Uniones

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          Aquella noche -la primera en el Jilguero- supe verdaderamente lo que es el miedo. Debo reconocer que no lo esperaba. El dolor de las últimas semanas había anestesiado cualquier sentimiento, haciéndome creer que no podía sentir otra cosa que no fuera dolor. Estaba equivocada. La soledad despierta a los seres olvidados en el alma.
            Permanecí en la puerta observando como se alejaba papá. Contemplé la luz de su auto mientras se hacía diminuta, hasta fundirse en negro con la noche. No había luna, ni estrellas en el cielo. Solo la más absoluta oscuridad, iluminada cada pocos segundos por un relámpago. Contemplé un rato el vacío. Me sentí bien... y mal al mismo tiempo. Me sentí bien por haber logrado lo que quería. Apenas pasé unas horas junto a mi padre y ya lo había preocupado. No quería estar con él. Y a su vez me sentía mal porque no estaba segura de poder arreglármelas sola. El miedo y el frío estaban empezando a escalar en mi, y por primera vez, dudé de mi decisión. Papá es una persona muy amable y se preocupa mucho por los demás, pero sus nervios pueden llegar a jugarle en contra y con esto al menos en su casa estaría a salvo.
          Escuché el aullido lejano de unos lobos junto al lamento de una lechuza sobrevolando la casa, tal vez en busca de refugio o con ganas de comer carne fresca a lo que un impotente trueno partió el cielo en dos. Pegué un grito horrible. Cerré la puerta de un portazo y eché llave por todos lados. Me obligue a calmarme con la puerta pegada en mi espalda. Aquella casa era demasiado grande para calentarse en apenas unas horas, pero junto a la chimenea estaba bien. Agradecí que mi papá la hubiera encendido antes de irse. Yo solo debía procurar que no se apagara, era la caldera que alimentaba los calefactores de toda la casa. Eché dos buenos troncos y subí en busca de unas frazadas y almohada. Aquella noche preferí dormir cerca del hogar y de la puerta.
          La escalera crujió bajo mis pies. En el piso de arriba, el suelo de madera temblaba con cada uno de mis pasos emitiendo un sonido agudo. Tras buscar en varias comodas y cajones, encontré en un placard la ropa de cama que andaba buscando. Al salir de la habitación, mis pies desobedecieron mis deseos de bajar al comedor y avanzaron hacia la misma puerta de roble que había descubierto cerrada esa tarde. Intenté forzarla con todo el peso de mi cuerpo, pero solo conseguí aplastar mi hombro y dejarlo adolorido. Entonces lo oí. Era un sonido pesado y lento, como una respiración. Alguien -o algo- resoplaba con fuerza a pocos metros de mí, separados solo por aquella puerta. Me llevé las manos a la boca para ahogar el grito que amenazaba con salir, dejando caer todo lo que había ido a buscar al suelo. Empecé a respirar muy rápido. Temblando por completo, presa del pánico y con el pulso acelerado, me quedé un rato quieta, sin saber qué hacer. El ruido cesó, apoyé una oreja en la puerta para escuchar: nada, silencio. ¿Me lo había imaginado? Con el corazón apretado, levanté lo que se me cayó al piso y bajé al comedor acurrucandome en el sillón con la frazadas.
          Me traté de convencer de que no había motivos para estar asustada. Que solo era una tormenta, mi imaginación se estaba alimentando del miedo y así engañando mis sentidos. Decidí borrarlo distrayendo mi mente. Tomé mi mochila y saqué de ella varias cosas: un libro de bolsillo "Los Cuentos De Beedle El Bardo"  junto a mi celular y mi nueva adquisición de la que tanto me había costado comprar y de la que estaba orgullosa, mi notebook.  La música de <<M83 feat Susanne Sundfor - Oblivion>> me ayudó a recuperar el pulso. Al poco rato, me sorprendí a mi misma tarareando "I Need You", recordando a Catia. A ella le encantaba The Diaries Vampires. Nos conocimos en el mismo edificio, vivía frente a mi departamento. Cuando llegué por primera vez, antes de conocerla, yo no tenía a nadie, solo a mi hermana. Las chicas de mi clase se reían de mí por ser introvertida y robusta. Pero cada vez que llegaba al barrio ella me levantaba siempre el ánimo. Nunca le envidie nada, para mi era como un ángel que cuidaba de mi cada vez que tenía un mal día. Pero, aunque sus intenciones siempre eran buenas, no me ayudaba a sanar, ni mucho menos a comenzar a quererme a mi misma. Me comparaba todo el tiempo con ella. Sus ojos son verdes bien claros, los mios son marrones cafés, su piel es bien blanca y la mía es más rosada, su cabello era largo de un castaño chocolate brillante y el mío es esponjoso muy oscuro. Estar a su lado me traía alegría y a la vez tristeza. Alegría porque su aura era así y tristeza por mi mero rechazo a mi misma. Es por eso que decidí alejarme, quiero resolver mis propios conflictos, descubrir por qué mi rechazo a mi misma. Quiero amarme así como soy o incluso mejorar mucho más.
          Siempre estuvo con nosotras, después de lo que le sucedió a mis padres y la muerte de mi abuelo, me ayudó a salir de mi depresión y a enfocarme en lo que más importaba para mi, Patito. Desde que supo que me iba un tiempo, nos habíamos enviado mensajes casi a diario, para que no se olvidara de cuidar a mi hermana. Sabía que iba a ser responsable, aun siendo tres años más chica que yo, junto a su hermana Nadia no la dejaría sola jamás. Así que les escribí un whatsapp:

La Hija de AfroditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora