En la mañana del 8 de agosto de 1965, Harry Styles cerró con llave la puerta de su departamentito de dos ambientes en el tercer piso de un edifico destartalado en Bellingham, Washington. Bajó con una mochila llena de equipo fotográfico y una maleta por la escalera de madera y siguió por un corredor hasta el fondo, donde tenía estacionada su vieja camioneta Chevy en un espacio reservado para los residentes del edificio.
Otra mochila, una heladera mediana, dos trípodes, cartones de cigarrillos Camel, un termo y una bolsa de fruta se encontraban ya en el interior del vehículo. Styles colocó las mochilas en el asiento y puso la heladera y los trípodes en el suelo. Subió a la cabina, donde metió el estuche de la guitarra y la maleta en un rincón, sosteniéndolos con la rueda de auxilio que había a un costado, y asegurando las dos cosas a la rueda con un pedazo de cuerda. Puso un hule negro bajo la rueda. Se sentó al volante, encendió un Camel y repasó mentalmente la lista: doscientos rollos de películas de diversas clases, la mayor parte kodachrome de velocidad lenta, trípodes, heladera, tres cámaras y cinco lentes, jeans y pantalones caqui, camisas y chaqueta de fotógrafo. Bien. Si se había olvidado de algo podía comprarlo en el camino.
Harry llevaba jeans desteñidos, botas de campo Red Wing bastante usadas y tiradores de color naranja. En el ancho cinturón llevaba un cuchillo del ejército suizo en su vaina.
Miró su reloj. Las ocho y diecisiete. La camioneta arrancó en el segundo intento y Harry retrocedió, hizo el cambio y avanzó lentamente por la callejuela bajo un sol brumoso. Anduvo por las calles de Bellingham, dobló hacia el sur en Washington 11, siguió por varios kilómetros la línea de la costa de Puget Sound y luego fue por la autopista hacia el este hasta un poco antes de llegar a la ruta 20.
Dobló, y de cara al sol, siguió por el sendero ondulante hacia las cascadas. Le gustaba el territorio y no tenía prisa; se detenía de vez en cuando a hacer anotaciones sobre posibilidades interesantes para futuros viajes o para sacar lo que él llamaba "memorias instantáneas". El propósito de esas rápidas fotos era recordarle lugares que podía querer volver a visitar y conocer con más detalles. Al final de la tarde dobló hacia el norte en Spokane y tomó la ruta 2, que lo llevaría al norte de los Estados Unidos a Duluth, Minnesota.
Por milésima vez en su vida deseó tener un perro, quizás un perdiguero dorado, para viajes como ese y para que le hiciera compañía en casa. Pero a menudo estaba en el extranjero, la mayor parte de las veces al otro lado del océano, y no sería justo para el animal. Sin embargo, no abandonaba la idea. En unos años estaría demasiado viejo para el duro trabajo de campo. "Entonces tendré un perro", le dijo al verde pinar que veía pasar por la ventanilla de la camioneta.
En esos viajes siempre le daba por hacer un inventario. El perro era parte de ese inventario. Harry Styles estaba lo más solo que se puede estar. Sus padres y hermana habían muerto, unos parientes lejanos lo habían perdido de vista y él a ellos. No tenía amigos íntimos. Conocía el nombre del propietario del mercado de la esquina en Bellingham y el del dueño del negocio de fotografía donde compraba sus materiales. También mantenía relaciones profesionales con algunos editores de revistas. Fuera de ellos, no conocía bien casi a nadie. A los gitanos les cuesta hacerse amigos de la gente común, y él era un poco gitano.
Pensó en Charles, que lo había dejado nueve años atrás, después de cinco de matrimonio. Ahora Harry tenía cincuenta y dos, lo cual significaba que él estaba llegando a los cuarenta. Charles soñaba con ser músico, cantante folk. Sabía todas las canciones de los Weavers y las cantaba muy bien en los cafés de Seattle. En aquellos tiempos, cuando Harry llegaba a casa, lo llevaba en el auto a reuniones de músicos de jazz y se sentaba en el público a oírlo cantar.
Sus largas ausencias, a veces de dos o tres meses, eran perjudiciales para el matrimonio. Charles estaba enterado de lo que él hacía cuando se casaron, y pensaron que de algún modo podrían manejarlo. No pudieron. Cuando Harry volvió después de hacer una nota fotográfica en Islandia, él no estaba. La esquela decía: "Harry, no funcionó. Te dejo la guitarra Harmony. Mantente en contacto".
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Los puentes de Madison County
Hayran KurguCuando a Harry, un fotógrafo de National Geographic, le asignan la tarea de retratar los viejos puentes del condado de Madison, no se esperaba encontrar a Louis, un amo de casa, quien esposo e hijos se encuentran en un viaje de cuatro días. Una brev...