03 de mayo del 2015 17:00

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No he comido, no he salido de la habitación y no he hablado con nadie. Me siento más tranquila, como si hubiera dormido una eternidad. Me avergüenzo de lo que ha pasado. Y me da asco saber que mis padres han estado justo en la habitación de al lado. Ignoro la hora que es, y tampoco me importa. No quiero ver a nadie, quiero seguir tranquila aquí dentro, ajena al mundo exterior, a los problemas. Pero de repente escucho una voz al otro lado de la puerta. La reconozco en seguida. Marcos empieza a golpear la madera y susurra:

- Kenna, soy yo. Ábreme porfa.

Marcos. Mi mejor amigo desde la infancia, y compañero de momentos. Nos conocemos desde siempre y hemos crecido juntos. Siendo también mi primo segundo, ha sido, y es, una de las personas más importantes en mi vida. Es un año más pequeño que yo, pero su altura lo camufla bastante. Me saca dos cabezas y su grave voz le suma unos cuantos años. 

- Te han llamado mis padres, ¿verdad? -grito para hacerme oír a través de la puerta -. Creen que estoy loca. Me obligan a ir a terapia.

- Eso he oído -escucho su voz tras unos segundos-. Aunque creo que deberían meterte directamente en un manicomio, ¿qué persona en su sano juicio rechaza la oportunidad de conocer chicos nuevos igual de perturbados que ella?

Se me escapa una carcajada e intento rápidamente que no se me escuche, pero al otro lado oigo su risa contestándome.

- Vas a tener razón. Ahora mismo podría estar ligando con mi futuro marido y padre de nuestros trastocados hijos, y en cambio estoy aquí contigo -me levanto y me dirijo hacia la puerta-. ¡Estoy malgastando mi vida!

Acabo con un gesto dramático al mismo tiempo que dejo pasar a Marcos a la habitación.

- Menos mal que me tienes a mí para guiarte -me sonríe y se abalanza sobre mí.

Le respondo apretando fuerte y nos sentamos en mi cama.

- Estoy hecha un lío.

- ¿Por qué? -me mira fijamente y espera la respuesta.

- No sé, por todo en general. No quiero ir a la estúpida terapia, ¿para qué? No me va a ayudar escuchar los problemas de otros -frunce el ceño y ya sé que no está de acuerdo-. Me siento mal, Marcos.

- Lo sé, sé que te sientes mal, pero te puede ayudar. No te digo que lo tengas que hacer, es tu elección. Solo digo que tienes la suerte de tener esa opción. 

- Si ya lo sé, y lo entiendo. Es simplemente que no creo que me vaya a servir de nada. Al contrario, creo que podría hacer que empeorara. 

 Me levanto del colchón y empiezo a pasear por la habitación bajo la mirada

 de Marcos. 

- Kenna, piénsalo, de verdad. Puede ser que no te haga sentir mejor, puede ser que sí, pero es una oportunidad y no pierdes nada.

Se levanta y se acerca hacia mí. Miro por la ventana y me fijo en las hojas del árbol, meciéndose al compás del viento. No tienen preocupación, no piensan, no sufren. Intento respirar profundamente, imaginándome siendo libre, viviendo. Pero no lo consigo, me resigno y vuelvo a la realidad. Marcos me está mirando con cara de preocupación y yo le aparto la mirada.

- Lo siento -susurro y recapacito-. Tienes razón, no gano nada escondiéndome aquí. 

Se acerca lentamente y me envuelve con sus brazos.

- ¿Te he dicho ya que eres la persona más fuerte que conozco?

- ¿Te he dicho ya que eres la persona más cursi que conozco.

Le aparto de mí mientras suelto una carcajada, a la vez que Marcos se cruza de brazos y frunce el ceño.

- En serio Kenna, estoy intentando crear un momento íntimo y sentimental y lo estropeas -de repente para de sonreír y su expresión se vuelve seria-. Estoy preocupado por ti.

- No lo estés, en serio. Estoy bien -yo también cambio la cara y le miro a los ojos.

- Siempre dices lo mismo, y nunca es verdad. Quiero que me digas cómo te sientes de verdad, quiero ser esa persona en la que confíes siempre y a la que le cuentes todo. 

- No puedes esperar que te cuente toda mi vida. Hay cosas que simplemente son mías y no necesitas saberlas.

Se levanta y empieza a caminar por la habitación, mira mis cosas y las toca con cuidado.

- Tampoco quiero que me cuentes toda tu existencia. Sólo quiero saber cómo estás. Nada más.

- Estoy bien, nunca he estado mejor. No quiero que te preocupes, no quiero que tengas que estar detrás de mí todo el rato.

Se acerca y se sienta a mi lado en la cama. Me coge la mano y me arrepiento de no contarle nunca mis problemas. De guardármelos tan profundamente que ni mi mejor amigo llegue a conocerlos. Siento que esa barrera va estar siempre ahí, que cada vez se hace más alta y le es más difícil alcanzarme. 

- Kenna, cuéntame, por favor. Confía en mí.

- No puedo, lo siento -noto como una lágrima humedece mi mejilla-. Lo siento mucho, es solo que no puedo contártelo. No quiero ponerte en esa situación. ¿Y si no sabes qué hacer? ¿Y si te hace sentir incómodo o impotente?

- Pues ese será mi problema. No puedes preocuparte tanto de los demás, Kenna. Ya tienes suficiente con lo tuyo. Déjame a mí ser responsable de mis sentimientos.

- Lo sé y lo entiendo, pero no puedo, no lo voy a hacer.

Sus ojos miran hacia abajo decepcionados. Puedo notar la preocupación en su mirada.

- Pero oye -sonrío mientras me seco las lágrimas e intento animarlo-. Me has convencido para ir a terapia. Todo un logro.

Noto como intenta sonreír para seguirme el juego. Pero se nota que es falsa. "¿Por qué no paras de hacer pasar mal a la gente?"

- Sí. Oye, me tengo que ir, tengo clase en la autoescuela -evita mirarme a los ojos.

- Claro, ¿nos vemos mañana?

- Seguro, y oye, ve a terapia anda.

- Lo haré.

Sale de la habitación sin dirigirme una mirada y me dejo caer en la cama, rendida. 


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⏰ Última actualización: Jun 08, 2015 ⏰

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