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Jaque mate

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1865, Londres.

Sus ojos ambarinos espiaron a los dos nobles que jugaban al ajedrez en una mesita redonda. Los arbustos tapaban su figura en el parque.

Un mes atrás. Mientras estaba en un parque para hacer un trueque de comida con los demás niños, le entró una gran curiosidad al ver a esas mismas personas jugar con esas raras figuritas.

Desde entonces, fue al parque todos los días para verlos jugar y aprender.

Cuando los hombres abandonaron sus asientos con uno de los sirvientes y se alejaron, miró a su alrededor, comprobando que nadie mirara y se acercó a la mesita, cautelosa.

Se veía a leguas que habían dejado la partida a la mitad por alguna emergencia. Según su imaginación, las fichas parecían estar colisionando unas con otras iniciando una batalla campal.

Sin su permiso, su mano comenzó a dirigirse hacia un caballo, aunque para ella, era como uno de esos caballeros de los cuentos que leía al colarse en la biblioteca.

Ya era una costumbre el acercarse a la pequeña mesa en la que se situaban los dos nobles. El observar las piezas un momento antes de comenzar a moverlas, siguiendo la partida que siempre dejaban a la mitad, luchando contra sí misma, durante lo que parecían horas. Unas horas divertidas para ella que le permitían escapar de la dura realidad.

Se detuvo ante el sonido de una voz masculina, que se situaba delante de ella.

—Vaya, vaya. Nunca había visto a alguien tan curioso por aprender a jugar al ajedrez. Sobre todo de tu clase.

Dio un salto hacia atrás sorprendida y molesta al mismo tiempo, volviendo la vista hacia arriba. Se encontró con un hombre de mediana edad con algunas canas en su anormal pelo verde oscuro, con una nariz recta y unos ojos azules observándola con una sonrisa y la ceja alzada.

—Aunque no lo parezca, los niños de nuestra clase también tienen curiosidad sobre estas cosas —replicó la niña, con el ceño fruncido y mirada aguda.

El hombre tarareó acercándose un poco a ella.

—Y también tienes una lengua afilada, por lo que veo —murmuró inclinándose hacia ella, con una sonrisa astuta formándose en sus facciones.

La niña de pelo corto y desprolijo de color castaño le gruñó, antes de que un sonido gutural proveniente de su estómago la interrumpiese.

—...

El hombre soltó una carcajada. La pequeña castaña, se abrazó a sí misma, sonrojada y molesta.

Mientras no miraba, el hombre buscó algo en el bolsillo de su chaquetón y se lo tendió.

—Toma, esto te quitará el hambre —dijo con lo que era un croissant relleno de chocolate fundido.

A la niña se le hizo la boca agua, tanto que casi se le escapaba la saliva por la boca, por lo que enseguida aceptó. El señor rió por lo bajo y la invitó a sentarse con él en uno de los bancos a contemplar el cielo mientras comían.

Luego de un rato, cuando la niña castaña ya se estaba quitando el chocolate restante de la boca, el hombre-raro-ahora-agradable —sí, así es cómo lo apodó—, volvió a hablar.

—¿Puedo saber tu nombre?

Ella asintió, aún con el sabor del croissant en mente.

—Joanne.

—El mío es Thomas.

—¿Te gustaría aprender? —preguntó mirando al cielo.

La ojimiel lo miró de reojo suspicaz.

—¿Aprender qué exactamente?

El hombre giró la cabeza hacia ella con una sonrisa llena de dientes.

—El juego de las grandes mentes.

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Desde entonces, el mundo de la pequeña Joanne comenzó a cambiar. Al principio fue lento, pero luego los cambios venían tan rápido que no le dio tiempo ni de procesarlos. Su relación con Thomas se estrechó y se acercaron tanto que él le dijo que lo podía llamar abuelo y para molestarlo ella le decía viejo.

También aprendió a jugar al ajedrez y otras disciplinas, podría decirse que desde que el hombre la acogió estaba aprendiendo muchas cosas. Comenzó a ser bastante conocida entre los nobles por su gran ingenio en el ajedrez.

Pero... Había algo que no encajaba. Y esa era la actitud extraña que tomaba Thomas en algunas ocasiones, ocasiones en las que pensaba que ella no le estaba mirando o cuando no estaba en la misma habitación que él. Sobre todo tomaba esa actitud por las noches. Su sonrisa se desvanecía, y su rostro se transformaba en uno de piedra, haciendo que no pudiera leer su expresión. Su tono, normalmente alegre y burlón, se tornaba a uno tan serio y gélido que le provocaba a Joanne escalofríos.

Y así, una noche, Joanne tomó el miedo y lo metió en su bolsillo, reuniendo así, el valor suficiente como para preguntarle al hombre. Bajó las escaleras de la mansión y fue a la biblioteca, donde sabía que lo encontraría.

Sin embargo, aquella decisión haría que su vida volviera a dar un drástico giro sin que lo supiera y que los acontecimientos que iban a suceder de manera más lenta, se precipitasen sobre ella como una cascada.

Dos frases que lo cambiarían todo para siempre.

—Oh, buenas noches, Joanne. Déjame presentarte a alguien.

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⏰ Última actualización: Aug 28 ⏰

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Indéchiffrable | Yuukoku no MoriartyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora