenebrosa a causa de aquel silencio solo interrumpido por nuestros pasos y los ruidos de la noche, pero también la recuerdo bastante pacífica, hasta, por supuesto, el punto donde Cynthia preguntó.
—¿Y, de qué hablaron?
¡Los nervios que me entraron en ese momento, juro que serían suficientes para matar dos veces a la vieja Berta!
—Cosas... Privadas —respondí.
—¡Vamos! ¿¡Qué pasó!? ¿¡Dónde está!? ¿¡Acaso no hay algo que puedas decirme!?
—Está bien, está bien... Él... Se fué, dijo que volverá, pero sinceramente desconozco cuándo.
—Menos mal, había algo en él que me tenía intranquila... Estar con él se sentía extraño, como algo falso.
«Me imagino, nunca sirvió para mentir», pensé.
—Cambiando de tema —dije aún nervioso—, ¿A ti que te pasó? ¿Por qué estás tan irritada?
—¡Porque tengo que venir a buscarte a mitad de la noche, cuando ya debería estar durmiendo!
«Mejor me callo, nunca la había visto tan encolerizada (ya no me daba gracia, más bien miedo), no vaya a ser que lo empeore».
Y seguimos el camino callados. Era feliz allí, era quien quería ser, el fuerte, servicial, y misterioso Nicolás, llevando una vida tranquila, sin; apariciones, demonios, vampiros, amigos falsos, ni cuestiones legales, obviamente no iba a permitir que alguien como Fermín lo arruinase... ¿Alguien como Fermín? ¿Acaso era necesario que lo matase? ¿O es que aún le tenía rencor? Después de todo me robó a mi amada... ¿Pero es que acaso se nos hubiese podido considerar pareja? Conozco las respuestas a estas preguntas, pero a pesar de eso hasta el día de hoy, en esta torre siendo asediado por lo que serán cadáveres dentro de poco, me siguen acosando en mi soledad.
En fin, salimos de la parte del bosque que daba atrás de la casa. Al llegar a los terrenos de Anastasia, entramos en un amplio claro iluminado por la intensa luz de la luna, aún nos quedaba mucho para llegar a la mansión (quinientos metros aproximadamente), pero la vista no podía ser mejor, pues teníamos la parte trasera de la mansión delante nuestro, la cual era administrada por Amparo, la única sirvienta de aquel caseron hasta que yo llegué, allí tenía plantas de todo tipo, desde las más feas y comunes hierbas hasta las más hermosas flores, pasando por árboles y especies de lianas, me pregunto cómo se pudo ocupar ella sola de tal residencia a pesar de que le falta medio brazo.
Subimos los dos pequeños escalones de la entrada, Cynthia llamó a la puerta, nos atendió la sirvienta. Entramos en un pequeño recibidor trasero, la casa estaba a oscuras, la habitación estaba apenas iluminada por una vela y la luz que entraba por una ventana, la casa siempre tenía una vibra extraña en la noche; las paredes parecían ennegrecidas, las ventanas empañadas parecían esconder siluetas, y el solo hecho de estar en una casa tan grande por la noche me daba miedo. Amparo, después de hacernos pasar y cerrar la puerta, se dejó caer sobre un sillón, tenía una mesita al lado; en ella había una taza de té casi llena, una vela bastante consumida, y un libro con una portada extraña, de aspecto muy viejo, "La Casa Del Taumaturgo" rezaba el título.
—¿Que fueron esos ruidos? —preguntó inquietada.
—¿De qué ruidos estás hablando? —respondí.
—Fueron tres ruidos seguidos y fuertes...
—Tal vez ya te volviste loca de tanto trabajo —interrumpió Cynthia
—Tienes razón, linda —suspiró—; estoy tan cansada. Ustedes váyanse a dormir.
—¿Y tu no dormirás? —preguntó Cynthia.
—Tengo algo de insomnio, me quedaré aquí leyendo un rato hasta que me dé sueño.
Entonces seguimos por un pasillo hacia las escaleras cuando Amparo me detuvo y preguntó desde su asiento.
—Oye Nicolás ¿Que te pasa? ¿Estás bien? Te noto algo raro.
—Estoy bien, solo un poco cansado, largo día.
—Tienes razón, demasiado largo... Que descanses bien.
—Tú también descansa, y no te desveles con ese libro.
Al llegar al segundo piso supuse que ya estaba alucinando, pues empecé a percibir pequeños orbes blancos flotando en diferentes direcciones, no sé si Cynthia los vio, pues por poco y no los capto, quizás no los logró ver por las pocas energías que le quedaban. Ella fue directamente a su cuarto, me imagino lo fatigada que debió quedar después de ese paseo nocturno, yo hice una parada en el baño, parado frente a la entrada, observé cómo una especie de vapor o niebla negra se escurría por el espacio inferior de la puerta. Entré al enorme baño, encendí con mis cerillos una vela con su respectivo candelero, la cual siempre se dejaba en el tocador por la noche. Estuve allí por un rato, me miré en el largo espejo, tomé el candelero con mi mano y me acerqué al cristal para verme con más detalle, tenía los ojos rojos, enfermizos, y unas ojeras enormes, la tez pálida, y la mirada muerta. En un momento la llama de la vela se estiró y enrojeció, la dejé caer del susto, me quedé en completa oscuridad. Cuando la habitación se iluminó levemente de un tono carmesí. Lo vi ¡Estaba allí ese maldito! En el espejo. No creí volver a verlo desde que me dio a Cynthia, pero allí estaba, aunque se veía diferente a la última vez, su manto negro imponente y elegante estaba rasgado en su mayoría, pude ver como ese aire negro manaba de debajo y por las hendiduras de dicha capa, el fuego que sobresalía de su cuello antes incontenible y amarillo, ahora minúsculo y rojizo, y a su cráneo de ciervo ahora agrietado le faltaba un asta. A su derecha estaba Fermín, desnudo, con la piel gris y los ojos blancos, a su izquierda mi querida abuela ya fallecida, con largas y profundas heridas sangrantes en todo el cuerpo, con su blanco pelo suelto y con mechones faltantes, estos dos levitando apenas, mi abuela en posición fetal y Fermín erguido. Atrás de este monstruo, flotando en el lo alto, una mujer (a juzgar por lo poco que pude distinguir), con la cara destrozada, irreconocible, su torso o lo que queda de él, lleno de fragmentos de vidrio, las extremidades quebradas y apretujadas. Tres llantos se oían de fondo entremezclados, la criatura me miró con sus ojos de fuego y dijo: con voz grave, lento y expresivo.
—¡Nicolash! Mi buen amigo, nunca dudé de ti, sabía que no me ibas a abandonar cuando más ayuda necesitaba.
—¡Qué es lo que quieres de mí ahora maldito ser! —dije, fingiendo coraje y volteandome para encararlo.
—No mi amigo, estás equivocado, no busco nada en ti, vengo en agradecimiento por la exquisitez que me has dado esta noche, esto a lo que tu llamas Fermín, un corazón rebosante de bondad, un espíritu protector y guerrero, y un cuerpo vigoroso. Sabes; delicias como esta casi nunca se aparecen por allá abajo.
—¡Y con justa razón! Fermín nunca debió de pasar por tus garras. Él era una buena persona (al menos hasta donde yo lo conocía).
—Exactamente; y gracias a ti... Es mío —dijo acercándose y los cuerpos flotantes con él—. Verás... Tengo un problema, ¡Un grandísimo problema! Llamado Avnas. Su poder no es mucho, pero me doblegó, y en este momento estoy a su servicio. Pero ahora... Ahora ¡Con este nuevo poder! —diome la espalda y alzó sus brazos en alto— ¡Podré retarlo, y quizá ganar!
Abrió su mandíbula de ciervo y prosiguió a regocijarse riendo con los brazos en alto, aquella risa rasposa me hace doler los oídos de solo recordarlo. Mientras estallaba en carcajadas tosía chispas y pequeñas brasas. Debajo de ese majestuoso manto con grabados de oro, este ser estaba vestido con andrajosos harapos, y de las mangas de dichos trapos y telas atados a su cuerpo emergía ese fuego rojo que iluminaba sus manos de esqueleto, tan blancas que reflejaban gran parte de la luz.
—Yo... No quise hacerlo —musité con lágrimas en los ojos.
—Pero lo hiciste —respondió deteniendo su dicha—, y eso es lo importante. Ya verás como nos favorece, después de todo si Avnas me tiene, te tiene a ti también... Buena charla Nicolash, odio hacer esto pero aún tengo que devorar un alma y ocuparme de mis asuntos, así que debo despedirme.
—Está bien... —me resigné— solo, no lo arruines más de lo que ya está.
—Hasta la próxima.
Se despidió el demonio. Parpadeé y ya no estaba ni él ni las almas, y los sollozos cesaron. Pensé «Espero que eso no sea muy pronto». Otra vez me encontraba solo en la oscuridad del baño, me las arreglé para encontrar y encender la vela a oscuras, observé en el espejo que me sangraba la nariz, «Me recuerda a Emir», pensé.
Esperé a que el sangrado se detuviera y entonces me lavé el rostro, "debo cambiar, por ella" me dije a mi mismo refiriéndome a la pobre niña que sufría mis delirios.
Me dirigí a mi cuarto por el largo pasillo, metí mi llave en la puerta y entré antes de percatarme que en el suelo estaba el mismo gas que había en el baño. En esta habitación entraba mucha luz por la ventana considerablemente grande que sobresalía del techo inclinado. Cada vez que veía esa habitación casi vacía, solo rellenada por una mesita de luz y una cama bien tendida, recordaba mi hogar, ¿Que estarán haciendo? ¿Están felices o tristes? ¿Estarán preocupados por mí? ¿O es que están mejores así? ¿Alguna vez volveré? Vi el bosque teñido de gris, las hojas de los árboles brillaban y danzaban con el viento, fue la primera vez que vi un cielo despejado desde este lado. Pensé «¿Que estará haciendo Emir?», me dispuse a dormir, me saqué los zapatos, dejé mi arma bajo la cama y vi en la misma, una caja de madera morada, la abrí, había un puñal con su vaina, lo saqué de la caja, lo desenvainé, parecía echo todo de la misma pieza de metal; la empuñadura larga, la guarda corta, el filo de tres lados en forma de triángulo, se notaba antiquísimo, en el fondo de la caja había una nota:
"Un regalito de mi parte, para que me sigas ayudando así. Firma: T. O. P."
Me recosté en la cama, sumergido en mis pensamientos, «Qué dia» pensé. Y me dormí enseguida.
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El Vano De La Conversión
General FictionLe vio los cuernos, nos confiamos. Pero quién soy yo para juzgar después de todo lo que hice, ahora solo puedo odiar, pues no soy yo, soy alguien más, que no sabe lo que fue, ni lo que será. ¿Podré recordar? No se si quiero, pero ella sí, cada vez q...