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—¡Arrodíllense todos ante Izuku Midoriya de Musutafu, recién nombrado príncipe heredero del reino!

Todos en esa sala se arrodillan mirando al suelo. Una corona, no tan majestuosa como la del rey y la reina consorte, se posa sobre sus suaves rizos verdosos y levanta la barbilla, orgulloso.

Al fin lo ha conseguido. Toda su vida se dedicó a estudiar políticas, idiomas, gestión, historia, esgrima, baile, pintura... Y solo para que llegara este momento, en el que todo el mundo está postrado ante él y su padre sonríe con orgullo disimuladamente.

Como el mayor, se podría decir que tendría el trono asegurado, pero para su padre eso no lo es todo, se le instruyó desde muy pequeño que si quería llegar a la cima tenía que hacerlo por sus propios medios, ya que cualquiera de sus cuatro hermanos sería capaz de arrebatarle lo que por derecho le corresponde y no estaba dispuesto a eso.

Siente el peso de la corona sobre su cabeza y la de su capa, demasiado larga para su gusto. Sus prendas, de un rico color atardecer, atraen la mirada de muchos, pero no podría importarle menos, ignorando los ojos insistentes de lujuria y codicia que apuñalan su cuerpo.

Mira hacia la primera fila, junto a sus padres, tres de sus hermanos se inclinan sumisamente ante él, pero el último lo miro directamente. Ve el brillo de la ira caliente y burbujeante en sus ojos, por lo que pone una sonrisa descarada en su rostro mientras su hermano se quema en su rabia.

Ve a su padre murmurarle algo a Tomura para que se calmara ya que no pueden montar una escena delante de todo el mundo y aún menos en la coronación del príncipe heredero, es algo inaceptable que avergonzaría a la familia real durante años. Por lo que sabiendo que Izuku ha ganado, mueve su mirada por encima de sus súbditos hasta que alguien llama su atención.

Penetrantes orbes rubíes hipnotizan su mirada durante un par de latidos. El rubio ceniza le sonríe débilmente e Izuku cambia el objetivo de su atención. Sabe que no puede, que no puede dejar que el resto se de cuenta, una simple mirada que se quede durante más de lo que debería sería suficiente para que el palacio entero susurrase desagradablemente sobre lo que hace su príncipe por las noches, pero su piel arde por su toque, su corazón grita su nombre hasta el agotamiento todas las noches que pasa en la soledad de su habitación, debajo de las suaves y frías telas con las que se envuelve, deseando que fuesen los brazos de aquel al que ama y no unas simples telas caras.

Y ahora que se ha hecho príncipe heredero lo sabe, no será nada fácil a partir de ahora, sus movimientos serían más vigilados que antes, para convertirse en un futuro buen monarca sin deslices. Pero no puede evitarlo una vez que cae en sus brazos, sabe lo que pensaría su padre de él, un sucio homosexual, una aberración de la naturaleza a la que había puesto todo su empeño en educar, para que solo acabase siendo una decepción, que sería repudiada de su reino.

No quiere ver esa mirada en los ojos de su padre, no piensa tirar sus esfuerzos por la borda, no por amor, no por nada. Antes de que se deslice su máscara de indiferencia a algo más oscuro, sonríe educadamente, con los labios sellados, como lo habían educado toda su vida enfrente de multitudes.

Cuando su consejero le toca el hombro en un aviso para marcharse, hace una reverencia y camina hacia las grandes puertas con sus hermanos pisándole los talones.

—Su alteza real —un hombre duque maduro, castaño, al que le están empezando a caer encima sus años, se fija Izuku por las canas que empiezan a pronunciarse en su cabello, lo detiene con una sonrisa —Me gustaría presentarle a mi hija, si tiene tiempo-

—No, lo lamento, no tengo tiempo —responde seco, se inclina rápidamente dejando al duque sorprendido con la palabra en la boca.

Escucha a su hermana Ochako reprimir una risa.

—Ochako —dice en advertencia.

—Lo siento, hermano —murmura.

Aprieta los dientes y con paso rápido cruza los largos y laberínticos pasillos del castillo. Sube las escaleras ignorando a los sirvientes que hacen una reverencia al paso de los cinco hasta que acaban en la habitación del peliverde.

—Tráenos té —ordena a su sirvienta personal quién asiente inclinándose y se va discretamente.

Se sientan alrededor de una mesa en un incómodo silencio hasta que la sirvienta vuelve a aparecer, dejando la tetera con unas tazas, las sirve y con un gesto de la mano de Izuku se retira.

Tamaki bebe un sorbo y casi lo tira porque se quemó la lengua, el peliverde  chasquea la lengua y el pelinegro mira hacia el suelo arrepentido.

Shigaraki dice algo por lo bajo e Izuku levanta una ceja, mirándolo arrogante.

—¿Algo que me quieras decir, Tomura? —la pequeña conversación que mantiene Ochako con Tamaki y Shinsou se silencia.

—No creo que haga falta, su alteza real —se burla.

—¡Tomura! —Ochako grita pero la silencia con un gesto.

—¿Todavía estás molesto? Si de verdad querías mi puesto solo tendrías que haberte esforzado más en vez de jugar con las nobles de nuestro reino —ante esto el de cabello grisáceo frunce el seño y empieza a temblar con ira reprimida.

—¿Que me esforzara más dices? Lo hice mejor que tú, pero como primogénito ya tenías el título ganado. Nosotros nunca tuvimos oportunidad en primer lugar —señala a sus otros hermanos —¡Y da gracias que ninguno aparte de mí está interesado! Sino no sería el único que te pone en su sitio.

—Tú mejor que nadie sabes cómo piensa padre. Me gané el título de príncipe heredero por mis propias manos desde que empecé a entrenar a los tres años, no me vengas ahora con estupideces, mucho estoy haciendo perdonándote las faltas de respeto con las que me tratas —da un golpe a la mesa y se levanta —Salgan.

—H-Hermano... —Tamaki intenta acercarse.

—¡Fuera!

Y en el mismo momento en el que grita, se queda solo. Respira profundamente y pasa una mano por su cabello. Su corazón late rápida pero pesadamente en su pecho, un pequeño pellizco que no le deja tranquilo.

Así está mejor. Como primer y único hijo de la reina consorte, hay una gruesa brecha entre él y sus hermanos desde siempre, los mellizos Tomura y Ochako nacieron de la segunda reina y Tamaki y Shinsou de la tercera. Ahora que se convirtió en el príncipe heredero, la brecha solo se hace más grande entre ellos. Le duele, porque son sus adorados hermanos menores, pero es lo que tiene que hacer, su deber.

El amor no sirve de nada en la vida que le tocó.





























¡Nueva historia! Qué emocion, espero que estén tan ilusionados como yo con ella ^^ ¡Nos vemos en la próxima actualización, dulzuras!

Flor de primavera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora