Capítulo 7: Crueldad para el engendro

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    La efímera pero profunda calma que experimentaba Kyogan fue interrumpida por la aparición de Rechel, la asistente de Dyan, cuya entrada abrupta en la sala quebró el silencio. Por si fuera poco, sonó la campana de Argus, el macabro anuncio de los alumnos huyendo hacia la libertad.

    —¡Solo un momentito más, Shinryu! —le dijo Rechel a Shinryu, con una sonrisa tensa que rozaba lo macabro, como si batallara por no cometer alguna atrocidad.

    Con esa actitud intrigante y una rapidez felina, se dirigió de regreso a la puerta que conectaba el salón de espera con un corredor. Desde el otro lado, fuera del campo de visión, le increpó a alguien:

    —¡Apúrate! ¡Y no me mires más así, tu oficina queda en el último piso de la torre más alta! Este lugar es más accesible.

    El gruñido áspero de un hombre se elevó en respuesta. Por alguna razón, Shinryu sonrió de oreja a oreja al escucharlo.

    —¡Dyan te atenderá en breve, Shinryu! —Rechel regresó al chico con entusiasmo, luego volvió a desaparecer a través de la puerta, cerrándola de golpe.

    Shinryu se apretó de hombros, notablemente nervioso, mientras sus ojos se llenaban de ansiedad y felicidad pura.

    «¿Y a este qué le pasa?», se preguntó Kyogan; y en breve empezó a suponer algo que no era nada razonable. ¿Acaso Shinryu deseaba ver al líder de Argus? Esa felicidad... ¿no sería que lo admiraba?

    No era comprensible, porque de todos los líderes entre las cuatro escuelas principales del imperio de Sydon, Dyan era quien más repudio guardaba hacia los magos. Para él, representaban la más grande repugnancia en la vastedad de la tierra. No había asesinado a uno, sino a más de doscientos, y a sangre fría, incluso a jóvenes que aún no enfermaban. ¿Cómo carajos Shinryu podía admirarlo? 

    Kyogan no podía tolerar una duda así; un instinto asesino se apoderó de cada fibra de su ser. Sus ojos verdes, ahora pozos de ferocidad inhumana, relampaguearon con la intensidad de mil conjuros prohibidos. Sus músculos se tensaron, preparados para una tormenta violenta, pero calculada.

    Sin embargo, algo logró frenarlo: una pregunta: «¿será que Shinryu admira a Dyan porque...?»

    —¡Kyogan! —llamó Zimmer, apareciendo a las espaldas del chico, quien se volteó con un tenso y pequeño sobresalto—. ¿Por qué te retiraste así de mi clase? 

    Kyogan gestó algunas muecas conflictuadas, dando a entender que no estaba disponible para atender un problema tan ridículo ahora. ¡Ahora no!

    —Sabes tan bien que de mis clases no te puedes retirar sin mi permiso previo —prosiguió Zimmer con un suspiro profundo—. ¿De verdad? ¿Qué necesito para que entiendas que...?

    Fue interrumpido por un gruñido inhumano que reverberó desde el otro lado de la puerta que daba el salón, como un aparente monstruo a punto de atentar contra la escuela, pero solo era Dyan el cascarrabias.

    —¡Por la gracia de los tres dioses, no gruñas así! —le increpó Rechel—. ¡Te dije perfectamente, Argus Dyan, ayer te dije cuál era tu itinerario!

    El líder de Argus se hizo ver al fin, entrando a la sala de espera después de abrir la puerta con un estruendo. Shinryu se puso de pie con la boca abierta, con brillos bailando a través de sus ojos celestes. 

    —¡Ni siquiera han llegado los pueblerinos y me estás pidiendo que venga! —reclamó Dyan después de escanear la sala con una rápida mirada.

    —¡Pero sí llegó Shinryu! —le gritó la asistente con un puño en alto. Era una mujer cuya valentía había que aplaudir, pues a pesar de su corta estatura y de estar ante alguien que rozaba el metro noventa, ella no se aminoraba—. ¡Tienes que recibirlo! ¡Te lleva esperando un buen rato!

El legado de RagnarökDonde viven las historias. Descúbrelo ahora