Capítulo 30: ¿Eres invisible?

64 12 144
                                    

    Kyogan evadía las preguntas de Cyan y en más de una oportunidad su atención se mostró extraviada. A pesar de que la fuerza se mantenía en él, retocándolo con imponencia, había gestos que provocaban una atmósfera taciturna y casi frágil a su alrededor. Era como si una parte de él se hubiera desviado del camino, necesitando redirigir su atención en sí misma.

    Kyogan analizaba el resultado de todo lo sucedido en los últimos meses. Los ojos de su alma parecían centrarse en una espina que, aunque aparentemente pequeña, se hacía sentir tan molesta como cualquiera, abriéndose paso entre emociones que había creído desechas.

    Otra parte analizaba el tumulto de sensaciones que lanzaban las magias etéreas sobre sus sentidos. En este momento, Kyogan tenía magias que se especializaban en interactuar con todos los materiales invisibles del ser humano. Su mirada podía pasearse por el alumnado, escudriñando sus reales emociones e incluso parte de sus pensamientos, sin necesidad de utilizar hechizos y sin que nadie lo notara —a menos que quisiera leer emociones profundas y no las superficiales que escapaban del aura—. Con la magia yain podía detectar toda emoción relacionada con la oscuridad (odio, rechazo, rencor), mientras Iyan analizaba las vinculadas a la luz (felicidad, gratitud, bondad). Teóricamente, podía observar todo sobre las almas circundantes.

    Esta pesada e increíble habilidad también ayudaba a que las percepciones sin explicación continuaran cayendo con mayor molestia. Sin embargo, parecía que aquel griterío perturbador que una vez sintió entre las nubes se hallaba más ahogado y distante. ¿Por qué? No tenía idea.

    Sobre la punta de un peñasco solitario en el Valle de los Reflejos, Kyogan continuaba con este análisis. Le había dicho a Vincent, al guardabosque de Argus, que necesitaba entrar para recolectar plantas medicinales, tarea habitual para un kyansara.

    —¿Pero por qué te cuesta tanto avisar que vendrías a este lugar en específico? —reclamó Cyan, quien apareció por su espalda—. Ya, sí, dices que vas a recolectar plantas, pero no dices cuál de los tres lugares escogiste.

    Suspiró, buscando calmarse.

    —Mira, Kyogan, no cuesta tanto. A la otra solo dime a qué sector vendrás. No puedo andar detrás de ti adivinando todo.

    Kyogan lo miró por encima del hombro. Por sus ojos vidriosos y oscuros, Cyan supo que había vuelto al mal humor, a las mezclas y confusiones.

    —¿Me piensas explicar qué está pasando? Estaba todo relativamente normal y de repente te vuelves a hundir en ti mismo.

    Kyogan no le respondió.

    —Sinceramente, Kyogan, no te entiendo. —Cyan exhaló profundo en señal de derrota, luego supuso algo—: Dime la verdad, te está afectando, ¿no?, el tener otra vez lo que tú sabes —murmuró—. ¿Por qué no nos sentamos a analizarlo mejor?

    El menor negó con la cabeza, dejando caer un suspiro cortante, dándole a entender a Cyan que no estaba comprendiendo nada.

    —¿Podemos hablar con total tranquilidad aquí de asuntos?, ya sabes... —consultó Cyan mientras miraba hacia los lados del paisaje, hallando solo verdor y rocas roídas en musgo.

    Al no obtener una respuesta, la exigió:

    —¡Kyogan, responde, vamos!

    —¡Que sí! 

    —Vale, entonces... a ver... Mira, ya sé por qué quisiste romper el sello, pero sigo en absoluto desacuerdo y más si te veo así. Dime realmente, ¿tanto vale la pena? Puedes vencer al zein usando solo las dos magias elementales que tienes permitido usar; no necesitas una sobrecarga de dos magias etéreas que no sirven para nada.

El legado de RagnarökDonde viven las historias. Descúbrelo ahora