Luces y sombras a la lumbre.

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«¡Maldita la mala suerte que puso a Hensford bajo el mismo techo!», pensó Darien cogiendo la mano a Serena. Ella tenía los dedos fríos como hielo.

-Milady, perdonad el retraso. Hasta el establo está lleno esta noche... aunque me temo que no todos los animales están bajo su techo.

Hensford se puso rígido ante el insulto.

¡Bien! Era diminuto el dardo que le había enterrado en la carne, pero dardo de todos modos. Darien se inclinó a besarle la mano a Serena y después la miró a los ojos sonriendo.

Ella lo miró sin pestañear. No era ninguna tonta su lady Serena, como tampoco una cobarde, y estaba muy acostumbrada al odio que podía encenderse entre los hombres. Algo se le revolvió en el pecho, produciéndole una dolorosa opresión.

-Lamento haberos abandonado a las groseras cortesías de desconocidos -continuó tranquilamente, sin hacer caso del dolor-. ¿Supongo que alguien se ha ocupado de vuestra comodidad?

-Lamentablemente tu señora ha tenido que atender sola a sus comodidades -contestó Rubeus-, dentro de lo que cabe. -La recorrió de la cabeza a los pies con mirada burlona-: Si yo estuviera casado con la hija de un barón, no permitiría que estuviera desatendida. Eso no es... decente.

Darien sintió girar la mano de Serena en la suya, pero sin hacer el menor esfuerzo por retirarla. Él se la apretó más fuerte.

-Sois muy amable al preocuparos por mí, señor Hensford –dijo ella antes que él pudiera hablar-, pero mis cosas no son asunto vuestro después de todo.

-Cierto, cierto. ¿Pero qué hombre podría quedarse callado cuando una mujer tan hermosa como vos se ve obligada a andar con los zapatos empapados y con lodo pegado en las orillas de sus faldas?

La mano de Darien se movió bruscamente a la empuñadura de su espada, pero ella le puso la mano encima antes de que él pudiera desenvainarla. Pero su mirada estaba fija en Hensford, no en él.

Con un esfuerzo, Darien se obligó a relajar la mano. Serena tenía suficiente agudeza y la lengua lo bastante afilada para defenderse. No tenía ninguna necesidad de métodos violentos.

-Vuestra preocupación es innecesaria, señor Hensford -dijo ella-. Creo que mi... belleza -casi escupió la palabra- sobrevivirá a un poco de agua y lodo.

A Rubeus le tocó el turno de pestañear ante esa mirada fija y firme. Cualquier comentario burlón que hubiera estado a punto de hacer se quedó sin decir. Entornó los ojos, como pensativo. Darien vio el instante en que le retornó la malevolencia.

-Tal vez eso sea lo normal -dijo finalmente-. A uno le agrada pensar que una dama debería disfrutar siempre del bienestar de su casa y su hogar, pero eso, me temo, ningún hombre puede garantizarlo.

-Nunca busco garantías, señor Hensford.

Desprendió la mano de la de Darien, se volvió hacia el hogar y se cruzó de brazos; pero ese gesto la hizo sentirse como una niña malcriada con una rabieta, de modo que extendió las manos hacia las llamas.

Oyó que Rubeus se alejaba. Darien se quedó donde estaba, de espaldas al fuego, casi a un palmo de ella. No le costaría nada tocarle el brazo, si quería, o si se atrevía.

No se movió, pero todos sus sentidos se reavivaron con la intensa percepción de su cercanía. Bajo el fuerte olor a la leña de roble y aliso quemada sentía los olores a hombre y caballo, y el aroma limpio y húmedo a lana que emanaba de sus ropas, que se estaban secando rápidamente.

Él se estaba balanceando sobre los pies, apoyándose en los talones y luego en las puntas de los pies; rechinó un guijarro bajo uno de sus pies, ella lo oyó rascar la piedra del suelo. El estaba con. las manos cogidas a la espalda como para calentárselas pero ella vio que se estaba retorciendo los dedos, igual que hacía el pequeño Shingo cuando estaba pensando cómo robar un pastel.

La Novia VendidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora