La Santa Compaña

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Una oscura y fría noche, por ahí de las once y treinta de la noche, la señora Claudia Esperanza, una señora ya de edad avanzada y cabellos plateados, se prepara para ir a la cama, ya con su pijama lista se preparaba para acostarse.

Sólo que no pudo terminar con su cumplido, doña Claudia se quedó congelada al costado de su cama al oír un leve quejido de dolor a las afueras de su casa, un rezo que tenía el tono de un lamento que se acercaba poco a poco hasta el frente de su casa, podía oír como unas personas que al parecer andaban rezando a las afueras de su casa, lo que no era muy normal, después de todo ella vive en una zona alejada del pueblo.

Ave María Purísima.... Ave María Purísima.... – Se podía escuchar el rezo de aquellas personas.

Doña Claudia movida por la curiosidad se asomó a la ventana que daba hacía la parte delantera de su casa, al momento de hacerlo se quedó congelada del miedo y extrañada, de que esas personas llevarán túnicas negras que les tapaban los pies y con unos sombreros que le tapaban el rostro imposibilitando poder reconocer a las personas que desfilaban entre rezos.

–Ave María Purísima..... Ave María Purísima..... – los rezos no parecían tener la mínima intención de detenerse, pero aún así, la mujer de cabellos plateados pudo notar como la persona que guiaba a las demás en la caminata volteaba poco a poco a ver justo en dónde se encontraba Doña Claudia.

La señora se quedó congelada del miedo, ya toda la situación tenía un ambiente tétrico, y que justo en ese momento la descubrieran cotillando le provocó un escalofrío que se encargó de recorrer su espalda. Después de unos segundos la persona que había volteado a ver comenzó a dirigirse hasta la puerta de la casa, y al colocarse frente a esta dió tres lentos y pesados golpes a la puerta.

Doña Claudia no estaba segura de si debía abrir la puerta, no sabía quiénes eran esas personas después de todo, y podían congelar la sangre de cualquiera con el terror que emanaban. Pero los golpes seguían insistiendo a que la puerta fuera abierta.

Con las manos temblorosas la señora abrió lentamente la puerta mientras esta chillaba, como si le suplicara que no le abriera, pero aún así con el miedo recorriendo las venas de su cuerpo estaba decidida a hacerlo.

Cuándo por fin abrió la puerta lo suficiente para asomarse pudo observar como esa misteriosa persona le tendía una enorme candela mientras soltaba unos murmullos.

–Dentro de tres días volveré por esta candela.... Cuídala hasta entonces – a doña Claudia no le quedó más opción que aceptar la enorme candela, y para cuándo volvió a ver a las personas que rezaban estás no se encontraban.

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Al día siguiente, doña Claudia fue a contarle lo sucedido al sacerdote de su pueblo, en busca de ayuda.

Después de terminar su relato, el padre le explicó que doña Claudia había tenido un encuentro con La Santa Compaña* y lo que esto significaba, que al tercer día, al devolverle la candela a aquel ser de ultratumba que se la dió en primer lugar, este no se llevaría solamente la candela, si no que también arrastraría con esta el alma de la señora. Mencionando el detalle más importante, si no quería que su espirito quedará condenado a acompañar a esa criatura tan aterradora, tendría que tener junto a ella un alma inocente, un alma que pudiera protegerla de ese ser tan tenebroso.

Con la nueva información que le facilitó el padre, doña Claudia se dedicó a buscar a alguien que estuviera dispuesto a prestarle a su bebé para poder salvarse, y como era de esperarse nadie quería aceptar, así hasta que se fue el día y la mujer de cabellos plateados tuvo que volver a su casa.

Al día siguiente tuvo que continuar con la búsqueda de alguien que estuviera dispuesto a ayudarle, después de todo no podía rendirse. Para su fortuna hubo una persona que estuvo más que dispuesta a ayudarle (aunque aún mantenía sus dudas al respecto).

–Voy a orar para que todo salga bien y me puedas devolver a mi hijo sano y salvo – le decía la mamá del niño, doña Claudia no sabía cómo era posible que esa persona estuviera dispuesta a ayudarle, pero no podía quejarse, realmente lo necesitaba, y le prometió que cuidaría de su hijo.

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Al tercer día en la noche doña Claudia se encontraba con aquella criatura tan pura en brazos, el viento soplaba y el frió calaba hasta los huesos, el miedo la rodeaba y rezaba por qué todo saliera bien.

A las 12 de la noche pudo oír aquel infame rezo que estaba segura, jamás olvidaría, hasta que tres toques fuertes y lentos se hicieran presente en su puerta.

Con gran temor la mujer se acercó hasta la puerta con el bebé en brazos, y una vez la puerta se abrió lo suficiente le devolvió la candela a aquella criatura tan aterradora.

La criatura inmediatamente notó la presencia del bebé y comenzó a murmurar –No... ¡No! ¡Tenías que irte con nosotros, tenías que unirte a la marcha por habernos visto! – molesta la criatura agarró la candela, la cuál inmediatamente se convirtió en un enorme hueso, revelando la verdadera forma de la candela, pero algo más que Doña Claudia pudo notar fue la mano esquelética de aquella criatura, aquella aterradora criatura que ahora estaba segura era un ser echo de huesos.

Aquellos espíritus esqueléticos reanudaron su marcha y doña Claudia por fin pudo respirar en paz, viendo como todo salía bien y pudiendo por fin estar en paz, sin sentir la presencia de aquel espectro que quería reclamar su curiosa alma.

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*: Estoy casi segura que en la historia que me contaron, los espectros tenían otro nombre, pero eso fue hace ya hace algunos años y no me acuerdo del nombre, por eso decidí usar esta leyenda ya que encaja bastante con la historia.

-Esta historia no es creación mía, si no que me la contó un antiguo maestro de física de mi escuela, yo solo la adapté y la escribí según mis recuerdos.

En lo Profundo del Bosque - Libro De One-ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora