Sigo corriendo y corriendo hasta que no puedo aguantar el dolor en las piernas. Al pararme siento como si mi cuerpo pesara más de lo normal, y me parece que todo da vueltas. Miro a mi alrededor y no reconozco nada de lo que veo, estoy delante de una cafetería y de un cine, la calle está llena de árboles y de bancos. No sé dónde estoy. Me empiezo a agobiar y me parece que al aire no llega a mis pulmones. No puedo pensar con claridad. Intento relajarme y subo la vista hacia el cartel de los cines. "Amélie". ¡Amélie! ¡Mi película! De repente una nube de claridad inunda mi cabeza y noto como la alegría me llena el pecho. Corro hacia la taquilla y compro la entrada a última hora. No pienso en mis padres, no pienso en el grupo de terapia, no pienso en mí, no pienso. Me concentro en Amélie. Mi querida Amélie, la magia del cine. Llevo años viendo esa película, una y otra vez, sin cansarme. Y es que el cine es el secreto mejor guardado. Las películas, las sensaciones, las historias. Cuentan verdad y amor. Por eso me encanta hundirme en él y no respirar. No respirar para mí, no pensar, no sufrir, no conocerme. Las películas hacen que me olvide completamente de todo, de mis tristezas o de mis alegrías, tan sólo siento lo que otros sienten y vivo lo que otros viven.
Entro a la sala en silencio y me siento en la cuarta butaca de la séptima fila. Sólo estoy yo y otra pareja de señores mayores detrás mío. Mucho mejor, la película será sólo nuestra. Miro a la pantalla a la vez que empiezan los tráilers y me introduzco en los diálogos. Cuando va a empezar la película, veo como un chico entra a la sala. Sube las escaleras y se sienta a mí lado. Me mira y vuelve la mirada hacia la pantalla. Yo no. Me fijo en él, en su pelo castaño y ondulado y en sus marcadas facciones. Miro a la pantalla y me centro en la película. Noto como me vuelve a mirar disimuladamente y giro la cabeza hacia la derecha, escondiéndome. Finalmente deja de fijarse en mí y emito un suspiro de alivio. Durante la película, le miro de reojo y le veo reírse. Tiene una risa preciosa. Rozamos nuestros brazos y siento su calidez, pero lo aparto rápidamente. Seguro que piensa que soy tonta. Normal, yo también lo haría, lo hago. La película acaba en unas dos horas y salgo rápidamente del cine sin mirar al chico. Pero justo en el momento en el que voy a cruzar la puerta principal escucho una voz:
- ¡Perdona! -me giro y le veo corriendo hacía mí- Te has dejado el móvil en el asiento.
- Anda, sí, lo siento -miro hacia bajo con vergüenza mientras lo recojo.
"Di algo, di algo"
- ¿Amélie?
- Amélie, sí, siempre me ha encantado -sonríe y me fijo en sus dientes, los de abajo algo torcidos y los de arriba de un tono blanco perla-. ¿Te gusta?
- Me fascina, es mi película favorita -sonrío tímidamente y le miro a los ojos, verdes brillantes.
- Ya tenemos algo en común, tendrás que recomendarme otras, ¿no crees?
Se ríe y me mira fijamente. No entiendo por qué habla conmigo. Es atractivo, muy atractivo, y se nota que podría ganarse a cualquiera. No sé por qué gasta su tiempo en mí.
- Ya... bueno, lo siento, me tengo que ir.
- Claro, perdona -creo ver un signo de decepción y confusión en su cara-. Hasta luego.
Empieza a girar en dirección contraria y no puedo evitar mirarle la espalda y los brazos. Vale, tranquila.
- Adiós.
Empiezo a caminar hacia mi casa. Tonta. Tonta, tonta, tonta.
- ¡Oye! -me giro al escuchar de nuevo su voz- ¿Puedo saber cómo te llamas?
- Kenna -me acerco de nuevo hacia a él a la misma vez que da un paso hacia delante.
- Kenna, es bonito, ¿de dónde es?
- Americano, mis abuelos son de Estados Unidos. -miro hacia mis botas marrones y taconeo nerviosa.
- Te pega, tienes cara de Kenna -me mira con curiosidad-. ¿Y yo?
Le observo minuciosamente, sus labios son carnosos y sus ojos, brillantes ; su tez, pálida pero no excesivamente, reluce al Sol, y su revoltoso pelo, despeinado, baila con el viento. Contemplo su forma de vestir. Lleva una camiseta de Guns N' Roses que deja sus brazos al aire. Los pantalones son negros ajustados con roturas por toda la pierna, y sus zapatillas, converse rojas.
- No sé, ¿quizás Carlos? -le miro tímida a sus ojos, avergonzándome de las miradas por su cuerpo, a la vez que me ruborizo
- Bueno, te has acercado -Se rasca la parte trasera de la cabeza, y sus músculos se tensan.
Céntrate Kenna.
- ¿Entonces?
- Álex. Sólo Álex -añade rápidamente-. No es ningún diminutivo de Alejandro ni nada por el estilo.
- ¿Y eso que me he acercado? -me río y me coloco el pelo detrás de las orejas-. No se parecen en absoluto en realidad, pero gracias por intentar no hacerme sentir como una idiota. Me gusta Álex, te pega, sí.
Suelta una carcajada y noto cómo me ruborizo. Me gusta, sí.
- Opino igual que tú, me alegro de que coincidas conmigo -avanza un paso hacia mí y se empieza a balancear sobre sus pies.
Yo retrocedo un paso y me miro los manos, nerviosa. No sé qué estoy haciendo, no sé por qué lo intento, nunca le voy a caer bien. Ni a él ni a nadie.
- Bueno, me tengo que ir ya.
- Sí, claro -da un paso hacia atrás para dejarme más espacio-. ¿Nos veremos?
- No sé, a lo mejor.
"Kenna, calla, él no quiere quedar contigo, y nunca querrá"
- Eso espero -se da la vuelta y empieza a caminar en dirección contraria-. ¡Hasta otra!
- Adiós -me interrumpe el silencio y me quedo paralizada.
Álex. Dos minutos de mi vida y ya me ha clavado una espina. ¿Por qué la gente sale con gente? Es decir, ¿por qué les gusta sufrir de esa manera? Yo ya he aprendido que no hay por qué sufrir de más, sufrir por sufrir cuando te sientes bien en un principio. En una relación, de pareja o de amistad, acabas mal, sintiéndote una mierda por una cosa o por otra. Siempre hay algo, una traición, una mentira, incluso un pequeño malentendido. Prefiero no complicarme con la gente. Por eso y porque nadie quiere complicarse conmigo. Lo entiendo. Yo tampoco querría.
Empiezo a caminar por dónde he venido sin saber muy bien la dirección. Paso por restaurantes, casas, tiendas... Camino durante media hora mirando todo, los escaparates, la gente, las flores, las terrazas. Me pierdo entre el mundo, y me gusta, me gusta pensar que sólo estoy yo dentro del remolino de personas, me gusta haberme parado en el lugar adecuado, me gusta que Álex se balancee con los pies y me gusta que le guste mi nombre. Me siento en paz, hace tiempo que no me sentía de esta manera: tranquila, respirando. A veces me olvido de que el ser humano está vivo, estoy viva y estoy en el mundo. Quiero disfrutarlo, y quizás lo que necesite es estar sola, darme un tiempo para mí misma, alejada de todo, de todos. Pero no puedo, no es posible y no es lo que tengo que hacer. Tengo que estar en casa, siendo responsable, haciendo caso a mis padres, estudiando, malgastando mi juventud sintiéndome como si me ahogara. Es lo que tengo que hacer, y estoy harta.
ESTÁS LEYENDO
Al borde del amanecer.
Teen FictionKenna sufre depresión y está enamorada del cine. Respira, sufre, quiere, llora, vive.