Día 3

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Géneroslocos. Bélico/Gastronómico/Musical.

Sentado en su camarote, el capitán Barbado escribía con su pluma ayudado de la tinta que le había arrebatado a un calamar. Su diario describía sus aventuras, en forma de canciones.

Nuestro protagonista era conocido por parecer más un bardo que otra cosa, por lo que siempre escribía sus "canciones", las cuales eran malísimas. Ya no es que no rimara nada, es que sonaban horribles.

El barco se tambaleaba, y por ello fue que el hombre canoso sonrió. Agarró el arpón que descansaba en su cama y salió a la cubierta del Calavera, su famoso barco.

—¡Capitán! ¡El de hoy es enorme! —dijo un grumete de bajo rango.

Barbado sonrió, mostrando los pocos dientes que le quedaban debido a la mala vida que llevaba (¿o quizá se deba a la buena comida?).

—¡Oooooh, mi amor! ¡Oh, mi cielo! ¡Como un manatí herido acudo a ti! ¡Cura mis heridas con tu dulce canto! ¡Guía mi arpón al corazón de esa bestia! ¡Y permite que nuestros perros de agua salada se den un atracón con este kraken!

Los berridos del hombre fueron tan molestos que la criatura que se escondía debajo del barco salió a la superficie. Era un Kraken. El más grande jamás visto.

Y el capitán volvió a sonreír. Hizo una pequeña danza, al son de unas trompetas (los grumetes estaban obligados a tocar algún instrumento si estaban desocupados, o si se daban situaciones como estas). La música, con un extraño efecto, hizo que el arpón se hiciera gigante.

—¡Dama! ¡Mi diosa perfecta! ¡Musa esquiva y caprichosa! ¡Haz de este el mejor festín para mis grumetes!

Y con ese último verso fue que el capitán lanzó el arpón. Dando de lleno en el corazón de la bestia. Se metió los dedos a la boca, silbando, y todos los grumetes dejaron lo que estaban haciendo y corrieron con cuchillos de cocina en mano.

Pasaron horas hasta que el capitán se puso en los fogones.

Las partes del animal bien cortadas y troceadas volaban por la sartén. Se sazonaba, freía, y empanaba. El capitán hizo distintos platos con la carne del kraken, y lo que sobra del animal probablemente se lo comerían para después.

Para acabar, se sentaron en un círculo. Uno de los más jóvenes grumetes sacó una guitarra. Estaba trabajando en una canción, la cual empezaba así:

—No me cortes las alas, no me encierres en jaulas, déjame libre y que la marea me guie...

Su voz suave, más lo cursi de la canción hizo que el capitán pusiera una cara agria, la misma que pones al chupar un limón.

Los demás aplaudieron, y entre risas y al calor de los fogones comieron hasta hartarse.

Escritubre 2022Where stories live. Discover now