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PETER

Llevaba una hora esperando en el aeropuerto de Barajas y tras este tiempo de meditación había sacado en claro una cosa. No iba a venir, y yo había alimentado mi ilusión pensando que sí lo haría, porque sí, hasta el último minuto pensé que aparecería corriendo y gritando mi nombre, con su pelo bailando con sus movimientos y con ese gorro tan adorable que siempre llevaba.

Revisé mi WhatsApp, nada. Instagram, nada también.

Se acabó.

Miré hacia la puerta de embarque, las 7.50, en diez minutos saldría el avión y ya estaban llamando a los pasajeros.

No va venir, ya está claro.

No desesperes.

Déjalo.

Recogí la funda de la guitarra y me la eché al hombro, el tiempo corría en nuestra contra, bueno, mejor dicho, en la mía. Leah había pasado página.

Anduve hasta la puerta de embarque y una vez que me comprobaron el billete subí. Al final sí que tendrá que perdurar el recuerdo.

LEAH

Mismo lugar, situación diferente, esta vez era la que yo la corría y chillaba como loca en el aeropuerto.

Si es que el amor nos hace tontos.

¡Aún estoy enfadada!

Sí, lo que tú digas.

Me abrí a codazos con todo aquel que me impedía el paso para llegar a la puerta de embarque del único vuelo que iba había Escocia.

— ¡Peter! — chillé.

Llegué a la puerta de embarque justo cuando el reloj marcaba las 8.00. Estaba cerrada, se acabó. Había llegado tarde.

— No, nono, no, esto no puede ser... ¡Abridme! — grité y aporreé la puerta de embarque.

Grité con todas mis fuerzas atrayendo la atención de dos seguratas que me observaban recelosos, finalmente opté por lo más viable en ese momento, llorar.

Estaba enfada conmigo por haber llegado tarde, con él por haberme ocultado tanto después de todo, con Susana por no haberme dicho nada y conmigo de nuevo.

Enfádate ya que estás con el mundo.

Me acerqué a uno de los bancos que estaban reservados para los pasajeros y comencé a llorar a moco tendido. Pasé cerca de media hora allí mirando hacia la pista de aterrizaje hasta que unos gritos me sacaron de mi rato de desesperación.

— ¡Le he dicho que era una gata!

— Señor cálmese.

— Como voy a calmarme, ¡habéis perdido a mi gata!

— No estamos acostumbrados a estos cambios.

— Mire, yo lo siento, pero yo sin Tortilla no me voy, llevo un día duro y lo último que me faltaba es...

¿Tortilla?

No puede ser.

Oh, como fuera él yo a este chico lo mataba.

Ya sería mucha coincidencia.

Me levanté y miré atónita hacia el lugar donde proveían los gritos, mi mundo se trastocó por unos instantes, por segunda vez mi mundo estaba patas arriba gracias a un chico con nombre de cuento...

— ¿Peter? — musité.

Me acerqué despacio dispuesta a gritarle en la cara y pedirle explicaciones, pero él me vio y se adelantó y antes de que pudiera pedirle nada me atrajo a él con un abrazo de oso y me mantuvo ahí lo que me parecieron horas.

Siempre serás tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora