Capítulo 10

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—¿No ibas a irte sin despedirte, verdad?

La sonrisa que acompañaba aquella pregunta era tan cálida que resultaba imposible re-sistírsele, así que Jaqueline ni siquiera se sorprendió cuando los bordes de sus labios tiraron hacia arriba, correspondiendo al gesto.

Había dedicado los últimos días a organizar los expedientes de los jugadores y asegurar-se de que la información de sus últimas revisiones estuviera actualizada, también ordenando los documentos que presentaría en la administración del complejo para que le liberaran y pudiera regresar a hospital. Una vez terminado y no queriendo que el Dr. Rosy encontrara el consultorio todavía invadido por sus pertenecías, se ocupó en recoger los objetos que hubiera llevado, desde los materiales de oficina, hasta las fotografías y macetas.

Se preguntaba como iría a transportar las dos cajas de archivo que había llenado (aunque la sorprendía todavía más la cantidad de cosas que fue dejando en el sitio) cuando golpea-ron a la puerta y al volverse para recibir a quién le estuviera buscando, descubrió que aquel no era otro más que Taro. Parecía agitado, como si hubiera corrido para llegar a la enferme-ría y llevaba el pants del equipo en lugar del uniforme, lo que quizás significara que no es-taba entrenando.

A juzgar por lo que acababa de preguntar, se había enterado recién de su partida.

—Para ser honesta... —murmuró, entonces—, sí. Esperaba hacerlo sin tener que plan-tarle cara a ninguno de ustedes, ya imaginarás que las despedidas no se me dan.

No creía necesario confesar que la persona a la que no quería decir adiós era él, pues to-davía no estaba segura de lo que pasaría con ellos y le aterraba que sin una respuesta de su parte, Taro decidiera cortar por lo sano y poner un fin definitivo a su relación. ¿Qué razón tendría el chico para esperarla, si ya ni siquiera le vería en el campo y bien podía ahorrarse las molestias de tener que lidiar con su irregular horario?

Desde que Nadine le avisara sobre el término de su estancia en el complejo, Jaqueline no había podido dejar de pensar en cómo sería mantener un noviazgo si los involucrados eran nada menos que una doctora y un futbolista. La experiencia le enseñó que incluso cuando ambos tenían la misma profesión, los largos turnos en el hospital, las guardias nocturnas, las llamadas de emergencia y los pocos días libres de los que disponía... todo complicaba las relaciones.

Andy se lo dijo cuando estuvo ahí, que si se sintió tentado a engañarla fue porque una parte de él se sentía frustrada con la relación que tenían, pues al vivir de un lado a otro en el hospital, no tenían tiempo para dedicarse al otro. Claro que entonces hacían su residencia y debían cumplir con el largo listado de actividades que los superiores les mandaban, desvi-viéndose por complacerlos a ellos y no tanto velando por su pacientes.

Las cosas ya no eran iguales a ese entonces, ahora Jaqueline tenía un puesto fijo en el hospital y su habilidad la volvía un elemento del que los directivos no fácil irían a despren-derse (mucho les costó aceptar que fuera al complejo para cubrir al Dr. Rosy). No era dife-rente a otros médicos talentosos, pero como a ellos, tenía quien reconociera sus esfuerzos y por si fuera poco, también contaba con el respaldo de la buena opinión que sus pacientes guardaban sobre su trabajo.

«Podría ingeniármelas para no descuidar mis deberes y tener mi historia de amor», se dijo, antes de pensar en que todavía le hacía falta algo importante.

—Entonces es una suerte que no haya venido a despedirme —resolvió Misaki, para su sorpresa.

—¿No acabas de...?

—Me refería a los chicos, bonita. A todos les sorprendió y entristeció saber que te mar-chas, has cuidado bien de todos en este tiempo y te has ganado su amistad fuera del consul-torio, así que están un poco apachurrados.

Destinos cruzados [Captain Tsubasa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora