•Renaciendo•

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¿Quién es usted?

Sirah sentía que volvía a estar dentro del espejo, flotando en la nada.

Pero la realidad era otra. En el lugar donde estaba, donde había parado después de caer, se encontraba siguiendo al director Dumbledore. Un muy vivo, anciano y saludable director. Que se dirigía hacia la entrada del Gran comedor, y que le había pedido muy amablemente que lo siguiera.

¿Quién es ella?. Se escuchaban los murmullos de los estudiantes.

¿Acaso no se había preguntado eso a si misma una docena de veces? Y ahora que ya lo sabía. Todo había desaparecido.

De haber sabido que encontrarse a si misma la iba a apartar de los que amaba, nunca hubiese comenzado a buscar.

Negó con la cabeza apartando ese pensamiento. No era cierto, porque encontrar la respuestas de quien era la había forjado y permitido ser quien era. Incluso en esta especie de jaula parecida a su hogar, pero que no lo era en realidad.

Un carraspeo llamó su atención, haciéndola fijarse en el director que ahora caminaba a su lado y que la contemplaba con recatada curiosidad. Como si ella fuera un cuadro abstracto y él intentara encontrar todas las respuestas.

—¿Cómo iba ese comentario Muggle? —preguntó el anciano—. Oh, creo que era algo como "te ofrezco un galeón por tus pensamientos"

Sirah casi sonríe ante eso.

—Eso sería una muy buena forma de romper el hielo, director, si no supiera que usted puede entrar en mi mente con la facilidad de un ave fenix para renacer —no pretendía ser grosera, y aún así su voz sonó borde y seca.

—No me parece que sea fácil para el ave fénix renacer en un mundo que ya le había dado la espalda —prosiguió el hombre, manteniendo su jovialidad y cordialidad—. Así como no debe ser fácil para usted encontrarse en un mundo nuevo, donde todo es igual al suyo, pero tan diferente a la vez.

Sirah trago saliva tan fuerte, que juró que la habrían escuchado hasta en Hogsmade. No respondió a eso, no tenia ni la fuerza ni la energía para decir algo coherente. En realidad, solo deseaba caer en algún rincón y llorar.

Orión.

Su Orión. El que la esperaba en algún lugar de otro mundo, y no esta especié de idiota pretencioso que había abrazado hace algunos minutos. Si Orión se encontrara en una situación parecida lo menos que haría sería echarse a llorar. Sirah no podía hacer eso, tenía que ser fuerte, y encontrar respuestas.

—Ya sabe de donde vengo entonces —no fue una pregunta, pero el director asintió antes de volver a mirarla con detenimiento.

—Estaremos mejor en la dirección, los pasillos, los cuadros o los muros, podrían oír. Y usted no está en condiciones de ser escuchada por otra persona.

No podía discutir la lógica del hombre, con un asentimiento siguió su camino hacia la dirección. Pero Sirah, no podía dejar de pensar. ¿Qué le diría al director cuanto estuvieran a solas? Tal vez no había nada que el ya no hubiese adivinado después de urgir en su cabeza. Pero ¿qué procedía después? Tenía que encontrar la forma de salir de esta. Tenía que regresar.

El sonido de la gran puerta de la dirección al abrirse frente a ella la hizo volver al presente. La habitación era tal cual la recordaba de su mundo, a excepción de los cuadros del profesor Dumbledore y el profesor Snape, que no estaban colgados tras el escritorio.

Solo había algo inusual, y eso era la figura de un hombre que le daba la espalda, regia y digna. Sirah hubiese reconocido a ese hombre hasta con los ojos cerrados.

A través del espejo || HP Tercera generaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora