—Mam'selle? Un Perrier pour moi, un Coca-Cola light pour ma femme, s'il vous plaît. Et quelque chose à manger... laissez-moi voir la carte. (¿Señorita? Una Perrier para mí, una Coca-Cola light para mi mujer, por favor. Y algo de comer... déjame ver el menú.)
Mmm... El fluido francés de Lauren me despierta. Parpadeo un par de veces a causa de la luz del sol y cuando abro los ojos la encuentro observándome mientras una chica joven con libreta se aleja con la bandeja en alto y una coleta alta y rubia oscilando provocativamente.
—¿Tienes sed? —me pregunta.
—Sí —murmuro todavía medio dormida.
—Podría pasarme todo el día mirándote. ¿Estás cansada?
Me ruborizo.
—Es que anoche no dormí mucho.
—Yo tampoco. —Sonríe, deja la BlackBerry y se levanta. Los pantalones cortos se le caen un poco, de esa forma sugerente que tanto me gusta, dejando a la vista el bañador que lleva debajo. Después se quita los pantalones y las chanclas y yo pierdo el hilo de mis pensamientos—. Ven a nadar conmigo. —Me tiende la mano y yo la miro un poco aturdida—. ¿Nadamos? —repite ladeando un poco la cabeza y con una expresión divertida. Como no respondo, niega lentamente con la cabeza—. Creo que necesitas algo para despertarte. —De repente se lanza sobre mí y me coge en brazos. Yo chillo, más de sorpresa que de miedo.
—¡Lauren! ¡Bájame! —le grito.
Ella ríe.
—Solo cuando lleguemos al mar, Camz.
Varias personas que toman el sol en la playa nos miran con ese desinterés divertido tan típico de los monegascos, según acabo de descubrir, mientras Lauren me lleva hasta el mar entre risas y empieza a sortear las olas.
Le rodeo el cuello con los brazos.
—No te atreverás —le digo casi sin aliento mientras intento sofocar mis risas.
Ella sonríe.
—Oh, Camz, cariño, ¿es que no has aprendido nada en el poco tiempo que hace que me conoces?
Me besa y yo aprovecho la oportunidad para deslizar los dedos entre su pelo, agarrárselo con las dos manos y devolverle el beso invadiéndole la boca con mi lengua. Ella inspira bruscamente y se aparta con la mirada ardiente pero cautelosa.
—Ya me conozco tu juego —me susurra y se va hundiendo lentamente en el agua fresca y clara conmigo en brazos, mientras sus labios vuelven a encontrarse con los míos. El frescor del mediterráneo queda pronto olvidado cuando envuelvo a mi esposa con el cuerpo.
—Creía que te apetecía nadar —le digo junto a su boca.
—Me has distraído... —Lauren me roza el labio inferior con los dientes—. Pero no sé si quiero que la buena gente de Montecarlo vea cómo mi esposa se abandona a la pasión.
Le rozo la mandíbula con los dientes, con su principio de barba cosquilleándome la lengua, sin importarme un comino la buena gente de Montecarlo.
—Camila —gime. Se enrolla mi coleta en la muñeca y tira con suavidad para obligarme a echar la cabeza hacia atrás y tener mejor acceso a mi cuello. Después me besa la oreja y va bajando lentamente.
—¿Quieres que vayamos más adentro? —pregunta en un jadeo.
—Sí —susurro.
Lauren se aparta un poco y me mira con los ojos ardientes, llenos de deseo, divertidos.
—Señora Jauregui, es usted una mujer insaciable y una descarada. ¿Qué clase de monstruo he creado?
—Un monstruo hecho a tu medida. ¿Me querrías de alguna otra forma?