—A Londres —dice mirándome fijamente para ver mi reacción.
—Después París.
¿Qué?
—Y finalmente el sur de Francia.
¡Uau!
—Sé que siempre has soñado con ir a Europa —me dice en voz baja—. Quiero hacer que tus sueños se conviertan en realidad, Camila.
—Tú eres mi sueño hecho realidad, Lauren.
—Lo mismo digo, señora Jauregui —me susurra.
Oh, Dios mío...
—Abróchate el cinturón.
Le sonrío y hago lo que me ha dicho.
Mientras el avión se encamina a la pista, nos bebemos el champán sonriéndonos bobaliconamente. No me lo puedo creer. Con veintidós años por fin voy a salir de Estados Unidos para ir a Europa, a Londres para ser más exactos.
Después de despegar Susan nos sirve más champán y nos prepara el banquete nupcial. Y menudo banquete: salmón ahumado seguido de perdiz asada con ensalada de judías verdes y patatas dauphinoise, todo cocinado y servido por la tremendamente eficiente Susan.
—¿Quiere postre, señora Jauregui ? —le pregunta.
Niega con la cabeza y se pasa un dedo por el labio inferior mientras me mira inquisitivamente con una expresión oscura e inescrutable.
—No, gracias —murmura sin romper el contacto visual conmigo.
Cuando Susan se retira, sus labios se curvan en una sonrisita secreta.
—La verdad —vuelve a murmurar— es que había planeado que el postre fueras tú.
Oh... ¿aquí?
—Vamos —me dice levantándose y tendiéndome la mano. Me guía hasta el fondo de la cabina.
—Hay un baño ahí —dice señalando una puertecita, pero sigue por un corto pasillo hasta cruzar una puerta que hay al final.
Vaya... un dormitorio. Esta habitación también es de madera de arce y está decorada con colores crema. La cama de matrimonio está cubierta de cojines de color dorado y marrón. Parece muy cómoda.
Lauren se gira y me rodea con sus brazos sin dejar de mirarme.
—Vamos a pasar nuestra noche de bodas a diez mil metros de altitud. Es algo que no he hecho nunca.
Otra primera vez. Me quedo mirándola con la boca abierta y el corazón martilleándome en el pecho... el club de la milla. He oído hablar de él.
—Pero primero tengo que quitarte ese vestido tan fabuloso.
Le brillan los ojos de amor y de algo más oscuro, algo que me encanta y que despierta a la diosa que llevo dentro. Empiezo a quedarme sin aliento.
—Vuélvete. —Su voz es baja, autoritaria y tremendamente sexy.
¿Cómo puede una sola palabra encerrar tantas promesas? Obedezco de buen grado y sus manos suben hasta mi pelo. Me va quitando las horquillas, una tras otra. Sus dedos expertos acaban con la tarea en un santiamén. El pelo me va cayendo sobre los hombros, rizo tras rizo, cubriéndome la espalda y sobre los pechos. Intento quedarme muy quieta, pero deseo con todas mis fuerzas su contacto. Después de este día tan excitante, aunque largo y agotador, la deseo, deseo todo su cuerpo.
—Tienes un pelo precioso, Camz. —Tiene la boca junto a mi oído y siento su aliento aunque no me toca con los labios. Cuando ya no me quedan horquillas, me peina un poco con los dedos y me masajea suavemente la cabeza.