III Cuento: Me escuece el alma.

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Miro a la ventana,
y digo "genial, otra mañana
en donde me pongo de diana"

Sentí el ácido quemándome la boca. Y mi garganta raspó. No era la primera vez que expulsaba la comida que ingería. Así que era elegir entre no comer nada y morirme de hambre o comer algo y morirme vomitando. La segunda opción fue la escogida. Pero por muy acostumbrado que estés, como yo, todavía quedará una ligera brisa que te susurrará que el cansancio existe. Yo estoy cansada desde que me llega la razón. Siempre he vivido con una enfermedad en mi interior, que me transmite día a día que soy maligna, y me he tenido que alojar en diversos hospitales.
Nunca le he podido poner fecha al "cómo empezó", ni he podido poner precio a todos mis medicamentos, y ni siquiera sé cuánto he sufrido como para llegar hasta aquí.
He pasado largas etapas, viendo cómo los niños de mi edad jugaban por los descampados, mientras yo me quedaba en casa, conectada a tubos, esperando a pasar otro día sin irme al cielo.
Mi vida ha sido amarga y venenosa. Nunca pude disfrutar de seguir respirando, porque mis huesos eran y siempre fueron, muy débiles como para ayudar a ponerme en pie.
Hoy en día daría lo que fuera por probar el dichoso café, aquella droga legal que vuelve loco a cualquiera que deba tomarla para ajustarse a su horario raro de oficina.  Pero, desgraciadamente, jamás podré, porque ese es el precio a pagar para seguir aquí.
Ahora, divago por esta casa, asustando a todos, y durmiendo en las paredes.

Pobre del alma que no halle La Paz,
ojalá sea perspicaz,
para ser capaz,
de encontrar la luz.

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