El inicio de un pasado sangriento

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Elena había llegado lo más rápido que pudo a su habitación sin ser vista para evitar sospechas, sintiendo como su boca temblaba y el peso de la pulsera que tenía en su mano se asemejaba al peso de una roca.

Para esto se había dado cuenta de que posiblemente le habría proporcionado un golpe al príncipe heredero, lo que causo que se pusiera tan pálida que al ver esto las criadas asumieran que tendría una crisis de nervios por el estrés, corriendo a su lado para ayudarla a llegar a su cama. 

- ¿Señorita Elena, le ayudaremos a poder limpiarse y acomodarse, si gusta mandamos llamar al médico real?.- mirando las criadas a Elena con una expresión de preocupación.

- ¡NO! No, es necesario, estoy bien, solamente traigan unas compresas con agua fría para poder calmar el dolor de cabeza tan horrendo que tengo.

- ¡Pero señorita! ¡Está tan pálida!.- mientras traían compresas las criadas.

- ¡SOLO QUIERO MORIR!.- saliendo unas lágrimas por la rabia que sentía en ese momento.

Al terminar de ponerle compresas en la frente y al mismo tiempo ayudarla acomodarse mejor en la cama, Elena se logró sentir más tranquila y agradeció que una de las criadas le lograra traer una taza de té dé jazmín para sus nervios, que estaban a toda flor de piel. Mientras Elena trataba de conciliar algo el sueño a modo de poder tener en mente todo más acorde, se escuchaba como la puerta no dejaba de sonar de un par de golpes que supo reconocer fácilmente, era su madre la cual al parecer deseaba ayudar a supervisar su predación para el baile que se daría en la noche.

- Pasa, de todos modos entrarás, aunque no quiera.- menciono Elena.

- ¡Dios, porque demoran tanto en responder, debes de cambiar de servidumbre querida Elena, cuando seas la princesa heredera! ¡Yo misma me aseguraré de escogerlas!.- mientras se abanicaba y miraba a cada una de las criadas.

- Madre, las chicas están bien, solo déjame descansar un momento, ¡no sabes el día que tuve!.- mientras se volteaba de costado para evitar ver a su madre.

- ¡TIENES QUE CONTARME TODO! ¡COMO FUE!, QUE TAL ES LA REINA MADRE!! ¡SIMPLEMENTE, TODO QUERIDA!.- acostándose al lado de Elena.

- ¿Simplemente, diré, que me dieron esta pulsera, contenta con la respuesta madre?.- mostrando la pulsera en dirección a su madre.

- ¡DIOS! ¡O DIOS! SIIII LO CONSEGUISTE ELENA! ¡Lo Sabía! ¡NO SABES CUANTAS CARTAS TENDRÉ QUE ESCRIBIR PARA QUE LA FAMILIA SE ENTERE! ¡SERÉ! ¡CONSUEGRA DE LA REINA MADRE!.- saltando de alegría y dando risotadas.

- Madre, te pediré gentilmente, que te retires, deseo descansar y la verdad es que no me siento bien.- mientras se incorporaba tratando de estar más cómoda.

- ¡Bueno, bueno, te dejaré, pero te advierto que volveré porque tengo que ver como está todo antes que salgas al baile!.- despidiéndose y alzando la cabeza a modo de sentir que tenía una corona que lucir.

- ¡Al fin se fue!, pueden ayudarme a cambiarme, al parecer será de noche y debo comenzar por arreglarme.- sintiendo que la cama no la deseaba soltar, sumando con ello el bajón emocional que tenía.

Con las pocas fuerzas que le quedaban a Elena se pudo erguir para terminar de acicalarse y ponerse el atuendo nuevo para el baile, y era en esta ocasión un vestido color verde jade con finos destellos y un corpiño tan finamente elaborado que daba la impresión de ser una máquina de tortura hermosa a simple vista, pero al llevarlo dolería la vida, mientras las criadas, se apuraban para poder ponerla lo más hermosa a Elena, se dio cuenta de que la joven de la noche anterior estaba terminando de traerle el calzado que usaría. Parecía nerviosa cuando había visto a Antonio al ayudarla a llegar al castillo, por lo cual debería de saber algo, para esto, mando a que salieran las demás criadas para poder quedarse sola con aquella joven.  

El hijo de la emperatrizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora